Delicia y caída de la corbata
¿Es el final de la corbata como prenda decorativa y de estilo? ¿Quedará tan sólo la muy insípida corbata funcional?
La corbata es una prenda de adorno masculino, y hasta resistió en esos grisáceos tiempos -las posguerras civiles o mundial- en que se dio en creer que el hombre verdadero, el espécimen llanamente masculino, no precisaba de «adornos». El hombre tendía a seco, feo y viejo o a aparentar todo eso, secundado de hirsuta y excesiva prole. Pero pocos saben, me parece, que la voz «corbata» (como el francés «cravatte») viene del italiano «corvatta» o «cravatta» que, a su vez surgen de «croata». Pues hacia 1660 llegaron a Venecia unos jinetes croatas que llevaban anudado al cuello, de manera singular, un tipo de pañuelo de color rojo, que gustó a los gentileshombres vénetos. Y de ahí nuestra prenda, que va ganando colores, estilos y sobre todo modos de anudarla. Pues lo esencial del buen gusto en corbatas, radica en el diseño de la tela (seda muy frecuentemente) y en el modo de ceñirla. Desde muy principios del XIX, el naciente y desbordante dandismo inglés se hizo con las reglas de la prenda. Se dice que el exquisito -y desdichado- Beau Brummell precisaba de dos mozos para que le ayudaran al lazado singular de su corbata. Las corbatas eran, claro, más grandes que ahora. Ya en 1827 (atribuido a Balzac, interesado por la elegancia) se publica un singular folleto en París: L’ art de se mettre la cravatte. El arte de ponerse la corbata. Llegan lazos varios, entre los que han durado el nudo de lazo, el de moña -en España llamado generalmente «pajarita»- o la corbata larga, que terminó siendo la dominante.
La corbata (ya en tiempos recientes, sesenta años digamos) ha sido un adorno distinguido -por sobrio que fuera su diseño- y hasta una prenda de rigor, que separaba al burgués del pueblo llano. Cuando yo era adolescente y jovencito, el uso de la corbata era generalizado y marcaba el buen tono, por más que muy frecuentemente el diseño, el nudo y los colores de las tales corbatas, resultaran anodinos. La corbata viva, colorida, singular, renace con el estilo «swinging London» en los pasados 60. Las corbatas psicodélicas eran novedad absoluta. Pero, ¿quién las usaba? Sólo los chicos u hombres muy atrevidos, que cuestionaran la férrea y fea sobriedad del varón. Recuerdo haber comprado en Roma, en abril de 1970, una corbata ancha (hacía más grande el nudo) y con predominantes tonos rosados. Lo confieso, me costó un acto de gallardía y valentía ponérmela en España y eso que iba ya teniendo fama de extravagante. Poco a poco, pero en aumento, las corbatas comenzaron a hacerse más variadas, más alegres, más decorativas y, por tanto, más bellas. La corbata oficial seguía siendo sobria, pero la corbata por gusto y placer era cada vez más singular y bonita. Retengo los anchos nudos que precisaban abrir más los cuellos de la camisa, y diseños cada vez más sofisticados, que llegarían hasta la plasmación de dibujos, escenas o rocallas barrocas. La corbata triunfaba (aunque no siempre era barata) pero al menos hasta los primeros años 90, era una prenda -con las debidas cautelas- «audaz». Sólo hombres y jóvenes moralmente libres la utilizaban, aunque más cada vez. La corbata -pero no sólo- había establecido una suerte de frontera de liberalidad y nuevo estilo masculino. Iba yo por entonces a un restaurante de moda en Madrid –«Archy»- donde dos relaciones públicas, jóvenes guapos y con el cabello muy largo, vendían unas corbatas, de confección propia, verdaderamente brillantes: Rosas, caballos alazanes, escorzos de opulentas señoras a lo Rubens… Para mí, fue el cenit de esa corbata adorno, y que superaba ridículos tabúes de una masculinidad falsa.
Lo que no contamos era que este desbordante esteticismo en las corbatas triunfara hasta tal punto que se apropiara de señores de claro signo conservador. Colores muy azul celeste o muy rosa fresa se fueron expandiendo entre la grey seria. El culmen fue cierto presentador nocturno de televisión, periodista y ocasional escritor, que cada día sacaba en pantalla una corbata más florida. Si ese señor se ponía aquellas guirnaldas, quien quisiera destacar y romper un tanto, ya no las podía utilizar. Tengo para mí (aunque no sólo sería eso) que ahí empezó la caída de la corbata como adorno gentil, y hasta el muy difundido «sincorbatismo». Cada vez menos corbatas y cada vez -como volviendo atrás- más insípidas y sosas. La corbata ha quedado como prenda del traje, uniforme ejecutivo de trabajo, como adorno (trivial) para bodas y bautizos en comandita o -pocas veces- para alguna cena formal. Pero, ello sí, corbatas nada imaginativas ni en diseño ni en nudo, que era su arte. Signo de decadencia, en algunas tiendas de ropa de caballero, ofertan tres corbatas por el precio de una. Insisto, sin gracia.
¿Es el final de la corbata como prenda decorativa y de estilo? ¿Quedará tan sólo la muy insípida corbata funcional? Eso parece. Pero creo empezar a ver -sólo esbozos aún- que hay quien se percata del lado estético-romántico de una corbata bonita, como nadie duda de los byronianos encantos de pasminas o fulares. Ojalá.