Joan, no siento las piernas
«Laporta se revuelve contra Xavi porque este se queja de la mano que mece la cuna, porque con ‘lo que hay’ no avanza»
Xavi Hernández no escuchó las quejas de su predecesor, Ronald Koeman, quien, atribulado por una verdad palmaria, advirtió en voz alta de los riesgos inmediatos que acechaban al Barça, de esa ruina económica imposible para organizar un plantel competitivo, «es lo que hay», dijo, y por la denuncia de esa realidad irrefutable le tumbaron. Nunca pensó que había fracasado, sólo que intentó miles de soluciones y ninguna funcionó, como le sucedió al físico Edison. Xavi escuchó al corazón, que le pedía volver a casa, más que al cerebro, que le aconsejaba prudencia, rodaje y maduración. Supo que ni siquiera era la primera opción del presidente. Pero aceptó. Le barnizaron la plantilla con algún fichaje de campanillas, ganó 0-4 al Madrid; Aubameyang, uno de los refuerzos, metió dos goles, y Ferran Torres respondió a la sorprendente y millonaria inversión del club con otra diana. Acabó segundo en la Liga, que ganó una temporada después, además de la Supercopa. Pensaba, quizá, que quien manejaba los tiempos de la montaña rusa azulgrana era la fuerza de la gravedad y no Joan Laporta quien decidía la inclinación o accionaba los frenos. Incapaz de soportar el vértigo de esa atracción fatal, descubrió la virulencia del famoso entorno y anunció en enero que el 30 de junio se despediría y que renunciaría a un año de contrato sin cobrar. Luego, tras prestar atención a los cantos de sirena presidenciales, rectificó: «Yo sigo». Unos partidos después la continuidad ya no depende de él. Ha repetido el discurso de Koeman y en Can Barça han convocado al pelotón de fusilamiento. Seguir o no seguir ya no es el problema si lo previsto es que le fulminen.
Xavi es un técnico, no un ejecutivo; un militar de graduación, pero no el general. Sus maniobras en el campo, tan quebradizas, no pasan inadvertidas en los despachos, donde retumban sus declaraciones en la sala de prensa. Abajo juegan los futbolistas; arriba, los directivos. Cuando el entrenador no consigue que su mensaje cale en las alturas ni en el vestuario, utiliza el altavoz de los medios para hacerse oír. En estos casos, la estrategia, por manida, suele ser suicida. Sus gritos de auxilio se toman por ofensas. El Rambo de Santiago Urrialde buscaba consuelo en el mando superior, «¡coronel Trautman, no siento las piernas!», aullaba, y el coronel, cómplice de la desesperación del soldado, imploraba remedios que en el Barça se agotaron con las palancas, «es lo que hay».
Si Xavi no siente las piernas, es su problema, tan sencillo de solucionar como dimitir otra vez antes de que lo despidan. Acosado por los «negreiras» que fueron, los números que no salen y de Xavi las palabras, eco de las que mandaron a Koeman al paro, al Barça todo se le vuelven pulgas. Es un club complicado capaz de enredar todavía más la madeja. En el fútbol del siglo XX, el fango era el barrizal que los terrenos de juego no soportaban cuando arreciaba el invierno, y convivía, aún hoy, con los bulos habituales, como ese fichaje de fulanito o menganito que el avispado agente de turno se encargaba de amplificar, como ahora. Más allá del balón vivimos tiempos convulsos, amenazados por una cuadrilla de desahogados e instigados por quienes, a la sombra de aquellos, denuncian la polarización que ellos mismos provocan al sentir de cerca un magnicidio fallido. Hay quien piensa que el procés es pasado y Puigdemont un amigo, que la Tierra es plana, que el Holocausto no existió, ni el 7-O, que en los 700 kilómetros de túneles en el subsuelo de Gaza se reúnen los de Hamás para jugar al parchís y que –de vuelta al deporte rey– las diferencias entre los equipos de la Liga las impone la patronal cuando reparte el dinero.
Los números. En Reino Unido (68 millones de habitantes) hay 49 millones de abonados a las plataformas de pago; en España (48 millones de ciudadanos), 21 millones que pagan por ver LALIGA. La renta per cápita británica, 47.200 euros; la española, 30.320. El campeonato inglés ingresa 3.529 millones de euros por los derechos audiovisuales, la tercera parte por vía internacional; el español, 1.900 (1.100 más 800). El City, campeón, cobró de la Premier 206,5 millones; el último, Southampton, 121. El Madrid, el Barcelona y el Atlético reciben 161, 160 y 120 millones respectivamente; al fondo, el Mallorca, 45. El millón más que cobra el Madrid con respecto al Barça o los 40 de diferencia con el Atlético no son argumentos suficientes ni definitivos para calibrar el rendimiento de los contendientes. Hay otras razones que influyen en el éxito o el fracaso, como la capacidad de crecer y de captar patrocinadores, el marketing universal, la gestión económica y la planificación deportiva. Parece obvio que no es Tebas sino Florentino quien guía los pasos del campeón.
Laporta se revuelve contra Xavi porque este se queja de la mano que mece la cuna, porque con «lo que hay» no avanza. Su estancamiento choca con la solvencia con que el Madrid ha ganado la Liga, con la posibilidad real de que sume la decimoquinta Champions, el anuncio inminente del fichaje de Mbappé, la consolidación de una plantilla que desborda talento con Vinícius y Bellingham; en suma, el crecimiento uniformemente acelerado del eterno rival lo empequeñece, y reduce a lo testimonial los objetivos de los demás adversarios. Decía el gitano Melquiades (Cien años de soledad) que «las cosas tienen vida propia, todo es cuestión de despertarles el ánima». Cierto, mientras unos prosperan entre sueños cumplidos otros se han dormido en la autocomplacencia y no sienten ni las piernas ni cualquier otra parte del cuerpo, ni siquiera el ánima. Un desliz más y están muertos, fiambres.