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El huracán Taylor Swift y el surtido de canapés de la actualidad

«En cuanto se aprobó la amnistía, escribí en Twitter: ‘Han ganado los malos. Es la Historia de España’»

El huracán Taylor Swift y el surtido de canapés de la actualidad

La cantante y compositora estadounidense Taylor Swift ofrece un concierto este miércoles en el estadio Santiago Bernabéu de Madrid. | Juanjo Martín, EFE

1. Lo que me regocija del huracán Taylor Swift es que no sé cómo suena. No le he oído ni una ráfaga de canción. Mi percepción es solo visual. Y visualmente me encanta. Aparte de su seguridad en sí misma, que adoro (y que me imagino que, como todas las seguridades, se asienta en un humus de inseguridades superadas), me llama la atención que nadie repare en lo que es: un pedazo de mujer; un mujerón, vamos. Esto estalla, para mí, como un espectacular reventón de la carne ‘desde’ su cobertura pretendidamente asexual, que por lo visto es lo que la mayoría capta. Como los tiempos no parecen estar para lo otro, todos felices (incluido yo, por una vez).

2. Con los escraches que sufre, Pablo Iglesias no hace más que recoger lo que ha sembrado este vil envilecedor de la política española. Los repruebo sin resquicios: me dan un asco estomacal; mi sentido cívico instalado con salud en mis entrañas. Al igual que reprobé, con el mismo asco, los que él hizo o fomentó. Se da la paradoja de que yo tengo por ello autoridad moral para defenderle. Él no. (Y qué decir del Carnecrudo, ese monaguillo de la ideología para el que hay escraches buenos y escraches malos; o de la proetarra Aizpurua, que se solidariza con Iglesias cuando su trabajo durante años fue señalar escrachables en el País Vasco, en aquel contexto no de simples insultos y empujones, sino también de chantajes, secuestros y crímenes.)

3. Decíamos ayer que no todo el que denuncia la brutalidad belecista de Netanyahu, ese incompetente patán, es solo por ello antisemita. Pero sí lo es si usa la palabra «genocidio». Primero, porque no lo es en este caso. Segundo, porque la selección del término, aplicado a un pueblo que sí lo sufrió, se hace con maldad: es cuidadosamente nazi.

4. «La portada 170». Arcadi Espada en su podcast y Rafa Latorre en ‘La Brújula’ la han echado de menos en El País, que ha escondido en su interior la noticia de la definitiva absolución de Francisco Camps. A las acusaciones que ya son oficialmente falsas les dedicó 169, como contó Espada en Un buen tío. Un gran éxito periodístico el del maestro; o más que periodístico, moral: en esta empresa volvió a estar solo. Latorre entrevista a Camps y este está como una moto, con ganas de guerra política. Exhibe la energía que le falta al PP, y al antisanchismo en general. Por eso puede que le corten las alas.

5. En cuanto se aprobó la amnistía, escribí en Twitter: «Han ganado los malos. Es la Historia de España». Son tan tontos que uno me ‘recordó’ que en su día ganó Franco. Ni en mis literalidades se dan por aludidos. Son el franquismo sociológico perfecto. (¡Atados y bien atados!)

6. Si se comieron los GAL, es decir, el terrorismo de Estado, ¿cómo no se iban a comer la amnistía? Se comen lo que les echen.

7. Ver la pasokización del PSOE es mi única ilusión política ya, morirme, pero ver un minuto antes la pasokización del PSOE.

8. Qué barato le resulta al columnista darse imagen de progre al uso (es decir, gubernamental). En el surtido de canapés de la actualidad, basta escoger cada semana los adecuados. Pero aunque no quiera, le sale a la vez un retrato monstruoso: el compuesto por aquellos asuntos que eludió o de los que solo se ocupó un poquito, para que no se dijera.

9. Por fin me he puesto las conferencias de José Luis Pardo sobre Gilles Deleuze en la Fundación March: ¡extraordinarias! 

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