No es tan fácil terminar con la guerra de Ucrania
Incluso aunque Trump ponga toda su maquinaria negociadora en marcha, hay demasiados intereses para que continúe
Planteaba Kenneth Waltz, hace más de medio siglo, como método de trabajo para su primer libro (El hombre, el Estado y la guerra) que, aceptando que la finalidad debe ser terminar con las guerras, para ello es indispensable conocer sus causas. Tiene lógica científica: un médico (el sistema sanitario, o la ciencia médica, si se prefiere) tiene que saber las causas de una afección para luego atacar y, si puede, atajar la enfermedad. Lo demás, no tiene ni sentido ni recorrido.
Trump ha dicho en más de una ocasión que él acabaría con la guerra de Ucrania por la vía rápida. Incluso en horas. Waltz no se lo creería. Quizá sí su buena voluntad; pero no su traslación a la práctica.
No voy a ir a explicaciones de corte psicológico, aunque no sean completamente inútiles. Es decir, cuando se acumulan centenares de miles de muertos en ambos bandos no es tan fácil que, en uno y otro lado, se acepte la paz. Ante el (elevado) precio pagado, se quiere la victoria (mejor aún, si es incondicional) aunque eso conlleve todavía más destrucción. La reflexión subyacente es que era mucho más fácil firmar la paz negociada en Estambul a principios de 2022 que ahora.
Las explicaciones sistémicas, que son las que más útiles le parecían a Waltz, son también más complejas. Por definición. Nos remiten a ¿qué significa firmar la paz? ¿Paz a cambio de territorios, que se queda Rusia? ¿Paz a cambio de que Ucrania no entre en la OTAN? No parece que Washington vaya a aceptar eso. No es fácil, aunque Trump lo vea claro. Pero Trump, o Harris, son apenas presidenciables, presidentes o posibles presidentes. Cuando escribo este artículo, se confirma la victoria de Trump. En todo caso, para este artículo es indiferente quién gane las elecciones.
Me referiré a Trump, porque ha ganado y porque es el que ha manifestado públicamente una intención más clara de poner fin a la guerra de Ucrania. Harris parecía estar más cerca de esa canción de rock español popularizada por el grupo Coz, a finales de los años 70 y principios de los 80. Pero da igual, mis análisis son más estructurales. Lo importante aquí es recordar que los presidentes no son los únicos que cuentan. Ni siquiera quienes más cuentan, a la hora de tomar grandes decisiones. Las alternativas tampoco son fáciles.
¿Paz a cambio de volver a las fronteras de 2013, con Ucrania dentro de la OTAN? No parece que Rusia vaya a aceptar eso. La diferencia es que, ahí —en Rusia— ni siquiera se juega con esa hipótesis. Mientras tanto, esa China que, supuestamente, podía estar en contra de la guerra porque dicha guerra no favorece el comercio mundial, ya no está tan en contra (quizá sí lo esté, claro, de una escalada nuclear, pero no de la guerra en sí).
Primero, porque está consiguiendo muchos hidrocarburos rusos con descuento, lo que viene bien a su economía, mientras en Europa lo compramos con recargo (aunque también de Rusia —y no solo de EEUU— a través de India, sobre todo, si bien también se habla de Arabia Saudita, cada vez más lejos de Washington y más cerca de Moscú y Pekín). India y Arabia —que, por cierto, están en el Top-Ten mundial de gasto en defensa— son, respectivamente, un aliado estrecho de Irán y un país que, gracias a la mediación china, ha acercado posturas con su archienemigo mundo chiita, liderado por Irán.
Además, un mundo occidental que se está quedando sin municiones, es ideal para China. ¿Se trata de un bloodletting chino a gran escala, siguiendo la terminología empleada por Mearsheimer en su obra La tragedia política de los grandes poderes (2001)? Probablemente. Por eso, por cierto, no ayuda más a Rusia (aunque lo haga económica y diplomáticamente, y ya haya enviado blindados 4×4 a Rusia). Rusia y China no son ni aliados (no en el sentido fuerte en el que emplea este término Stephen Walt en su libro El origen de las alianzas (1987). Y mucho menos son «amigos».
