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Viento nuevo

Le Pen: tus ojos azules son un volcán apagado

«El voto joven radical es todo para Le Pen, aunque ahora Hollande se suba a la vespino, a ver si también le sube el ciruelo»

Le Pen: tus ojos azules son un volcán apagado

La fundadora de Agrupación Nacional, Marine Le Pen, durante una sesión en el Parlamento francés. | Vincent Isore (Zuma Press)

Marine Le Pen cruza los Pirineos como Aníbal cruzó los Alpes. Marine Le Pen, en un temblor de pechitos como flanes, habla de España mientras humedece su boca de fresa con la lengua nueva. El voto joven radical, en Francia, es todo para Le Pen, aunque ahora Hollande se suba a la vespino a ver si también le sube el ciruelo, ya sin amantes, porque Julie Gayet busca playas con abdominales. Marine Le Pen, a lo que vamos, eleva su voz esmerilada y febril por encima de todo silencio fúnebre. Habla de España, y coserá sus rotos. 

En el momento que coja el timón francés, echará a Puigdemont de sus tierras. La llamada «doble frontera» (por donde circulan a libre albur los inmigrantes secundarios) es otra confusión y nebulosa. Le Pen garantiza la libre circulación de nacionales por la UE, pero no así de delincuentes, quinquis, perseguidos, gente con expedientes abiertos o trámites penales en sus países de origen. No al tránsito buscavidas y habitual de ilegales, sin control por los mejores barrios de la UE. Debe acreditarse el derecho de entrada, y Francia protegerá a todo aquel que lo cumpla. No hay más ilegal que Puigdemont, y su propia situación, mantiene Le Pen, humilla a Francia.

Ella, rubia y marina, no quiere un país para criminales, del tipo que sean, y los peores acarrean todos periodistas detrás, con su alcachofa y bolsón de Primark. El guiño de Le Pen a España, ese disparo de guiño, no ha podido ser mayor: «Seremos implacables con todos aquellos que ataquen las instituciones legítimas de su país, especialmente si son países amigos y socios». 

Le Pen distingue a la Europa de las naciones, que vuelve, de la UE tan comercialona y que traga con todo a dos carrillos mientras haya pasta por medio. Lo dice sin pizarra ni tiza, pero es una lección histórica: «La Unión Europea no es Europa. Debemos reformarla para otorgar a los Estados más poderes y proteger las especificidades nacionales que han contribuido al ingenio y la influencia de Europa». La UE, sí, no es una casa de putas que entra cualquiera y la mayoría marchan sin pagar. Le Pen está con Ucrania, por ejemplo, en ayuda militar y civil, y en la condena a la agresión rusa, que solo busca pendencia y el saqueo mismo de toda la UE, guerra energética mediante. Europa, sí, fue muy fuerte y la UE es cada vez más débil.

Le Pen olisquea los 70.000 millones franceses que hay en España, a través de compañías diversas. Si en el 2027 gana las elecciones presidenciales, tras haber conquistado ahora las parlamentarias, igual cambian muchas cosas, con la vuelta de Puigdemont entre lacitos rojigualdos. Su política es proteccionista: prioridad de inversiones en Francia (todos a casa, chicos, porque la nocilla ya está sobre la mesa). Francia fue, de frente y por derecho, el segundo inversor en España durante la última década, por delante del Reino Unido y por detrás de Estados Unidos.

Las empresas francesas (según datos del Gobierno español) daban empleo a 380.000 personas en el año 2021, y en los últimos tres años subieron sus inversiones a 14.000 millones. Macron, para muchos, no hizo nada nuevo, sino seguir la línea tradicional del intervencionismo francés, que no solo roba la baguette y la mantequilla, sino también a Picasso y a Arrabal, que para ellos son franceses naturales porque hicieron toda su obra allí, sin que preguntase su Madre España. Es viejo el cantar: la España antropófaga, que devora o expulsa a sus mejores hijos, es puta reventona muy conocida en las plazas de la envidia y el mal.

Le Pen, con su voz esmerilada y mirada llena de peces, no es nada abstracta: limitará el afán por crecer en renovables de Energie, ralentizará la inversión en coches eléctricos de Renault y vigilará las decisiones en Defensa de Airbus. Los tres son supuestos, pero están sobre el tapete, junto al cigarrillo de colillas y la piscina con whisky de Paco Umbral. Nosotros, sin complejos, entre Esteso y Pajares, lejos de Arrabal y Picasso, con poca mantequilla para meterla por atrás como en la película de Marlon Brando, tampoco somos nadie: invertimos 25.000 millones (liderados por Cellnex y Colonial) en el país de Baudelaire, Delacroix y Rimbaud. Pero es un tercio, sí, de lo que ellos pagan aquí. Con todo este cacao maravillao, Macron volvió a los gatillazos, porque la prima de riesgo subió 25 puntos básicos hace semanas y la Bolsa perdió hasta un cuatro por ciento. Goldman Sachs lo explica de miedo en el idioma de Cervantes: «La llegada al mercado de Reagrupación Nacional preocupa a todos por el riesgo de una política fiscal expansiva que dispare el déficit público, y no porque Le Pen quiera salir del euro».

El que saldrá de Francia, precipitadamente, descalzo y sin calzoncillos, afeitado a la deriva y sin micrófonos, será Puigdemont. Le Pen no quiere ninguna clase de delincuente oficial en sus filas de vacas rumiantes y montañas tranquilas. Ni alcohólicos anónimos ni borrachos famosos. Barclays, por medio de sus analistas, dice: «Si la ultraderecha gana las legislativas del 7 de julio, puede adoptar una excesiva estrategia de gasto y la prima de riesgo subiría a los cien puntos, porque ya está en los ochenta». Todos, realmente, temen a los euroescépticos, que romperían el BCE. Somos el loco en el sanatorio mental de Van Gogh (‘francés’) y Leopoldo María Panero (español). A un enfermero pegahostias y especialmente feroz, Leopoldo le susurró aquello tan dulce y tan barato en estos momentos: «Tus ojos azules son un volcán apagado, pero no lo enciendas solo para mí».

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