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Viento nuevo

Puigdemont: con ruido, no veo

El líder de Junts está empezando a pensar que todo este rollo de la amnistía solo ha servido para rellenar periódicos

Puigdemont: con ruido, no veo

Carles Puigdemont. | Europa Press

El ciego feroz no libera su ira. Está hasta los dídimos, nuestro emperador en Waterloo, harto del cotorreo diario de las peores urracas. El ciego feroz ríe y espanta a todos los búhos nocturnos, allá en Waterloo, sí, donde la noche cae sobre la ciudad como una religión negra, entre jirones de niebla y llamadas telefónicas como zarpazos biliosos. ¿Pero usted, oiga, no estaba en París disfrazado de vieja por los mercadillos? Yo nunca he salido de Waterloo, caballero, ahí está mi Corte y mi Corona.

A Puigdemont, Carlitos, se lo dicen muy claro todos los penalistas del orbe: el Supremo puede crujirte; tienes la amnistía pero no la amnesia, del delito de malversación no te libras ni con peluca. La vuelta fue cambiar de balcón, en la mansión de turno, donde asomarse por las noches con la mano metida bajo la sobaquera para hacer de Napoleón ful. Todo el ruido de la amnistía (mucho, mucho ruido) no le salvará el culo. Y a la amnistía le pasa lo mismo que a la música, cuanto más añades más desvirtúas: cada modificación sobre el texto añade grasa a su posible vida eficaz y natural. Es ortopedia de salón, pronto desmontable y rota

Los fiscales de los ropones prístinos (Fidel Cadena, Consuelo Madrigal, Jaime Moreno, Javier Zaragoza) lo tienen claro: la malversación no es amnistiable porque la ley excluye de forma clara la aplicación de la norma en aquellos hechos que afecten a intereses de la Unión Europea. La malversación fue la forma oficial de trinque: enriquecimiento personal y beneficio patrimonial para los matones (jefazos) de las algaradas. Esto ya no tiene que ver con poner cajas de zapatos en la calle como urnas para que el personal vote o no. El locurón es engañar a todos para forrarnos a lo bonzo, impermeables a cualquier escrúpulo, ajenos a nuestra propia conciencia: solo negocios, amigos.

Puigdemont, lleno de ruido, ciego por toda la basura de los tabloides digitales (como denomina Pilar Alegría a la nueva prensa que vigila y confisca al delincuente, e incluso zamarrea como debe al mensajero), en un balcón físico francés, pero mental de otra guerra imaginaria, ya no sabe qué hacer para que García Ortiz le abra un camino en el bosque de los ciruelos. Se lo dijo Raúl del Pozo a Juan Carlos de Borbón, cuando le llamó entre el susto y el sonrojo abdicatorio: «¿Y cómo tiene el ciruelo, majestad, porque eso es todo?». La malversación — explica la Sala Segunda– tampoco requiere el enriquecimiento del autor, sino la disminución ilícita de los caudales públicos.

Puigdemont no puede salir del cepo, porque no pide limosna en la calle, y todo es un inmenso negocio para quienes parten y reparten la tarta ocasional a su libre antojo. Puigdemont, sordo de sí mismo, está empezando a pensar que todo este rollo de la amnistía solo ha servido para rellenar periódicos: sigue en busca y captura por un delito de desobediencia, la malversación agravada de caudales públicos le tiene con el dogal apretado, y sigue continua el proceso por liderar Tsunami donde se le acusa en firme y negrita de terrorismo. Waterloo fue la paz, tantos días y noches felices, y este pueblecito francés es el queso cada vez más pequeño entre la charca de ratas y ratones gigantes.

Los que sí estrenan pulserita de crucero en la muñeca para pedir cubalibres gratis son los tres mosqueteros (Junqueras, Turull, Forn) gracias a la amnistía que perdona e invita a rondas nuevas (el referéndum, tan frío y sabroso, donde Rufián quiere hacer de maestro de ceremonias con frac, chistera y camiseta rota roquera con vaqueros muy ajustados de pichabrava). Puigdemont no ve, por culpa del ruido, tampoco oye, no se fía de nadie y bajo un claro nocturno, con sabor a flauta y mucha agua rumorosa entre las piedras, comienza a silabear con un nuevo hechizo: pactar con Feijóo, en el pacto de las derechas armónicas, contra todas las izquierdas zurdas que van a degüello. 

¿Salió ya en el BOE? No, no salió. ¿Saldrá mañana por la mañana? No lo sé, igual. ¿Saldrá pasado mañana por la tarde? No creo, pero no lo puedo mirar, porque tengo podólogo. La amnistía sigue en blanco en el BOE, con espacio para ella pero sin letra, con ganas de verla pero desaparecida, y ello es otro mosqueo en mitad del calor, donde los insectos zumban como mochuelos, donde la tierra firme parece ser la quemada, volver atrás para repetir lo mismo y obtener idéntico rebuzno: a ver, mira, compi, de lo de terrorismo no te libra ni Von der Leyen, entérate, solo la desobediencia, porque la malversación también jodido, muy jodido, habla con Feijóo, coño, habla.

El Congreso levanta el veto al Senado, pero los mejores regalos están todos bajo llave, ocultos y envenenados, lo sabe Puigdemont. Barra libre de cicuta solo para uno: no. Imposible tumbar al Parlamento Europeo y al Consejo, lo sabe. La vuelta imaginaria a España solo puede ocurrir vestida de vieja y mudo. «Soy una vieja que llora en el bar del silencio», decía Leopoldo María Panero. El Tribunal de Justicia de la Unión Europea no atiende a migajas.

¿Si el Supremo, oye, determina en Madriz que los delitos más graves no son amnistiables reactivará la euroorden? Claro, amor, pero no te preocupes, las esposas son frías solo las primeras veinticuatro horas. ¿Y la Sala de lo Penal puede meterme en la trena con la Ley de Amnistía en vigor y publicada? Claro, amor, pero los barrotes calientan cuando los miras más de cerca. Lo peor de todo es que ya nadie puede despejar el ruido para ver con claridad. Lo dijo Juan Ramón antes del Nobel de Literatura: «Con ruido, no veo». Pero él ya estaba escrito y no en blanco.

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