Los no presupuestos de Sánchez y Montero
El Gobierno está saboreando las delicias de decidir sin el corsé de una ley
El Gobierno ha incumplido ya el plazo establecido por la Constitución para la presentación de los presupuestos generales del Estado y está a punto de incumplir los plazos exigidos por la Comisión Europea para presentar el Plan Estructural Fiscal, que concluyen el 15 de octubre, aunque, en este caso, hay una cierta flexibilidad a la que el Gobierno español se ha cogido como a un clavo ardiendo. ¿Y todo esto por qué?
Los españoles conocemos al presidente Sánchez. Sabemos de su incapacidad, de su ignorancia, de sus mentiras y ponzoñas políticas. Así que no nos sorprenden sus incumplimientos constitucionales, su desprecio a las leyes, incluso a las aprobadas por sus propios gobiernos.
En Europa, sin embargo, aún dan cierto cuartelillo a sus patrañas porque cada gobierno tiene las suyas y entre bomberos no se pisan la manguera. Pero ante el sálvese quien pueda europeo existe una poderosa máquina inercial que acaba por desenmascarar hasta al más listo de la clase. Véase la situación de Alemania, enredada políticamente, con un tripartito cogido con alfileres que anuncia su segundo año en recesión y que siente en el cogote el aliento de una ultraderecha feroz.
La prensa europea ya comienza a desescalar sus contemplaciones con la situación española y a desvelar la lamentable situación política que vive la España de Sánchez. En el mes de marzo decía un servidor de usted en estas mismas páginas que «los españoles pueden acabar asqueados de la política, apeados de la democracia y caer en manos de esa nueva generación de autócratas de izquierda y derecha que escalan el poder a través del voto».
En lo inmediato, España ya es rehén de una tropa de insurrectos constitucionales, delincuentes convictos, aplaudidores del terrorismo y aprovechados de toda laya, que condicionan la acción de gobierno hasta paralizarla peligrosamente. La disculpa de esperar a que se celebren los congresos de partidos involucrados en la escueta mayoría de apoyo parlamentario y del propio partido del señor Sánchez es otra impostura. En esos partidos no hay asomo de democracia interna y, por lo tanto, no hay la menor duda sobre lo que van a exigir al señor Sánchez para votar los presuntos presupuestos: un cambio constitucional disfrazado. Con ello, el presidente del Gobierno ya tiene a quien echar la culpa de que no haya ley de PGE. Tampoco hay dudas sobre el congreso del PSOE. Que se lo digan a los militantes de Castilla y León, a los que les han anulado sin contemplaciones sus primarias.
Entonces, ¿por qué esperamos? Esperamos para dar argumentos al señor Sánchez y a la señora Montero para no presentar presupuestos y, por segundo año mantener la terra incognita de la prórroga, que tan bien les ha venido este año para hacer de su capa un sayo en materia fiscal, en la arbitrariedad de gasto público, en la contratación sin tino de funcionarios, en el mangoneo de las empresas públicas y la interferencia en las empresas privadas… En resumen, para hacer lo que les viene en gana y por decreto, sin el corsé presupuestario que, aunque poca, tiene la fuerza coercitiva de una ley.
Y para colmo de desalientos, esta semana pasada hemos tenido ocasión de comprobar las debilidades de la oposición por partida doble. El traspiés en la votación de una ley que abre la espita a la liberación de presos etarras, liberación que el señor Sánchez niega con tanta vehemencia, que podemos inferir que efectivamente será así. De otro lado, la impericia de presentar una proposición de ley de Conciliación y Corresponsabilidad Familiar, con un texto perfectamente aceptable, y enturbiarlo ellos mismos con una propuesta de cuatrimana laboral desconocido para la mayoría de dirigentes y, por supuesto, bases del partido. Todo el PP anda como en el rosario de la aurora, a farolazos por estas dos torpezas mayúsculas.
He buscado en mi modesta biblioteca (¡milagro, lo he encontrado!) un libro que se inicia con este texto. «Todos sufrimos por culpa de los imbéciles. Si un día le propusieran a usted elegir con quién tener tratos, bien con un estafador o bien con un imbécil, opte sin dudar por el estafador». La explicación que da el autor, el gran humorista ruso Arkadi Averchenko, es que del estafador (aquí podríamos poner el corrupto, el autócrata, etc.) nos defiende nuestra inteligencia y, sobre todo, la ley. Ante la imbecilidad estamos totalmente indefensos.
Ahí queda.