Simplemente, EEUU desoyendo las advertencias lanzadas por Brzezinski en su obra El gran tablero mundial (1997) en vez de aprovechar los resquemores mutuos entre Rusia y China (que son muchos) para evitar que lo que él definía como «Estados bárbaros» se unan, ha logrado, inopinadamente, que esos dos gigantes sean un matrimonio de conveniencia temporal. Temporal, sí, pero sine die y funcional. Entonces, pese a las apariencias, China es la gran ganadora de esta guerra. Estratégicamente, la opción era que EEUU se uniera a Rusia para frenar al auge chino. Pero han optado, en la Casa Blanca, por tratar de quitar a Rusia de la ecuación, utilizando para ello a Ucrania (el proxy, si se prefiere).
De ese modo, se enfrentarían solo a China, en el futuro. Suponiendo, claro, que los planes salieran bien. Por el momento, Rusia y China (y otros) se entienden y hasta se coordinan (BRICS, OCS), contra las pretensiones occidentales. Entonces, si el mes que viene China decide atacar Taiwán, lo hará en un momento dulce. Atacar una gran isla monoestatal es, según nos enseña Mahan, en su libro La influencia del poder naval en la historia (1890), una empresa harto complicada. Sin duda. No es que yo lo niegue. Es que lo ratifico. La razón estriba en que el mar opera a modo de barrera o defensa pasiva. Dicho lo cual, añado que, por esa misma razón, pero amplificada, también es una empresa harto complicada abastecer a esa misma isla desde muchos miles de millas marinas de distancia… y sin municiones.
Occidente se esfuerza en Ucrania. Enviando tal cantidad de municiones que ya estamos exhaustos. Pese a que las fábricas de municiones de seis pulgadas (¿para qué discutir entre 152 y 155mm?) trabajen a tres turnos de 8 horas. Por lo demás, yo no sé cuántos militares norcoreanos hay en la guerra de Ucrania. Ni siquiera sé si los hay. Pero sé que puede haberlos, el día menos pensado. Y eso me basta para echar cuentas. Lo que sí sé es que hay cientos de miles de proyectiles coreanos de 6 pulgadas en Ucrania. Y más que habrá.
En todo caso, no solo hemos aportado municiones desde los países de la OTAN. Del material militar entregado a Ucrania por esos países desde el inicio de la invasión rusa, ya han sido destruidos (o capturados por los rusos, para exhibición pública, para ingeniería inversa, o para uso por sus propias FFAA) unos 200 carros de combate; más de 1.000 blindados de combate de infantería o de transporte de tropas (ya sean de ruedas o de cadenas), 230 Hummer; unas 300 piezas de artillería de campaña (muchas de ellas ATP —ya incluyo algunos HIMARS así como MRLS de menor calibre—) y antiaérea; unos 50 blindados especiales (zapadores, recuperación, etc), cerca de un centenar de vehículos logísticos no blindados o muy ligeramente blindados (Land Rover Snacht o Amarok, por ejemplo), 100 drones de varios usos (24 de ellos, Bayraktar), etc.
Hay varias fuentes consultables. Todas de gente autodefinida como «NATO supporter». Jakub Janovsky, o Andrew Perpetua, entre los más conocidos. El segundo siempre detecta más destrozos que el primero, pero es menos fino en la identificación del vehículo destruido. Por ejemplo, en sus análisis, algún YPR-765 «cuela» como si fuera un M-113. No es el peor de los pecados, pero no es exacto. Tiendo a basarme más en Janovsky, que tiene un ojo de halcón para eso. Sin perjuicio de que algún vehículo identificado como FV103 tenga una pinta tremenda a FV107. Pero tampoco es un pecado tan grave. En todo caso, es obvio que se deja cosas. De hecho, él no lo niega. Más bien al contrario. Por ende, la relación que he hecho es de mínimos.
