THE OBJECTIVE
MANUAL DE BUENAS MANERAS (VI)

Tú, usted, usía, excelencia

«¿No es lógico y bueno que una sociedad establezca un código de respeto y cortesía?»

Tú, usted, usía, excelencia

Ilustración con distintas civillizaciones. | Ilustración de Alejandra Svriz

Nunca voy a olvidar la primera vez que vi y traté personalmente en su casa de Valencia, al gran Juan Gil-Albert. Enero de 1975. Yo era muy joven, pero ya hacía casi un año que tenía trato epistolar (otra calidad desaparecida) con ese gran escritor, poeta y persona menuda, elegante, ultracivilizada. El encuentro era tan esperado y deseado que yo me sentí, casi al instante, conocido y amigo ya de Juan y noté que él -con 70 años- me correspondía. Por tanto, las horas felices que pasamos juntos conversando en su saleta y tomando un té, nos tratamos de tú. Solo al despedirnos en la puerta, vine a percatarme de mi falta de urbanidad o cortesía (eso entonces aún importaba) al haber tratado de «tú» -sin preguntar, sin permiso- a un señor mayor al que, además, consideraba, quería y admiraba. Así es que se lo dije: Perdóname, Juan, te he tratado de tú sin darme cuenta. Él estuvo enormemente amable: Por favor, Luis Antonio, ha sido algo espontáneo y natural, que viene a demostrar nuestra amistad naciente. Sonrió y me dio un abrazo, pero antes de que saliera, agregó cordialmente algo que no he olvidado. Añadió: Solo nos hemos perdido un pequeño placer. Porque es muy grato ese momento en que se permite el paso del usted al tuteo, señal evidente (y muy grata) de que la amistad ya anda sola… Tenía toda la razón. Estas cosas -estas sutilidades- hoy parecen carecer de sentido. Todo es la simplicidad tosca del infinito y vulgar (no podemos cesar de repetirlo) «todo vale». 

Sí, hasta no hace tanto tratar de «usted» a mayores, personas notables, o simplemente clientes de un restaurante o establecimiento, era normal y establecido. Señor, ¿qué le puedo ofrecer? / ¿Está usted servido?/ Sea bienvenido, caballero. A mí me sorprende (mal) pero no tengo otro remedio que habituarme, cuando ahora entras en compañía a un establecimiento no vulgar, y se te acerca una señorita joven, boba y sonriente, que dice feliz: «Hola chicos, ¿qué tal? ¿Queréis mesa?» Todos lo aceptan, pero esa cordialidad, esa completamente falsa familiaridad, ¿no es una evidente falta de respeto, agravada si los interpelados son personas mayores, ancianos incluso? El tuteo se ha convertido -salvo muy pequeñas excepciones- en el único trato.

¿Democratismo? Todos somos iguales. Acaso, pero podríamos seguir siendo iguales con maneras, con cortesía, con respeto. También es harto frecuente en el taxi o el Uber. Subes y el conductor (mujer u hombre, la mujer no cambia nada) te dice, y tienes ya 70 años: Hola, buena tarde. ¿Dónde te llevo? Confieso que a veces, por hacer valer una educación inversa, yo contesto: Si es tan amable puede llevarme usted a la Gran Vía. Exagerado para que se dé cuenta. Y a veces se la da, pero solo a veces. ¿No es lógico y bueno que una sociedad establezca un código de respeto y cortesía? No va contra nadie, ni marca clases sociales o monetarias, es llanamente educación, buen trato. El «tú» es una manera de cercanía que se solicita o se permite, como mínimo, al cabo de un rato de conversación. «Usted» sería la forma habitual de tratarse, sea entre desconocidos o entre personas que quieren indicar su respeto, admiración o consideración por el otro. Usted (para quien no lo sepa) es la contracción del antiguo, hasta no hace mucho usado en algunos lugares de nuestra América, «su merced». Del mismo modo, la voz “vuecencia”, creo que solo usada en ámbitos castrenses o militares, es la contracción de «vuestra excelencia». Por igual razón, «su señoría» da la forma, de nuevo, de uso muy restringido, «usía». Curiosamente, donde nosotros decimos «don» o «doña» (otras formas de respeto) en Portugal aún dicen, mera cortesía, su excelencia. ¿Todo esto es hueco y vano? Acaso sí, para la vulgaridad actual, pero de veras no es otra cosa que consideración hacia el otro, de respeto al prójimo, algo de lo que carece más cada vez nuestra vulgarísima sociedad hodierna. Todo es ya tan desusado que hay feos errores, incluso entre quienes quieren hacerlo bien. A un señor Juan Osorio, digamos, por vario respeto (hay matices) se le ha de llamar «Don Juan» o «señor Osorio», pero nunca -suena impropio, incorrecto- «señor Juan», algo antes marcadamente popular, muy carente de colegio. 

Nuestra actual chabacanería confunde, sin luces, igualitarismo con falta de respeto e ignorancia de la más mínima cortesía. Vuelva el general «usted» y al tuteo (voseo en Argentina) llegaremos bien cuando sea preciso. A Vicente Aleixandre lo llamé de entrada «don Vicente». Muy rápido me dijo, empezamos a ser amigos, apea el don. Lo seguí llamando de usted, y un día feliz de real amistad, me dijo y fui dichoso: «Llámame solo Vicente, por favor». Era 53 años mayor que yo.  

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