Íñigo Errejón, toca apechugar
«Espero que no confunda el significado de ese verbo y crea que es manosear los pechos de la actriz, como sí hizo»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Iñigo Errejón se reconoció enfermo en el escrito con el que avisaba de su salida de la vida política. Recibir de su propia medicina lejos de curarle le ha provocado una enfermedad que sí que le duele de manera amarga. La erótica del poder es lo que tiene, que hace extraños compañeros de cama. Eso le pasó a Elisa Mouliaá, fascinada ante la imagen política de Errejón. La hipergamia le salió demasiado cara a la actriz.
Han salido algunos videos con las declaraciones de ambos en el juzgado por el presunto abuso sexual efectuado por Iñigo Errejón sobre Elisa Mouliaá. Si un servidor ha pasado vergüenza ajena al verlos, quiero suponer que los protagonistas estarán escondidos debajo de una mesa esperando a que capee el temporal de un ridículo que por desgracia no es líquido, sino demasiado sólido. Una «pena de telediario» que merecen especialmente tipos como Iñigo Errejón. Un político que no se cansó de hostigar públicamente a muchos hombres inocentes. Que hizo de la mujer un ser de luz, virtuoso, sin mácula alguna. Ahora una de ellas es la que le deja ciego por mirarla desde su bragueta. Puede que se le cayeran las gafas ante el espasmo sufrido por sentir el interés de una mujer atractiva y que sabe que no se habría fijado en él si se hubiera dedicado a limpiar el alcantarillado público.
Dicen que quien a hierro mata, a hierro muere. Errejón a la hora de ejercer de «asesino» lo hacía de manera segura, no le temblaba el pulso. Un psicópata del discurso vacío de contenido. Pero su muerte por desgracia no va a destilar esa seguridad, sino una torpeza parecida a la de sus encuentros amatorios y sexuales. Seres de luz que le deslumbraban hasta provocarle un apagón a su raciocinio. Que Errejón era un tipo que se movía por sus instintos más primarios, lo llevaba demostrando desde que llegó a la primera línea política.
Ahora le toca apechugar con lo que ha dicho. Espero que no confunda el significado de ese verbo y crea que es manosear los pechos de la actriz, como sí reconoció que hizo. Tendrá que sufrir el castigo social, que tanto le gustaba a él practicar con los demás. La cancelación pública, aunque todavía no haya una sentencia del juzgado. También es verdad qué en un casoplón con piscina en Pozuelo de Alarcón, el rugido de la marabunta no llega de la misma manera que cuando vives en un barrio normal y corriente.
No me gusta que paguen justos por pecadores, pero Iñigo Errejón sería una excepción que sublimaría la justicia poética. Si por una vez él quisiera ser justo consigo mismo y empezar a redimirse de sus demonios internos, sabe que se merecería salir culpable en el juicio, aun a sabiendas de que no se hubiera sobrepasado con la actriz en ningún momento. Una muerte moral, pero no física. Un castigo tan ejemplar como lo quería ser su antiguo discurso.
Iñigo y Elisa podían haber formado una pareja perfecta, por lo menos a los ojos de ellos. El político podría haber lucido sus dotes de «donjuán» habiéndose decidido por una actriz bella y con muchos sueños por cumplir en su profesión. Elisa ganaba escuchar embelesada como Iñigo le explicaba el Manifiesto Comunista, mientras, ahora sí, la miraba a los ojos. Pero todo se ha estropeado.
Un relato torpemente ideologizado ha hecho de una posible historia bonita, el ejemplo perfecto de una guerra de sexos y mentiras de las que la verdad y el amor hace tiempo que huyeron. El tiempo todo lo cura, y quien dice que en un futuro ambos se den cuenta de sus equivocaciones y puedan encontrar en la coherencia una manera de ser y estar en el mundo sensata y armoniosa. Hasta que llegue ese futuro, ambos serán dos de los culpables del presente sociológico tan irracional en el que vivimos.