THE OBJECTIVE
Viento nuevo

Carlos Cuerpo calla y traga saliva

«España vive a la cola del resto de países europeos en lo que a productividad refiere, dicho por la Comisión Europea»

Carlos Cuerpo calla y traga saliva

El ministro de Economía, Carlos Cuerpo. | Europa Press

El ministro vive la blancura espectral de su propio yogur. El ministro, con cara siempre de haberse comido un yogur pacífico y relajante, habla sin mover la boca, los labios, los ojos ni las manos. El ministro de Economía es el envés hoy del periodismo: uno, las respuestas sin preguntas; el otro, las preguntas sin respuestas. Bruselas es una señora de tacón alto y escote bien amueblado que pregunta y pregunta para solo recibir silencio, blanco como el yogur, blanco como el terror y el insomnio, blanco de pesadilla, folio y nieve. «Eso es nieve de ayer», respondía un bohemio amigo sobre el presente más angustioso, todavía sin solucionar, hoscas y pufos del largo camino empedrado.

¿Qué pregunta Bruselas? Ningún lirismo al respecto: qué coño pasa con la agricultura y la construcción. Bruselas, pese a los paseos de Gentiloni para tomar cañas, ve la economía española gripada: su falta de productividad no se entiende. Bruselas emite letras negras como las onzas de paz que podemos echar al yogur natural del personal tan relajado y flipado: «La productividad laboral es una debilidad endémica de la economía española». El país no produce, y no lo hace en el agro y en el ladrillo, que es donde siempre lo hizo, para todavía mayores dudas e interrogantes por los cielos nubosos y oscuros. 

España vive a la cola del resto de países europeos en lo que a productividad refiere, dicho por la Comisión Europea.  Curiosamente, aplaude el comercio minorista y mayorista, que resisten como auténticos campeones. Dice la Santa Comisión: «La baja productividad en sectores como agricultura, silvicultura, pesca y construcción puede contribuir al limitado rendimiento de la productividad agregada». Si España es una orgía de sol, qué cojones es lo que pasa, por qué el campo no vomita tesoros espléndidos y vive lastrado, qué ocurre. Desde el 2005, según la UE, no subimos en productividad ni una miaja.

Carlos Cuerpo no sabe y no contesta, calla y traga saliva. Los sabios de la tribu (Fundación BBVA, IVIE, etc.) ya publican sus informes acerca de la productividad retardada, en retroceso, según un índice o cosa «PTF», que implica añadirle un menos siete por ciento a todo lo nuevo que quieran hacer. En lo que refiere a productividad trabajada, las horas precisas e imprecisas del obrero, andamos en un nivel prepandemia. La productividad estancada es peor que la otra, la invisible, y lleva a un mercado laboral débil, bajo nivel comercial, pequeño tamaño de las empresas, pequeña inversión, pequeños sueldos, ganas pequeñas y ninguna innovación. Carlos Cuerpo oye, pero no escucha, porque escuchar es siempre prestar atención a lo que se oye, y la vida sigue. 

Europa sugiere sus planes de recuperación, sus leyes de creación de empresas y crecimiento empresarial, su ley de «startups», su ley de insolvencia, su ley de «kit digital», sus incentivos a la competitividad industrial, la industria comunitaria puede batirse al natural con China y Estados Unidos en los mejores sueños, pero sin España, porque España lastra, y el sueño español se deshace al caer todos juntos de la cama y despertar, cuando ya no apetece desayunar ni un yogur barato (sin bio ni zurrapas de café). Más claro: sin productividad no hay competitividad y, a menor inversión, mayores cierres. Sin transición verde ni digital, no hay Europa, por lo que hay que poner a todos los albañiles y campesinos con un ordenador de la manzanita mordida en el andamio, junto al bancal para la siembra donde los gorrinos hozan y las gallinas no paran de follar caliente.

La Comisión Europea -mientras Carlos Cuerpo ayuna- quiere cambiar los instrumentos de mercado, a la vez que pide otras importaciones y exportaciones. Una rémora viva es el tamaño, que siempre importa, y las empresas españolas, al revés que los falos y cipotes de sus trabajadores, son cada vez más enanas: un rebaño de pymes eternas que, aún recogidas en rebaño, hacen bulto, pero no dan la suficiente leche. El sur vuelve a lastrar a la rica Europa del norte y sus lujos. Gentiloni va y viene, Gentiloni nos echa un cable lo más largo posible, escribe sus informes, nos saca de la lista de morosos, sigue con sus teorías sobre el equilibrio y el desequilibrio, pero en el fondo todo son recetas farmacéuticas donde la enfermedad continua y sigue. La UE entrecomilla a Paolo Gentiloni, un buen amigo, porque quiere resultados. Sus teorías sobre el déficit, en particular, donde no son necesarios más ajustes, son negadas por los altos jefes de negro de la UE.    

Debemos la lluvia de millones Next Generation a Gentiloni. Apenas hemos vuelto al PIB anterior a la pandemia. Las letras de nuestro amigo, dicen, son políticas y quizá demasiado cariñosas para la UE. «No cura el médico al paciente, sino por la entonación con que le habla», decía Joseph Brodsky desde el manicomio, loco de atar. Gentiloni, a su manera, borró las viejas reclamaciones del Ejecutivo comunitario y puso otras encima sobre las tachaduras frescas de tinta (liberación del mercado de trabajo, reducción de la fragmentación, etc.). Gentiloni es la gran baza de Sánchez para el reparto de cargos de la UE. Llegó a suspender reglas fiscales, para aflojar la marcha, pero Meloni le va a cortar las alas y los pies, a la altura de los tobillos. La pinza de Calviño (Luxemburgo) y Ribera (Bruselas) no acaba de salir. Lo que sale es la cuchara del yogur natural de Carlos Cuerpo, que vive bien sin Bruselas ni Luxemburgo, mientras come, calla y traga saliva.

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