THE OBJECTIVE
Manual de buenas maneras

Educación y turismo

«Por mil y un modos, el turismo hoy precisa educación a raudales. Para todos»

Educación y turismo

Turistas en la Sagrada Familia de Barcelona. | Archivo

El turismo, hasta hace bien poco, ha sido considerado económicamente como fuente de divisas (y no es mentira) y sociológicamente como intercambio saludable de usos y costumbres entre países. En la aún atrasada España de principio de los años 60, las llamadas «suecas» (un mito sexual de la época) se mostraban en la playa con claros bikinis y, por ejemplo, si iban a misa -lo recuerdo de muy niño en una Fuengirola que ya no existe- no llevaban velo. Ese discreto velito negro de encaje, que la Iglesia tradicional aún exigía en nuestras mujeres. Las muy monjiles señoritas españolas, con ansias de liberación evidentes, hallaron buen ejemplo en aquellas «suecas», que podrían ser francesas o alemanas. Y en no mucho tiempo, máximo al verano siguiente, las españolas usaban bikinis y dejaron casi en bloque de utilizar el velo. Los curas guardaron a veces regañón silencio, porque el ejemplo foráneo se siguió con amplia mayoría. ¿Qué decir de ese turismo, que aún no era masivo? Evidentemente era bueno. Dinero y modernidad no son mal programa.

Pero desde no hace mucho (y la necesaria alarma llega tarde) el turismo, si da dinero, aunque no siempre constructivo, es fuente de estropicios, bullanga, ignorancia, molestia y vulgaridad. Los horribles «pisos turísticos» que abundan, sobre todo en la costa mediterránea, pueden ser ganancia para el propietario, pero son origen -y grave- de molestias para los vecinos y de suciedad para el entorno. Frecuentados, algunos, por ese oprobioso turismo, a menudo británico, de «sol y borrachera», las noches son ruidos, gritos y vasos rotos o tirados al suelo y botellas, muchas botellas vacías. A ello súmense broncas, peleas, riñas de gallos vulgares y múltiples vomitonas… ¿Es deseable? Hay mala educación en el propietario del piso (muchos) que busca dinero como sea y a quien el bien común importa un comino. Y, por supuesto, no sólo no hay educación, sino zafiedad infinita, en esas hordas de grito y sangría, a quienes en realidad nada les importa el país que visitan. ¿Intercambio cultural? ¿Qué es eso? Paralelos a los hoteles baratos, donde esos mismos turistas, ebrios, juegan a saltar entre aullidos, desde su balcón a la piscina, me parece muy claro que los ayuntamientos (en pro del bien común) tienen la obligación de prohibir ese tipo de pisos y estar, en lo demás, muy atentos y vigilantes. Por supuesto, esos vándalos deben ser multados y con cantidades severas. 

Turismo ineducado. ¿Hay un turismo culto, de buenas maneras? Evidentemente, lo hay, pero en un mundo -el nuestro- donde todo lo domina y regenta el dinero, tristemente, el turismo educado (no nos metemos en sus vicios, no nos incumbe) suele ser el turismo de alto poder adquisitivo y aun con amor por el lujo. Sólo por haber priorizado este turismo pudiente sobre el desharrapado, se mantienen como enclaves emblemáticos Niza y la Costa Azul francesa, lugares del norte como San Sebastián o Normandía, o ese hermoso enclave que es Capri o la costa de Amalfi, en el sur de Italia. El dinero unido al amor a la excelencia -nos guste o no- ha salvado estos paraísos, durante más de un siglo. Como no bajan precios y exigen modales, no hay problema. Así fue de inicio Torremolinos, pero se aplebeyó y ha muerto. Personas educadas y de recursos económicos medianos, lamentablemente insisto, lo tienen difícil, porque si encuentran su cala no cara, se van a encontrar asimismo con la masa, con el mogollón. Y he mencionado el gran problema. La masa no es, en principio, ni educada ni ineducada, es llanamente masa, marabunta. Toledo o Segovia, bellas ciudades por las que ya es imposible caminar, museos (o catedrales) que requieren horas de hacer fila para poder simplemente entrar y en tropel. No sé si las personas, pero el fenómeno mismo es harto vulgar y maleducado.

No puede extrañar, visto lo visto y es aún peor, que muchas ciudades históricas como Venecia, pidan una entrada a los visitantes o tengan cuotas numéricas de cuántos puedan acceder cada día. En mi cercano museo Sorolla (la linda casa final del pintor) un lugar para ver con intimidad, no es grande, vi no hace mucho una cola kilométrica para entrar, que incluía familias con niños pequeños. ¿Cultura? No. Básicamente, moda de ir a museos por curiosidad, con muestra de falta de educación y respeto a los demás, al llevar niños que no pueden saber qué es aquello. Florencia o Atenas, sólo se ven (igualmente) en manada, y ahora la falta de educación, cívica o cultural, debe atribuirse a las autoridades calamitosas y nada previsoras del desastre obvio. Pero igual que «la gente» son siempre los otros, el turista incordio y malo ha de ser el otro, asimismo. En una página llamada Reddit, con quejas y encuestas entre turistas (no de lujo) el mes pasado, entre las peores ciudades de Europa, figuran Florencia por masificada -llueve sobre mojado- y Barcelona, dicen que llena de carteristas… No terminamos. Por mil y un modos, el turismo hoy precisa educación a raudales. Para todos.  

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