THE OBJECTIVE
Viento nuevo

Gentiloni y los precarios españoles

«El desempleo es alto, muy alto, el doce por ciento, y la mitad de los que trabajan son pobres de solemnidad»

Gentiloni y los precarios españoles

Paolo Gentiloni, comisario de Economía de la Unión Europea. | Cecilia Fabiano (Zuma Press)

Los amos de Europa cada vez se lo pasan mejor en España. Vienen a hacer los exámenes a la nación con sus lupas de jigas, la sonrisa en los ojos y los tobillos sueltos. Paolo Gentiloni, el amo de las perras, dice que España tiene controlado el déficit, hará otro examen cejijunto y voraz en otoño, pero mientras el bicho no suba al tres por ciento, está controlado. Ahora bien, el desempleo es alto, muy alto, el doce por ciento, y la mitad de los que trabajan son pobres de solemnidad, muy pobres. 

Paolo Gentiloni, moreno de folios nuevos, habla de un chapapote de precariedad extendida realmente incomprensible, donde el sesenta por ciento de los jóvenes vive con sus padres, donde hacer una vida aquí parece una quimera. Los contratos temporales, especialmente en la Administración, son del treinta por ciento. Escrivá, despeinado y dormido, sale a contestarle con la ración de patatas bravas todavía en la boca: España creará cuarenta mil plazas de funcionarios más. Gentiloni, alarmado y amarillo, solo ve camareros y empleados públicos por todas partes.

Ningún joven de la UE tiene las condiciones de uno español. Tres de cada cinco que trabajan lo hacen desde hace menos de un año. Además, la economía española, en minúsculas, está gripada, tiene una productividad baja, no llega a la media de la UE, todo anda en los niveles previos a la pandemia, manga por hombro. Paolo Gentiloni no dice lo que piensa: es normal que alguien, con apetito de hacerse una vida, se largue de aquí, aunque vuelva de botellón con los 90 millones de turistas que se avecinan. No hay personal cualificado, porque no se le paga, el mercado laboral está fragmentado y la inversión en «I + D» suena a troglodita, cavernícola y muy paleta.

Estos tíos mejoran, sí, vale, pero en comparación con el año 2012. A estos tíos hay que vigilarlos muy de cerca, dice Gentiloni, porque se escapan, y esa vigilancia reformada no deja de ser otra suerte de libertad vigilada, tras la trena negra. Pinta bien la ausencia de desequilibrios macro, el endurecimiento de reglas fiscales, la desviación presupuestaria, Italia y Francia están mal, pero aquí no hay empleo de calidad o muy poco. Gentiloni, con las muñecas calientes y los calcetines fríos, no puede decirlo más claro: la tasa de paro española duplica la del promedio de la UE, el empleo evoluciona pero el trabajador sigue pobre. España debe ajustar 5.6 puntos de su PIB, donde 2.7 corresponde a las pensiones. El IPC, de precios e inflación, cerrará este año por encima del 3%. El FMI dijo que España crecería al 2,4%, el Banco de España dijo al 2,3% y Gentiloni baja a los anteriores y, optimista, mantiene el 2,1 %.

Paolo Gentiloni, comisario europeo de Economía, pregunta dónde coño están las medidas anticrisis, la reforma fiscal y el plan de recuperación. No abrirá expediente, de acuerdo, borrará a España de la lista de morosos, vale, pero el mapa no necesita brújula: las vulnerabilidades bajan pero no desaparecen, y los desesperados siguen teniendo muchos motivos para no alegrarse. ¿Dónde vas con tanta alegría en la cara?, le vino a decir a Escrivá, aunque regales cuarenta mil puestos de funcionarios. El déficit y la deuda son como esos bohemios y quinquis enseñados a morder desde niños. Siguen elevados y aquí, al sol de la paella y del tintorro de verano, con hielos como manzanas, nadie parece preocuparse por nada. Sus letras quedarán recogidas en el llamado Paquete de Primavera: situación macro y fiscal de los socios de la UE.

España debe ajustar su PIB en 82.000 millones, e ir presentando ajustes fiscales y estructurales a medio plazo. Una reforma fiscal en condiciones, en limpio y bien proyectada, desactivaría el Plan de Recuperación Oficial, con muchas mayúsculas, en siete mil millones de pago de Bruselas. Gentiloni sabe cuál sería esa reforma: calidad, eficiencia y equidad del gasto público; crecimiento económico y transición verde. Todo eso casa, pero mal, con los cuarenta mil borrachos de Escrivá que ya hacen cola para fichar y no volver a trabajar hasta mañana, cuando fichen de nuevo. El crecimiento económico —se desespera Gentiloni— no puede estar sujeto en alzas fiscales como tasas a la riqueza o impuestos a bancos y energéticas. 

Por los pasillos le hablan a Gentiloni de un bigote doméstico y domesticado, nuestro Pepe Álvarez del alma (UGT) que solo busca tasar con la CEOE las horas extras. Los bigotes pacíficos son los peores. César González-Ruano, que escribió treinta mil artículos y ochenta libros, padre del periodismo literario con Pla y Camba, dijo siempre que el bigote debía ser impertinente. Gentiloni no cree en los horarios y sí en los sueldos: la UE paga como nadie pero sin horarios, 24/7, pegados a un ordenador con lucecita hasta dentro de la nevera donde vamos por un helado blanco.

Las mil páginas de Ruano en su dietario acaban: «La soledad es blanca. El terror es blanco». España sigue un poco de fiesta, piensa Gentiloni, lampiño y despeinado, con ganas de playa y brisa sin peces. Todo es un castillo de naipes al que el viento más leve, cierto susurro, echará por tierra. Conviene animar, piropos con espumarajos y gargajos como una tortilla francesa en la acera, bien caliente, y muchas palmadotas a la espalda con las manos duras por el cemento. Conviene animar pero esta casa es una ruina. Álvarez quería explicar cómo que el promedio europeo son 150 horas anuales fuera de la jornada, pero ya es tarde para el amor.

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