THE OBJECTIVE
Viento nuevo

Rishi Sunak: ese moreno de verde luna

El señor primer ministro es muy zorro: la amenaza viene por la derechona de la derecha, como en todas partes

Rishi Sunak: ese moreno de verde luna

El primer ministro británico, Rishi Sunak, abandonando el 10 de 'Downing Street' el pasado 15 de mayo. | Tejas Sandhu (Zuma Press)

Verde que te quiero verde, verde viento y verdes ramas, el barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Rishi Sunak, moreno de verde luna, gitano con espuelas blancas, esqueleto y relámpago, pone a temblar la cámara inglesa de los tories. No, no volverán los oscuros botellones, Johnson rubio de botellas, Boris de los colocones bajo cerrojo, ahora refugiado en el periodismo de todas las letras pardas. Decía Soledad Gallego Díaz en un libro viejo: «Desconfío, en la profesión, de quien no tome vino». Rishi Sunak, con faca de Albacete en el chaleco, ha puesto a todos los rancios pelucones a vivir. Los conservadores, ay, no pueden arreglar ni la inmigración ilegal ni el declive económico en la salud pública. Rishi, Rishi, ya con la petaca de Miguel Ángel Aguilar entre peto y espaldar, moreno de algas, otro ful de Estambul.

Piden ya elecciones todos los perros agresivos, para enero del 2025, ni un minuto más, ni un segundo de gentileza. El enemigo, como el gusano de la conciencia, sale de adentro: Rishi Sunak, que quiso alejarse de los primeros ministros anteriores (Truss, Johnson) y prometía reducir la inflación, sí, hacer crecer la economía, sí, reducir la deuda, sí, reducir las listas de espera del NHS, sí, detener la entrada de inmigrantes, sí. Nada hizo. Sigue tostado por las promesas, moreno de blanco por los inicios, porque hay un político que siempre está empezando, y por ahí el blanqueo, estamos en ello, cojonudo, estamos en ello, como Pedro Saura con la deuda de Correos, el descojono. La baza de Rishi Sunak, cuentan, ahora es la inmigración ilegal, cuando el personal no quiere hablar de eso, le importa una mierda, los intereses son dos (por encima del whisky ancho de Margaret Thatcher en Downing Street y los desfases de Boris Johnson con la espada de la Guerra de las Galaxias iluminando habitaciones oscuras), esos dos que son aquí están: sistema de salud y coste de vida.

Rishi Sunak lleva la resta exacta conservadora en el bolso, un electorado todo con prostatitis y vaginitis tras catorce años de riego, las cataratas del Niágara, con una intención del voto donde no valen arpegios: 20% de voto para conservadores durante el último año; 45% para los contrarios. El señor primer ministro (Rishi Sunak) es muy zorro: la amenaza viene por la derechona de la derecha, como en todas partes, que llama flojitos a los propios y no comulgan con ningún centrismo hueco. «Reform UK», que antes estuvieron en el Brexit, son quienes ahora quieren comerse a los conservadores con patatas a las finas hierbas. Son euroescépticos, por supuesto, pero aspiran a mayores enemigos de la dieta morena de Rishi Sunak: cerrar fronteras, concertinas, barra privada, mientras el Curro Jiménez de los tories sigue con sus muecas.

El pueblo no está con el Partido Conservador británico, Labour es la esperanza, pero Sunak es quien se pasa por el arco de triunfo las derrotas municipales de mayo, la pérdida de dos escaños en Westminster, y niega con mucho aparato lo que es ya una derrota histórica. El votante conservador está hasta los dídimos de las promesas incumplidas. Falta Federico Jiménez Losantos con la arenga clásica: «No le hemos traído de Galicia para esto». Rishi Sunak no podía beber ribeiro ni albariño porque se volvía blanco, bajo la luna gorda, entre los olivos negros y la noche azul, donde el grito montaraz.

Traemos aquí a Sunak porque es una especie en repoblación permanente: el camaleón que a los suyos guiña el ojo bueno, pero sin votantes, sin votos, en el aire, por el hilo de alambre, en la noche sin rumbo (Raphael). Sunak, en el último descorche, tuvo una idea que antes fue erección: ley bestial contra la inmigración, deportar a todo Cristo, y mucho sistema público de salud (NHS), y que ahí no entre un moro ni un negro ni de puta coña. Lo de la inflación, sí, ya le pilla lejos, así tiene enfrente al conservador histórico que le canta en cada round todos los pueblos perdidos, todas las plazas perdidas, todos los bares y jaranas que ya son de otros. Keir Starmer, de los laboristas, anda con la petaca de Miguel Ángel Aguilar y Soledad Gallego pasándoselo bomba, el encanto electoral es él, no hay mayor hechizo electoral, no es moreno, no tiene la lengua larga, no promete aquello que puede incumplir, llega virgen y sano.

Rishi Sunak tiene algo de enterrador de los tories que no cantaba el Fary (los toritos enamorados) pero al mismo tiempo es su prestidigitador, quien mantiene el aparato en alto, sostiene el castillo de palillos, arquitecto de la nada y el viento. El peor resultado en cuarenta años de pelucón y pomada, con un moreno de olivar, donde se riza el aire gris, que llama ful a todo y lo cuenta de modo atractivo. David Cameron dijo a Sunak que no deje el micrófono ni para ir a hacer pipí. Sesenta y pico diputados de su propio partido le dicen a Sunak que tururú. Las elecciones municipales no son tan importantes, asegura nuestro lorquiano inefable, perder quinientas concejalías en las elecciones municipales es filfa, calderilla, poca moneda. El gran anzuelo permanece oculto: es y sigue siendo aquel grito de Boris Johnson, como una cuba, cuando dijo que sería el puto amo de Europa, sin pistola de agua ni espada galáctica. Muchos, todos lo creyeron. El Brexit fue el gran error y el peor camelo. Rishi Sunak prefiere no hablar de ello. La guitarra es larga y la luna durará hasta que acabe esta fiesta. Lo divertido es que no hay tories sin Sunak, y él mientras pide tofu y no copazos rubios a lo Boris.

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