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Opinión

Okupas

«Ni siquiera hilvanábamos cordones sanitarios, sabiendo que en democracia cada uno puedo votar lo que le venga en gana, también a los nacionalistas»

Okupas

Mossos d'Esquadra en las inmediaciones de los edificios de la Ruïna y el Kubo, en la plaza Bonanova, a 30 de noviembre de 2023, en Barcelona. | Europa Press

Compartíamos una historia común de luchas y sacrificios, marcadas por muerte, cárcel y al fin victorias, por la confianza depositada en nuestros ideales, la ambición necesaria de ser más, mejores y más fuertes que el otro, el liberticida. Así nos calentábamos en casa, pensando que la chimenea irradiaba compañerismo, el de los iguales, unos dedicados a la dirección y otros a la consolidación de una idea, la dignidad de todos y para todos. Había movimientos en la acera de la extrema izquierda que hablaban de feminismo, pero del que es supremacista sobre el hombre. En la extrema derecha escuchábamos cánticos de odio que no nos contaminaban. Ni siquiera hilvanábamos cordones sanitarios, sabiendo que en democracia cada uno puedo votar lo que le venga en gana, también a los nacionalistas.

Las estaciones se sucedían, del frío helador al calor hirviente. Pese a ello, la casa se mantenía templada, con la temperatura moderada que esperaban los demás de nosotros y que nosotros sentíamos como la mayor fuerza, la ejercida, del cambio social. Fuera de la casa quedaban los asesinos de los demócratas, los separatistas exacerbados y los ladrones de lo ajeno, de lo nuestro, lo que nos corresponde por derecho de nacimiento, el bienestar social.  

No iba mal la cosa, el camino se iba haciendo con periodos interrumpidos por los vecinos, que elegían a la otra casa, la de la derecha, para gobernar los asuntos de la mayoría. El respeto entre los nuevos dirigentes elegidos y los de nuestra casa era mutuo, prevalecía el respeto, sin grandes alaracas ni pruebas de fuego que entorpeciesen el futuro.

Todo se ha ido al carajo, todo se ha hundido.

Un día salimos a dar un paseo de los largos por la primavera eterna. Al regresar la casa estaba llena de okupas, no eran vulnerables ni parecían violentos, y lo mejor, habían nacido en la casa; también habían salido a pasear y habían vuelto. Traían nuevos amigos, los de la fuerza y no los de la razón: antiguos jefes de asesinos con nuevas máscaras; racistas de toda condición, de izquierda a derecha; independentistas que aspiraban a llenarse los bolsillos con los bienes de la casa; incluso prófugos que eran delincuentes reconocidos fuera de nuestras fronteras.

La mayoría caímos tarde en el error, los okupas se habían adueñado de nuestro patrimonio moral, de nuestras siglas y de las personas que las aceraron: Iglesias, Prieto, Guerra, González. Una lista larga que a fecha de hoy parecía inquebrantable, cuyo lomo no había doblado el viejo fascismo, mientras que el nuevo fascismo, el de los okupas, aspira a doblegar bajo el yugo del privilegio, el de siempre, se vista como se vista.

Entonces, con los okupas instalados en nuestra casa, y nosotros en la calle, comenzó la persecución. Los okupas, ellos, negaban que fuéramos gentes de ideales férreos, amamantados en los vientos de la única historia que admitimos, la lucha por la igualdad. Ni siquiera admitían nuestros recursos intelectuales, antecesores siempre de la pelea, sabiendo que pensamiento y acción son un elemento indisoluble que gana batallas y acaba alzándose con la victoria. Ellos, los okupas, no nos concedieron la oportunidad de explicarnos, o te sometías o te pisaban. De repente, sus pregoneros comenzaron a gritar que somos de derechas, la mala, que somos viejos fascistas, que no merecemos ni plato, ni vestimenta, ni cobijo. Y lo consiguieron, nos acorralaron, nos pisaron. Las heridas eran tantas que nos dieron por muertos.

Vivimos en la calle, ojo avizor. No recuperáramos nuestra casa. Habrá que construir otra, siempre calentada por los compañeros y las compañeras, los que no traicionaron a nuestra historia. Somos miles, tenemos códigos, ganas, aliento, capacidad de organización y la voluntad. Encima, la razón nos acompaña. 

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