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Elementos talluditos y gubernamentales

«Ahora quiero que Broncano se coma a Motos y lo destruya. Aunque yo no lo veré»

Elementos talluditos y gubernamentales

David Broncano. | Agencias

1. Una prueba más de mi poquísima personalidad es lo que me ha pasado con Broncano. Asistí a su estreno en La 1 y me pareció flojísimo. Decreté su fracaso inminente, como el de Latre. Pero está triunfando: le aguanta la cara a Motos y lo supera en audiencia algunas noches. Además de aceptar con deportividad que no sé nada de televisión, me he hecho broncanista. Ahora quiero que Broncano se coma a Motos y lo destruya. Aunque yo no lo veré. Porque yo, la verdad, en el prime time lo que estoy es leyendo a Heidegger en alemán. Bueno, o tuiteando.

2. Lo divertido ha sido ver a la ufana Cascajosa —presidenta de RTVE porque era la única que aceptaba el fichaje millonario de Broncano que imponía el Gobierno— satisfecha con el éxito de Broncano. Su argumento definitivo es que a su madre le encanta. Como si su madre no se viera afectada por el conocimiento de que su niña le debe el puestazo a Broncano. Un caso grueso del principio de incertidumbre de Heisenberg: aquí no con partículas subatómicas, sino con elementos talluditos y gubernamentales

3. Me he regalado una lecturita de Borges esta semana: el libro Biblioteca personal, hecha con los prólogos de la colección que preparó en los últimos años de su vida. Es un disfrute refinado, entrañable, civilizatorio. Son páginas dictadas, pero indudablemente suyas, con la dicción que inventó. Como ejemplo, este sintagma: «No menos vívido que la cercanía del mar o de una mujer». O la frase con que se refiere a ‘La importancia de llamarse Ernesto’, de Oscar Wilde: «La única comedia del mundo que tiene el sabor del champagne».

4. El filósofo José Luis Pardo se ha convertido en el gran articulista español. Entre los de su generación, en el único pujante. Los otros siguen siendo buenos, pero se encuentran estabilizados o en ligero crepúsculo. Pardo ya venía publicando estupendos artículos en El País, pero en El Mundo y THE OBJECTIVE, periódicos para los que escribe ahora, ha experimentado un salto. Es hermosísimo, porque dejó El País voluntariamente cuando prescindieron de Fernando Savater y Félix de Azúa. Su gesto moral lo ha elevado. No en un sentido decorativo, sino profundo: ha tensado o imantado su estilo y al mismo tiempo lo ha hecho más flexible y juguetón. Contraviniendo ciertas premisas del siglo, su ética ha reforzado su estética. Lo que hizo estuvo muy bien y eso lo ha mejorado y embellecido: lo ha liberado, lo ha soltado. Responde a los embrutecimientos y apelmazamientos del presente con la vieja dignidad, siempre nueva. Su pensamiento está a la altura de las circunstancias. La única vez que he hablado con él, hará unos diez años, me dijo que su vocación por la filosofía se despertó con la lectura de un ensayo de Octavio Paz. Inmejorable impulso.

5. El pasado 7 de septiembre no cesaban de repetir en el Telediario: «Se cumplen once meses de la guerra de Gaza». No del pogromo del 7 de octubre, no: de la guerra de Gaza. Es desesperante, porque la respuesta de Netanyahu, obviamente criminal, fue eso: una respuesta. A algo que se escamotea. Que ya escamoteaban muchos cuando la respuesta aún no se había producido.


6. El bulo de Trump de que los inmigrantes se comen las mascotas de los estadounidenses no solo retrata el nivel ínfimo de los votantes a los que se dirige (y de nuestros inefables trumpistas españoles, tan subiditos en su infimidad), sino que también deja asomar a un Trump más siniestro aún del que conocemos: una especie de Disney Trump defensor de las mascotas.

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