¡Manda narices, Lucas!
«Ha perdido la inocencia a golpe de tuits crueles y ha descubierto que la gente puede ser mala, muy mala, malísima»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Como en todo, hay dos Españas: la que cuando ve a Andy y Lucas no distingue a Andy de Lucas y la que le pone cara a cada uno de ellos, se sabe la letra de sus canciones e, incluso, la coreografía del viral challenge de Son de amores. Todo o nada, como siempre. Ahora, los primeros lo van a tener más fácil. Del mismo modo que las dudas para distinguir a Cruz y Raya se disiparon cuando circularon los rumores sobre Juan Antonio Muñoz y su supuesto consumo de drogas porque desde entonces pasó a ser Raya y José Mota, Cruz, Lucas tiene su nariz, o lo que queda de ella, como elemento diferenciador, característico, único y personal. Cuando usted, querida o querido lector, no sepa si está ante Andy o Lucas, ya lo tiene claro: Lucas es el de la nariz. El cantante ha hecho suyo el famoso soneto de Quevedo, «Érase un hombre a una nariz pegado», mas la suya no es «un espolón de una galera, una pirámide de Egipto o un elefante boca arriba» sino una carnicería, un destrozo, una ruina. Y ahora sabemos la verdad que esconde ese apéndice que ha convertido a mujeres como Barbra Streisand o Rossy de Palma en auténticas estrellas. Icónicas por narices.
El dúo acudió a El hormiguero para anunciar su separación tras 20 años de éxito, pero la noticia quedó eclipsada cuando Lucas tuvo que enfrentarse a la pregunta del millón: ¿Qué le ha pasado a su nariz? Y el cantante se derrumbó entre lágrimas al reconocer la verdad tras negarla una y otra vez desde que estalló el narizgate en las redes sociales con la publicación de una foto en la que el artista estaba irreconocible: confesó al fin que se había sometido a una rinoplastia y, durante el proceso de cura del postoperatorio, no siguió las recomendaciones del médico: no se puso las cremas para cicatrizar ni usó como debía las gasas con las que debía proteger la zona tratada. El resultado de su desidia salta a la vista y ahora es cuando se fustiga en público por su error.
Lucas ha perdido la inocencia a golpe de tuits crueles y ha descubierto que la gente puede ser mala, muy mala, malísima de la muerte. Ya hemos hablado aquí de la fea costumbre de reírse de los cuerpos ajenos, y el propio cantante reclamaba «valores» a los internautas que le han hecho la vida imposible, que se han burlado en su cara cuando iba acompañado de su madre o sus hijos. No ha debido ser plato de buen gusto.
Pero la humana reacción de un hombre dolido no puede hacernos olvidar otros pequeños pero importantes detalles que marcan su drama personal: habla Lucas de luchar contra las fake news que se multiplican por culpa del anonimato de muchos perfiles, pero conviene recordar que la primera falsedad llega cuando él mismo negó la evidencia. Así habló con Ana Rosa Quintana en TardeAR: «Que no me he hecho nada en la cara, te lo prometo. No sé si me está cambiando la figura, no sé. Sacad las conclusiones que queráis, pero te prometo que no me he hecho la cara. La nariz sigue siendo la de mi padre. Lo único que he hecho es adelgazar, cambiar el pelo a rubio y hacer muchos ejercicios de cara. Llevo meses poniéndome cremas en frente, nariz y pómulos». Pues chico, ni que fueran corrosivas. Lo único que hizo Lucas entonces fue mentir como un bellaco y confirmó que, al final, valen más nuestras conclusiones que sus promesas. El asunto coleó y coleó, hasta que saltó con una sentida conclusión: «He sido feo, soy feo y seré feo. Ya está, no me he hecho nada en la nariz». A eso nadie le iba a replicar.
Pero cuanto más mentía, más chascarrillos y burlas, más cachondeo a su costa. Mentir fue su primer error. El segundo tuvo lugar en el momento de su confesión televisada, que tal y como se produjo, parecía más calculada que resultado de la emoción del directo. Lucas se puso en el papel de víctima y decidió llevarlo al paroxismo, utilizando todas las armas emocionales posibles en un combo en el que no dudó en usar a las víctimas de la dana o el ictus de su madre para añadir dramatismo a su relato. Todo cogido con pinzas, mostrando las costuras de un relato carente de escrúpulo alguno. ¿Que lo pasó mal con los comentarios y las chanzas? Es lógico, lo entendemos. ¿Pero realmente hacían falta esos golpes bajos para dar pena y ganarse a la audiencia?
¡Manda narices, Lucas!