Europa. Es decir, nosotros
Europa nos ha hecho más libres, mejores, más prósperos, más influyentes
Este mismo mes, hace 54 años, el director del diario en el que prestaba mis servicios me llamó a su despacho. Acudí inmediatamente, entré preocupado, por si había metido una vez más la pata, y contento, por ser llamado por primera vez al sanctasanctórum del director.
¿Sabes que España ha suscrito un acuerdo preferencial con la CEE? Le contesté que había oído algo, aunque no tenía ni idea de lo que era aquello.
A los pocos minutos, abandoné el despacho con el encargo de escribir varios artículos «sólidos y bien documentados» sobre dicho acuerdo y con una advertencia clara: el Ministerio de Información y Turismo (donde mandaba Manuel Fraga) pagará como páginas de publicidad todos aquellos trabajos que expliquen y difundan el contenido del Acuerdo Económico Preferencial entre el Estado español y la Comunidad Económica Europea. En ese momento comenzó a emerger mi vocación europeísta.
Desde entonces, no he dejado de estudiar, observar, pensar y escribir sobre Europa y me temo (por mis lectores) que seguiré haciéndolo mientras el pulso no me lo impida. No se trata, pues, de la fe del converso, sino de una fe de convencido que hoy manifiesto en la antesala de las elecciones de mañana domingo.
No quiero olvidar un día como hoy, que desde el nacimiento de la CEE y antes, desde el nacimiento del Consejo de Europa, se acogió a los españoles del interior y del exilio que luchaban juntos por la concordia entre vencedores y vencidos. Sus esfuerzos cristalizaron en el IV Congreso del Movimiento Europeo, celebrado en Múnich esta semana hizo 62 años y calificado por el Régimen como el contubernio de Múnich. Aquella convocatoria desató una nueva oleada de persecuciones, destierros y cárcel para muchos de los que viajaron a la capital bávara, donde se rubricó la reconciliación entre partidos y grupos que se habían enfrentado en la Guerra Civil. Aquel encuentro fecundo lo resumió Salvador de Madariaga afirmando: «Hoy ha terminado la Guerra».
En este medio siglo largo transcurrido desde que el director de mi periódico me hizo el encargo de escribir sobre la CEE, ni que decir tiene que el momento cumbre fue el ingreso de España en las Comunidades Europeas, que nos volvía a entroncar con la libertad, con la paz, con la normalidad democrática, con el progreso, con la fraternidad entre países, con la puesta en común de ideales e intereses. Aquel paso histórico nos permitió disfrutar con pasión y desde dentro del derribo del último rastro de la tiranía en Europa, el Muro de Berlín.
Europa nos ha hecho más libres, mejores, más prósperos, más influyentes. En Europa estudiamos, trabajamos, disfrutamos de la cultura común y también de una posición económica más fuerte. Nos protegemos. Con Europa avanzamos, con mayor o menor celeridad, con errores y con aciertos, en una integración cada vez mayor que no desmaya en sus objetivos. Recordando siempre aquello que Robert Schuman enunciaba en 1950: «Europa, decía, no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas que creen, en primer lugar, una solidaridad de hecho».
Y en eso estamos. Reconociendo la gigantesca obra realizada y los gigantescos esfuerzos que aún debemos de hacer los ciudadanos que tenemos un pasaporte en el que se lee Unión Europea. Sin ignorar que nuestra Unión tiene enemigos que pretenden alterar lo que fue la razón superior de los primeros pasos de la integración, la paz continental. Sin ignorar que nuestra civilización, nuestra cultura y nuestro modelo de vida son un ejemplo, aunque algunos lo sienten como una amenaza.
Europa nos concierne. Cuando digo Europa hablo de usted y de mí. Hablo de nosotros, créame.