En función de lo que él recoge (además de eso, quiero decir), al menos he identificado un M-577 (capturado), un M-113 como tal (capturado), tres Leopard-2 (dos destruidos; uno capturado), que no aparecen nunca. Probablemente, también falte añadir algún HIMARS más, pulverizado. Pero no es nada escandaloso. Creo que hace un magnífico trabajo. Por lo demás, si Ucrania ha perdido unos 1.000 carros de combate y casi 200 son de procedencia occidental (20%) y luego dice que hay 70 sin identificar, y el 20% de 70 son 14, pues esos son los que hay que sumar a los detallados en su lista para que, efectivamente, finalmente dé 200 carros de combate de procedencia occidental.
Sí, los rusos han perdido todavía más. Claro. La pregunta es… ¿Qué va a hacer ahora el mundo occidental? ¿Enviar otros 2000 equipos, solo para mantener las líneas de frente actuales, ya que la «famosa» (contra-)ofensiva ucraniana de primavera-verano sobre el Donbás fue un fracaso y lo mismo está pasando con la cosa ésta de Kursk, mientras se cae el frente del Donbás? ¿Doblar ese aporte, para, suponiendo que haya tropas para manejar/tripular/embarcar en esos 4.000 equipos adicionales, poder avanzar realmente hacia Crimea y el Donbás, o para llegar a la central nuclear de Kursk? Y, por cierto, mientras tanto, por si acaso, ¿reservar otros miles de equipos similares para apoyar a Israel y a Taiwán? ¿De verdad?
El lector dirá: lo entiendo, pero eso sería un argumento para poner fin a la guerra, ante… a) la imposibilidad de ganarla, sin escalada nuclear; b) suponiendo que se ganara, ante el enorme coste asociado a una victoria pírrica (para Ucrania, sin duda, pero, con toda seguridad, Ucrania es aquí lo de menos, ya que su completa destrucción entra en la ecuación occidental como un mal menor.
No, ni siquiera este razonamiento es tan fácil. Primero, por la parte psicológica comentada algo más atrás. Segundo, porque EE UU está entregando material militar que esperan sustituir por nuevas compras, para cubrir esos huecos. Al contribuyente occidental le costará dinero, claro. Son cosas del keynesianismo. Nada nuevo bajo el sol. Además, Eisenhower ya dijo en un célebre discurso, de hace algo más de sesenta años, que en EEUU manda el complejo militar-industrial. Y sabemos que, hoy en día, la guerra es la que sostiene su economía. Los años pasan; las cosas cambian.
Así, si en los años 50 del siglo XX, entre el 50 y el 55 % del PIB mundial estaba en manos de EEUU; hoy, ese país apenas tiene el 18% de la producción industrial mundial (frente al 29% de China); tiene menos ingenieros que Rusia —más que doblando su población—, y quienes trabajan en Sillicon Valley son, sobre todo, ingenieros chinos e indios. Magnífico para evitar el espionaje industrial (se entiende el sarcasmo, supongo). Pero, gracias a la guerra, y al fracking, EEUU (nos) vende hidrocarburos, así como armas y municiones. Poca broma: Trump no puede prescindir de eso, porque ya no queda mucho más a lo que agarrarse.
Entonces, no es tan fácil, no, poner fin a la guerra de Ucrania. De hecho, en junio de este mismo año, pude escuchar las palabras del senador Lindsey Graham, que lo es por el partido de Trump (ojo al dato) diciendo que la guerra de Ucrania es necesaria para EEUU y que hay que echar a los rusos de ahí. ¿Por qué? ¿Por defender la democracia? No hombre, no. Eso no va así. ¿Porque son comunistas? No hombre, no, que Putin supera a los republicanos de EEUU por la derecha, y por goleada. Bien, pero, entonces, ¿qué dijo? Lo de siempre, pero hay gente que sigue sin querer enterarse, aunque lo confiesen los propios protagonistas. Apuntó que en Ucrania hay «trillones de dólares» (exageró: miles de millones sería más real) en tierras raras. Que por eso se hacía la guerra, y que era poco menos que un juego de suma cero con Rusia. Otro día hablamos de BlackRock. Hoy, podemos dejarlo aquí. Pero no es tan fácil, no, acabar con la guerra de Ucrania. Si Trump lo logra en dos días, como dijo alguna vez, seré el primer sorprendido.