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Opinión

La odiosa moda de romantizar el esperpento

«Ahora la historia la escriben quienes más jeta tienen y menos prejuicios demuestran enfrentándose a los hechos»

La odiosa moda de romantizar el esperpento

Ilustración de Alejandra Svriz

Siempre nos han vendido que la historia la escriben los vencedores. Pero las cosas han cambiado en estos tiempos virales de fake news y verdades alternativas: ahora la historia la escriben quienes más jeta tienen y menos prejuicios demuestran a la hora de enfrentarse a los hechos. ¿Quién necesita documentación cuando tiene imaginación? ¿Para qué demonios queremos fidelidad cuando podemos alcanzar inusitadas cotas de espectáculo, algo mucho más entretenido que unos acontecimientos o personajes insulsos? ¿Recuerdan aquella máxima sobre el periodismo que se basaba en «no dejar que la realidad estropee un buen titular»? Pues esto es lo mismo, pero aplicado al revisionismo histórico.

Los Javis han encontrado un filón en este nicho. Todo comenzó con La Veneno, personaje que parecía sacado del Izas, rabizas y colipoterras de Camilo José Cela, sobre todo en eso del Drama con acompañamiento de cachondeo y dolor de corazón. Pepe Navarro la rescató de entre los rincones más oscuros del madrileño Parque del Oeste para darle unos minutos de gloria televisiva sin imaginar el impacto que su desvergüenza y vulgaridad tendría en la audiencia. Aquella analfabeta funcional marcada por un destino terrible, una vida de sordidez y fracasos, de violencia y maltrato, se convirtió de la noche a la mañana en famosa. Su nombre era Cristina, su apodo, Veneno, le venía por la toxicidad de sus relaciones con los hombres.

Cristina, La Veneno, era más de hacer enemigos que amigos. Y no tuvo empacho de mostrar lo que ahora llamaríamos homofobia y transfobia tras un conflicto con Bibiana Fernández: «Yo reconozco que me siento mujer, me siento muy femenina, pero yo no soy ninguna mujer. Mujer mi madre, que es la que me ha parido. Pero yo soy un pedazo de maricón. Asín (sic) de claro. Ella es un maricón castrao. A mí que no me vengan a decir las que se han operado que se siente mujer, porque no. Lo vuelvo a decir, mujer mi madre, que tiene matriz. Las otras, su organismo por dentro es de hombres. Por mucho que se opere, por mucho que se haga, ellas no pueden parir». Hoy en día, con ese discurso estaría cancelada por tierra, mar y aire. Sin embargo, los Javis no dudaron en obviarlo para mantener en pie el tinglado sobre el que construían la imagen de un icono LGTBIQ+ que supuestamente luchó por los derechos del colectivo. Nadie la recuerda iniciando ninguna batalla, ninguna manifestación, ninguna acción que mostrara su adscripción a la causa: a ella solo le preocupaba la popularidad y el dinero para tener contento a su chulo. Pero ya lo hemos dicho, que la verdad no nos joda el relato.

Era tanta su necesidad, que acabó por prender fuego a su apartamento para cobrar el seguro. Fue algo tan burdo que dio con sus huesos en una cárcel para hombres. Al parecer, vivió tres años de infames vejaciones y malos tratos que la llevaron a abandonarse por completo, hasta el punto de salir prisión con 120 kilos de peso. Su extraña muerte, golpeada y amoratada tras el consumo de ansiolíticos, vino a confirmar que el éxito de la televisión fue solo una tenue llama entre tanta oscuridad. Fue una víctima, pero no una heroína. Aunque ahora tenemos una serie que viene a cambiar el cuento.

Siguiendo el mismo esquema, los Javis han puesto ahora su mirada en las aventuras de Yurena, antes conocida Ámbar, antes conocida como Tamara, la mala. La nueva serie la trata como superstar. Seamos serios: aquella Tamara que se hiciera popular junto a su madre, Margarita Seisdedos (cuenta la leyenda que llevaba un ladrillo en el bolso para defenderse de quienes se cachondeaban de la niña), nunca fue una artista, nunca cantó bien, nunca bailó bien. Era un fraude al que la televisión seguía la corriente porque era una pura caricatura que daba audiencia por el surrealismo que la acompañaba. Así, protagonizó toda una serie de alocadas peripecias junto a una fauna, la pandilla basura, capaz de cualquier cosa por un titular, por un reportaje: Tony Genil, Paco Porras, Leonardo Dantés, Arlequín, Loli Álvarez. Cada uno de esos personajes parecía concebido por un guionista en pleno delirio, con sus estilismos, su forma de expresarse, su afán de protagonismo. Carentes de vergüenza o dignidad, parecían una constante parodia pergeñando tramas para crear conflictos y contenido. Atrapados en la miseria, eran el resultado de años de picaresca, elementos de una subcultura tan española como el esperpento.

Que ahora vengan a contarnos que eran unas estrellas, gente brillante, de talento: lo siento, no cuela. Al menos, para la generación que vivió esa época en sus carnes. La pena es que los nuevos espectadores, carentes de toda referencia real sobre ellos, tragarán con el cuento y asumirán la nueva iconografía como real.

Lo escalofriante es ver lo fácil que resulta manipular el pasado: si se hace con criaturas tan banales como La Veneno o Yurena, ¿qué no se hará con acontecimientos o personajes realmente importantes de nuestra historia?

Qué daño hace la ignorancia.

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