Los leones gritan tu inocencia culpable
Las desapariciones lujosas, a su modo, orlan las inocencias culpables y las culpables inocencias
Javier Hidalgo medita en Botsuana, lejos de la ciudad imposible, donde Begoña culpa a los semáforos del estrés del sueño destruido. Las horas muertas, sí, pasan entre silencios llenos de ruido junto al pacífico desierto del Kalahari, donde una birra bien fría lleva dentro el canto del jilguero, donde el mismo hábitat animal del delta del Okavango es nuestro corifeo perfecto, por encima de las preguntas impertinentes de los ropones judiciales, por debajo de puñetas oficiales y las braguetas muertas, en la erección rosa de la vida dura sobre la página, donde el viento nuevo nos peina las guedejas y somos pureza, al haber perdido toda farfolla de álbumes y viles recuerdos.
Qué pureza, sí, perder la memoria con un beso bajo la sabana entera. La noticia salta ahora entre las hojas volanderas, nueva fusión y fisión de Air Europa con no sé quién, otra firma rica y llena de contaminación, ninguno de los elefantes de Botsuana van a la oficina, se limpian la trompa en el río y cantan con el culo. Javier Hidalgo deja atrás su alta vida social, sus rescates de Air Europa con o sin Begoñísima, su vida de negociador como gran jipi del mercado, la melena suelta, el rugido poético, las pulseritas de tela, la barba que nos borra el rostro, las pupilas fijas de águila, mirada rapaz, el número uno en todos los números de los folios viejos y arrugados, el de la risa anterior a la letra, qué más da quién rescatará Air Europa, si fue necesario, lo dicen muchos de los de los ropones, y lo mejor es dejar siempre un rastro de incógnita, una equis, un interrogante duro al derecho y al revés, que sean los perros de la prensa quienes se peleen, la máquina del fango, porque aquí en Botsuana reviven las palabras de Lagerfeld e Yves Saint Laurent: «El lujo es la soledad». Monólogo de hormiga (todo para dentro, como el bocadillo de mortadela de Belén Esteban) entre elefantes y dinosaurios como rascacielos.
Bruselas enreda mucho: quiere a Iberia fusionada con Air Europa, los pilotos gritan transparencia, las fusiones traen tijeras y guadañas: no, no, no rodarán cabezas. Los puestos de los trabajadores con compra o sin ella (porque toda fusión es una compra) están garantizados. Las azafatas cuentan lo que sus jefes callan: resulta excesivo ceder el 52% de las rutas de la aerolínea de Globalia. Los técnicos de las maletas musicales ríen en el idioma lujoso de los orientales.
Iberia lanza su parte oficial: nuestro objetivo es crecer, la ampliación de los remedies está controlada, claro que sí, porque ni dios sabe lo que son los remedies, todo culmina en las mismas sonrisas congeladas de siempre, Bruselas es la gran amiga del tongo y la ganga, dos por uno, e igual tres por uno, porque los echamos a todos, sí, a los de A y los de B, y metemos a los de C, que siempre hay un tapado calentito bajo las mantas y con cara de sueño, ajeno al mundanal ruido. Botsuana de mis amores, ay. «Botsuana, patria querida», como «Asturias, patria querida», la canción de los borrachos por la que Vázquez Montalbán pisó la trena coloradote y tirando de botijo entre los barrotes calientes, a punto de derretirse, como si fueran de chocolate y bizcocho.
¿Huye Javier Hidalgo a Botsuana? Todos los leones de melena negra y suelta, lo susurran entre sí al oído calentorro y arrugado como pis y manantial de vieja: «Aunque dejó de ser consejero delegado de Globalia en 2021, sigue siendo propietario del 10% de las acciones». Algo, coño, tendrá que ver en este quilombo. Juan José Hidalgo, además, presidente y máximo accionista de la compañía, papuchi de todos, jefe de la tribu, sabio de los cielos donde los aviones van torcidos como las letras de los contratos con Begoñísima, vaya quilombo, ché, tampoco abre la mui, a ella le dan por el bul, pero la sabana para Javi es fría a última hora de la tarde, ya empezada la noche, donde Barceló contó que entran unas ganas de la hostia de encender un petardo y seguir, sí, con las birras congeladas del alma mía.
Los leones, arrugados como viejas se contaminan de aquel lenguaje de pura orina que Neruda cantó en el Tango de la viuda, ese que me recitaba a mi Gimferrer mientras yo le gritaba sevillanas: «Y por oírte orinar, en la oscuridad, en el fondo de la casa,/ como vertiendo una miel delgada, trémula, argentina, obstinada,/ cuántas veces entregaría este coro de sombras que poseo». La culpa es fría.
La sombra es blanca en plena sabana: miras atrás, no hay culpa. ¿Bruselas se zampa a Iberia? ¿Iberia se zampa a Air Europa? ¿Air Europa se zampa a Bruselas? Todos hoy, amor, aquí en el aeropuerto, sin aviones, llegaremos tarde a casa en el vagón fatal, subterráneo, donde el engaño plural y envenenado pilota los raíles derechos. ¿Y Javi? Bien, gracias, lleva en Botsuana un par de meses, el proyecto es cojonudo: un gran hotel junto a la reserva natural donde también viene de jefe el Leonardo DiCaprio, la hostia de bien, cómo mola. Algo de farra por Dubai, pero bien, bien, bien.
Las desapariciones lujosas, a su modo, orlan las inocencias culpables, las culpables inocencias, esa mirada llena de folios y sumarios de leones que nos miran fijo como lo hacen las estatuas. ¿Y la declaración del 28 de mayo pasado en el Parlament Balear por el caso del transporte de mascarillas? No jodas, se le pasó, aquí las comunicaciones van fatal, creo que trajeron una en bicicleta el 3 de junio, hay que mirar, es que él no viene mucho por aquí, ¿sabes? El domicilio fiscal de la compañía Llucmajor (Palma) también es un lío y el abogado Ramiro Campos (Globalia) anda a mil. Botsuana: oímos crecer la hierba entre la vigilancia felina.