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A los socialdemócratas solo nos queda Puigdemont

«Hay un antisanchismo tóxico, naturalmente. Pero incluso ese resulta menos tóxico que el tóxico sanchismo»

A los socialdemócratas solo nos queda Puigdemont

Carles Puigdemont. | Agencias

1. Un hombre delicado como yo tiene que detestar a los turistas. Arman ruido, son estéticamente feos, su capacidad intelectual es ridícula, hay que comunicarse con ellos con muecas de chimpancé… Solo que tales defectos los tienen, potenciados, los locales. Llevo toda la vida crucificado por mis paisanos los malagueños. Lo de los turistas ahora son alfileritos comparado con lo que he pasado.

2. Me pongo la entrevista a un escritor español casi de mi edad. Magnífico y aireado discurso. Fértiles ideas. Actitud adecuada ante la literatura, ante el conocimiento y ante la vida. Además, aunque es un pelín relamido, me cae bien. Es una verdadera lástima que no sepa escribir.

3. La celebrada pregunta del periodista Garea a Sánchez («lección de periodismo», no cesaban de repetir) era muy normalita. Correcta sin más. Si parece extraordinaria es simplemente por comparación con el resto. En especial con las de los «periodistas» del oficialismo. Vivimos en un socavón y ya nos hemos acostumbrado.

4. Una politóloga gubernamental habla del «tóxico antisanchismo». Me imagino que será una de las categorías epistemológicas de las que cocinan en Moncloa para su ciencia: maniobra mediante la cual Moncloa se mantiene (un poquito más) al tiempo que su ciencia se hunde (otro poquito). Hay un antisanchismo tóxico, naturalmente. Pero incluso ese resulta menos tóxico que el «tóxico sanchismo»: siquiera sea porque es el sanchismo el que está en el poder. Al fin y al cabo, lo del «tóxico antisanchismo» suena como lo de la «conspiración judeo-masónica» de Franco. Hay que tener cuidado con lo que se dice desde el poder. 

«Se entiende la querencia catalanista por poner el contador a cero, borrar el momento infame de Cataluña alzándose contra una democracia»

5. Se entiende la querencia de los catalanistas (esa especie en cuya rama masculina abundan los individuos con el nombre acabado en -i y el apellido en -ez) por «poner el contador a cero». No en vano se trata de borrar un momento infame: el de su amada Cataluña alzándose no contra una dictadura sino contra una democracia; concretamente, la democracia a la que pertenece. Que el amor sobreviva a ello es explicable, después de todo el amor es loco. Pero la ficción de que persiste un entramado cultural exquisito no cuela. El ‘procés’ se cargó el catalanismo, y su desaparición es el único contador a cero que ha operado en lo que a él respecta. Los perdones y beneficios políticos son otra cosa, despejan otro ámbito. En este los catalanistas son ya solo monigotes enfáticos y huecos. Uñas y pelos que le siguen creciendo a un cadáver.  

6. Después de que las bases de ERC hayan certificado la voladura de la socialdemocracia en España (con la imprescindible colaboración del PSOE), a los socialdemócratas solo nos queda Puigdemont.


7. Hace cien años, el 3 de agosto de 1924, murió Joseph Conrad. Quizá sea el mejor novelista. Ninguno ha sabido combinar tan bien estas tres virtudes: precisión, elegancia y fuerza. Ahora recomiendan la biografía de Maya Jasanoff, La guardia del alba. Yo leí la de John Stape, Las vidas de Joseph Conrad. Es curioso, pero lo que se me quedó de aquella lectura es todo el papeleo que había que hacer antes y después de las travesías marítimas. Me recuerda a una anotación de Ernst Jünger al principio de ‘Radiaciones’: «Todas las guerras empiezan con cursillos». Algo de eso se ve en ‘La línea de sombra’, en que estaba el papeleo antes, el papeleo después y en medio una extraña aventura: la de la calma chicha. Pero al término lo que quiere el capitán, envejecido, madurado tras su primer mando, es embarcarse de nuevo: dejar atrás la juventud de acuerdo con la advertencia de la línea de sombra.

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