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Opinión

Lamine Yamal, el auténtico fenómeno

«Mbappé, la estrella que tilila, es un alma en pena de cuya tristeza se contagian Rodrygo y hasta Valverde»

Lamine Yamal, el auténtico fenómeno

Lamine Yamal enseñando el trofeo Kopa en el Estadio Olímpico Lluís Company el pasado 3 de noviembre. | Zuma Press

Describe el juez José Antonio Vázquez Taín en uno de sus libros que Matar no es fácil –tan crudo como sobrecogedor–, también dice que «cualquier acto ilícito no puede tener consecuencias lícitas, salvo en España», un país donde lo etéreo tiene más valor que lo real y en el que fundamentalmente el fútbol, como todo a merced de bulos, fango y los nuevos sofistas, camufla momentáneamente el lado más oscuro de la política. Porque el fútbol, más allá de los resultados, es un manantial de historias maravillosas, como la de esa pareja de emigrantes, Mounir (Nasraoui) y Sheila (Ebana), él marroquí y ella ecuatoguineana, quienes, con recursos muy limitados, inapreciables, prometieron a Lamine (honesto, en árabe) y a Yamal (belleza), sus benefactores, que, en agradecimiento por permitirles vivir en su casa sin pagar el alquiler, porque no les llegaba el dinero, si tenían un hijo llevaría sus nombres. 

El 13 de julio de 2007, nació Lamine Yamal en Esplugas de Llobregat. Tiempo después, los padres se divorciaron y el niño se fue a vivir con la madre a Rocafonda, barrio obrero de Mataró, capital del Maresme, código postal 08304. Las tres últimas cifras son las que dibuja el jovencísimo futbolista con las manos cada vez que marca un gol. No olvida sus orígenes, ni a los amigos con los que jugaba en la calle al balón, ni los sacrificios de sus progenitores para pagar el arrendamiento. Ni siquiera «El pisito» de Marco Ferreri y Rafael Azcona, el sueño de Petrita (Mary Carrillo) y Rodolfo (José Luis López Vázquez), estaba a su alcance. No se cruzó en su camino un Aldama que, como al ministro Ángel Víctor Torres, titular de la cartera de Política Territorial y Memoria Democrática, les facilitara un modesto lugar donde vivir, no necesariamente «para encuentros de diversa naturaleza», según confesión del comisionista más famoso de España. Hoy Lamine, con su salario, en torno a los tres millones de euros, podría comprar a sus padres ese pisazo de la Castellana que, por 1,9 millones en concepto de gratificaciones, exigía el entonces ministro Ábalos, palabra de Víctor de Aldama.   

Con Yamal, todavía menor de edad, el descubrimiento paulatino de un portento emerge en cada una de sus zancadas y determina el destino de cada partido que juega, incluso de los que no juega, porque el Barça sin él oficia de «palmatoria». Demostrado está, con más certeza, por ahora, que las «aldamascadas». Con Lamine es preferible evitar las comparaciones con los compañeros de recreo porque los supera a todos. Cubarsí es un crac, pero no es Lamine. Tampoco su entrañable colega Nico Williams, quien al rechazar la oferta estival de Laporta porque lo del cobro no estaba garantizado, relanzó la carrera de Raphinha. En fútbol dos más dos no siempre suman cuatro. Fenómenos de última generación como el extremo azulgrana no hay ninguno. Centra medido con el exterior, suerte que sólo Modric parecía dominar y en ocasiones Vinícius (siete años mayor), y al contrario que este último no requiere un tratado de psicología para entenderle.

Maradona fue el paradigma de los futbolistas que brotaron de la pobreza. Y luego están los que al cambiar de ambiente fracasaron. El precursor de los inadaptados, Didí, incapaz de seguir a Di Stéfano. Mucho más tarde, también en el Madrid, fracasaron Kaká y Hazard, este último, estrepitosamente. La marca blanca es como una losa que trae a Mbappé por el camino de la amargura. Y como de fútbol y de medicina todos opinamos, Kylian no necesita ir al sastre para que le corten un traje. El pasado verano, antes de incorporarse, ¡por fin!, los más críticos y peor pensados preveían que sería una bomba de relojería en el vestuario de Ancelotti. Le culpaban de las salidas de Neymar y Messi en el PSG porque nunca congeniaron. Le colgaron la escarapela de caprichoso… Y llega al Madrid y quienes anticiparon el terremoto que no se produjo ahora le llaman pacato. «No es un líder y el equipo está falto de liderazgo». Cinco derrotas, tres en «Champions» y dos en Liga, dan para escribir una enciclopedia y en la frustración colectiva encontrar al culpable. En esa posición reparten las papeletas entre Mbappé y Ancelotti, entre los considerados mejor futbolista del mundo y mejor entrenador.

En este ámbito de dominio popular no hay término medio, o bueno o malo; o sumas o restas, y las apreciaciones son tan subjetivas como inapropiadas. Lamine Yamal es el futbolista del momento por todo lo bueno que aporta al equipo, que es muchísimo. ¿Demasiada presión para un chaval de 17 años? Soporta el peso en el Barcelona y la responsabilidad no le hace mella en la Selección. Con Kylian Mbappé, 25 años ya, los resultados circulan en dirección contraria: el Madrid es una losa que se tiene que quitar de encima, tan enorme que le cierra el paso a la selección francesa y le resta confianza hasta para tirar un penalti: dos ha fallado de lanzamiento idéntico en apenas diez días. No es normal en quien acertó tres en una final de la Copa del Mundo. 

Chutar a portería desde los 11 metros sin más obstáculos que el cancerbero parece sencillo, pero no lo es. Lewandowski marca con un paso de baile y a Mbappé la inseguridad le bloquea; los porteros le han cogido la matrícula. Él apunta, ellos paran. Frustrante. Dispara convencido de que el guardameta lo va a desviar. Le ven venir. Ha perdido explosividad y entereza, ese descaro que rebosa en Yamal. Esa ambición que Giuliano Simeone exhibe cuando entra en el campo. Y de igual manera que la comparecencia del hijo del Cholo reactiva a sus compañeros, que es como si les pusiera banderillas negras con la fe que empeña en cada carrera por alcanzar el balón, con Mbappé el efecto es adverso. Él llega tarde, no supera al rival; él ha dejado de ser «asistente» y goleador; él, Mbappé, la estrella que tilila, es un alma en pena de cuya tristeza se contagian Rodrygo y hasta Valverde. Pero asegura que eso va a cambiar, que va a recuperar el brillo, que hablará en el campo y «tapará bocas». Es su trabajo y su misión, como la del fenómeno de Rocafonda. A uno le cuesta más que subir al Teide con chanclas y al otro le sale de manera natural, ni la presión ni la responsabilidad le angustian.

P. D.: El Barça jugó en Sevilla contra el Betis este sábado a las 16.15. El Madrid visitó al Girona a las 21.00. Aviso a navegantes y haters, por imperativo laboral este artículo llegó a la redacción de THE OBJECTIVE antes de los mencionados partidos. 

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