THE OBJECTIVE
Hastío y estío

Cuando llueve en la Ciudad del Amor

«La capital francesa se convierte en la capital del mundo del deporte»

Cuando llueve en la Ciudad del Amor

París, la Ciudad del Amor y capital olímpica. | Archivo

El pasado viernes en París se inauguraron los Juegos Olímpicos. La capital francesa se convierte en la capital del mundo del deporte. Cada zona de la ciudad se llena de esos seres humanos que llevan la excelencia a la disciplina deportiva que practican. Hace tiempo que se convirtieron en las nuevas estrellas del rock o del cine de Hollywood. Este primer párrafo es un homenaje al articulismo llevado a cabo por Rajoy durante la Eurocopa. La sencillez y la obviedad no ciegan, pero tampoco deslumbran.

Todo eso está muy bien. Pero al fin y al cabo la cosa va de ver a personas llevando al límite sus cuerpos hasta la extenuación, lugar donde ésta el éxito. No sé por qué, pero el sufrimiento que se ve en sus caras a un servidor le proporcionan paz. Todo el mundo sabe que el deporte hay que verlo tumbado o tirado sobre el sofá de la manera más antiestética posible. Una estampa que de vergüenza verla desde fuera. El cansancio ajeno sólo es soportable desde la pereza propia llevada a sus últimas consecuencias. No sé si a ustedes les pasará, pero cuanto más veo sudar y sufrir a un maratoniano, jugador de balonmano, o tenista, más ganas me dan de quedarme dormido, o si tengo un momento heroico, de estirarme de tal manera sobre el sofá, que una pierna se pose sobre la parte alta del respaldo, y el brazo contrario toque el suelo del salón en busca de las migas de las patatas fritas. 

Lo mejor de los Juegos son los deportes minoritarios. Este año se ha aceptado como tal y por primera vez al break dance. Bailar sobre un ritmo urbano mientras te descuajeringas como si te hubiera dado un brote psicótico. Un deporte hecho para zombis, que cuando recuerdo el resto de disciplinas desde mi sofá, tan hecho a mí, que confundimos nuestras pieles, y observo mi postura vital, me hace tener un optimismo temporal ante como se me debe ver desde fuera, y creer que sí que podría ser un deportista de élite y presentarme a los siguientes Juegos Olímpicos

En definitiva, los Juegos Olímpicos son como el Tour de Francia, pero de una manera más variada. Sirven para echarte la siesta y darte cuenta de que no tiene sentido llevar el cuerpo a esos límites. Todos los que hacemos deporte de manera amateur sabemos que lo mejor de realizarlo es lo bien que te hace sentir psicológicamente, y sobre todo las cervezas de después. Cuando miras la televisión, les ves tan estresados que el bostezo es irremediable. Son las cuatro de la tarde o las diez de la mañana, y te acabas de despertar. Estas de vacaciones, has dormido mal por este calor que sólo gusta a la gente con mal gusto y a los delincuentes. Es muy fácil confundirlos, pues cuando no ejercen de una cosa lo hacen de la otra.

Mientras aquí hace tiempo que no cae agua del cielo, la lluvia decidía aparecer el día que menos se deseaba en París. Todo estaba preparado para que la ciudad del amor luciera sus mejores galas. Pero en la vida y en el articulismo hay que mojarse sí se quieren hacer las cosas bien. Calarse hasta los músculos más fortalecidos del atleta más evidentemente egocéntrico. Actuó Lady Gaga y a ella no le llovió. Todavía era de día y la luz solar se centraba en entrar en la cabellera de la cantante. Cantó, bailó y tocó el piano, y sentí la misma emoción que cuando Carvajal saludó al presidente del gobierno. Con una sola diferencia, yo no podía dejar de mirarla a los ojos. 

La lluvia eligió la oscuridad de la noche para hacer su aparición. Quiso ser discreta, pero su violencia lo hizo imposible. Un caballo metálicamente acartonado caminaba sobre las aguas del Sena. Hombres barbudos maquillados y pintados como puertas hacían cosas que un servidor no entendía. Miré la mesa de mi saloncito y sólo me había bebido una cerveza. Después salió Nadal para darle sentido a todo, pero duró demasiado poco ese momento. Y al final Celine Dion hizo su versión de una canción de Edith Piaf. Un “Himno al amor” pasado por agua. Los corazones de los deportistas se encharcaron de una sangre tan cristalina como transparente. Cuando me desperté el dinosaurio había cambiado de apariencia, pero en mi televisión seguían apareciendo seres mitológicos, y dicen que no se irán hasta dentro de dos semanas. Un sonido quejumbroso salió del sofá. Tres días después calla y acepta el resultado con deportividad. He decidido que cuando acaben las Olimpiadas cambiaré de sofá. Las relaciones por mucho que duren, hay un momento que si no evolucionan deben terminarse. Todo preso sabe que los últimos días de condena son los más lentos en pasar. Más aún que estar viendo, como lo estoy haciendo yo en este momento, el deporte náutico de la vela en mi televisión. Y es que al final la vida es nadar para acabar muriendo en la orilla. Si no que se lo digan a mi sofá.

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