THE OBJECTIVE
Manual de buenas maneras

El móvil, fascinación y grosería

«El móvil es un prodigio técnico que, usado sin educación y cortesía elemental, se convierte en una manifestación de vulgaridad»

El móvil, fascinación y grosería

Jóvenes miran dispositivos móviles. | Freepik

¿Debemos comenzar cantando las virtudes casi mágicas del móvil o celular? ¿O recordando aquellos ‘telefonitos’ muy chicos, que podías traer y llevar, pero solo para hablar servían? Los ‘telefoninos‘ que decían en Italia. Frente al teléfono de toda la vida, aposentado en una mesa -el fijo-, surge el teléfono que te permite moverte y no solo caminando en la habitación, sino caminando por la calle o de viaje. Aquellos móviles (sin fotos, ni videos, ni internet) eran todavía usuales hace 20 años, quizá no es tanto. Pero hoy el móvil sublime es como un tercer brazo o una cartera privada. Por internet accedes a buscadores, datos, películas, conexiones bancarias, correos electrónicos y ya han dejado atrás a la tarjeta de pago (va en el móvil), e incluso lleva los billetes de tren o avión, los cuales no hace falta imprimir. En el móvil hay fotos íntimas, conversaciones de desdén o amor, vídeos de todo tipo, aplicaciones para pagar como bizum, películas, apps múltiples, incluyendo Instagram, donde se hace política o se ven imágenes de chicos y chicas, todos guapos, que se largan unos bailecitos por lo general inanes, pero que tienen cientos, miles de seguidores, influencers que, a menudo, ricos en likes, parecen tener muy poco más bagaje en su vida, ahora juvenilmente feliz, se diría… Sin duda el móvil con internet (resumiendo) ha sido y es un salto inmenso de progreso técnico. Ha hecho, valga la paradoja, que nos quedemos atrás de nosotros mismos, pues la mayoría usamos una tecnología sofisticada de la que muy poco sabemos, pero de la que no sabríamos ya prescindir. ¿Qué ocurre si se te pierde el móvil? Te has quedado sin piernas o sin cabeza. Alguien me dijo: ¿Cómo se vivía cuando no había móviles? Contesté la verdad: bien, sin especial problema. Pero entiendo (era el fondo de la pregunta) que a ese paleoedén no hay retorno.

«No se trata de un mero cambio de costumbres, hablamos o vemos graves signos de psicología y cultura alteradas»

La primera vez que me preocupó el uso del móvil (hace ya unos años y era y es entre jóvenes) fue entrando a un bar nocturno. A un lado, en unas sillas o gradas, había tres muchachos, más o menos de la misma edad -digamos 20 años- que estaban muy juntos; obvio, eran amigos, pero que ni se miraban ni se hablaban, cada cual enfrascado en su propio móvil. Lo comenté con mi acompañante, y nos fijamos en el trío. En algo más de media hora, todo siguió en esa inmovilidad extraña, sembrada todo lo más, de sonrisitas individuales y no comunicadas. Poco después leí sobre el peligro, para muchos jóvenes, del uso absorbente del móvil, formas distintas de autismo. ¿No tienen nada que decirse? Otro amigo fue más lejos: «Sí, y se lo dicen, pero se lo escriben por el propio móvil con la múltiple grafía simplificada: xd k mda». Por si necesitan traducción: por dios, qué mierda. ¿Prefieren el teclado a la voz? No se trata de un mero cambio de costumbres, hablamos o vemos graves signos de psicología y cultura alteradas. Muchos alumnos miran el móvil (semiescondido) cuando están en clase y otros lo siguen mirando mientras almuerzan en casa o se comen una hamburguesa. Estas reacciones anómalas y muy ampliamente empobrecedoras ya han puesto en alerta a autoridades y adultos. Se prohíbe el móvil en clase y cuando se come en familia. La alerta está dada, pero ¿hay resultados o aún es pronto? La generación de las «cabezas agachadas» no es mera anécdota.

Un amigo (hace casi un año) conoció a una chica de 22 años con la que se fue de vacaciones a La Palma. Era una aventura joven e inicialmente muy vibrante, pero -me contó-, poco después de una semana, junto al mar, en un idilio romántico, Carmina hablaba cada vez menos, absorbida, casi abducida por su móvil. Jose, el amigo, le reconvenía amable y ella se excusaba, pero sin apenas éxito. Cuando él puso ya muy en serio el tema sobre la mesa, contestó la ‘damita’ que en el móvil estaban sus cosas. Él argumentó (de ahí esas vacaciones) que él pensaba ser «una de sus cosas». La joven replicó que sí, pero que no era lo mismo. Supongamos que el idilio había terminado -como en efecto terminó-, pero pudo haber explicaciones, motivos y no solo «inmovilismo». El móvil terminó con una historia de amor, sin motivo aparente. Igual es frecuente (y muy mal educado) que sentados tomando un café, suene un móvil y el otro lo coja y hable sin decir que está ocupado. Es bueno este aviso: Dejar tu teléfono a un lado y prestar atención a los que te hablan. Hay una aplicación para eso, se llama respeto. Verdad casi de Perogrullo, pero rota muy a menudo por la mala educación reinante.

El móvil es un prodigio técnico que, usado sin educación y cortesía elemental, se convierte en una manifestación de vulgaridad. El móvil nos hace más brutos y toscos. Además, la propensión al solipsismo, a vernos como ejes de un todo impreciso, puede alterar la salud mental. Buena técnica que revela nuestra grosería y nuestra humana poquedad. Mal camino.      

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