Giuliano Simeone, me rindo
«Giuliano es la releche, la repera y la repanocha. A su lado no sobreviven los indolentes, los acomodados, los artistas que no rinden al 110%»

Giuliano Simeone. | Europa Press
Nepotismo: «Utilización de un cargo para designar a familiares o amigos en determinados empleos o concederles otros tipos de favores, al margen del principio de mérito y capacidad». En estos tiempos y en esta legislatura política abundan los ejemplos, que solo sonrojan a una parte del electorado. La otra lo asume como algo cotidiano «porque siempre será menos malo que lo otro». «Oye, búscale algo a mi hermano, anda. Que está sin trabajo, pero que sea algo cómodo, como para no deslomarse». O «echa una mano a mi mujer, que tiene un par de ideas» (¡cómo se entere la señora de que solo tiene dos ideas …! –. Y no, no es normal, ni estético ni ético ni supercalifragilísticoespiralidoso utilizar cargo y parentesco para recuperar rancios hábitos de la dictadura: ¡el enchufe! Incluso da un poco de asquito. Lo cual nos lleva al fútbol, dónde, si no.
En este deporte los casos niegan el principio de inequidad de la RAE. A Fernando Sanz le costó sangre, sudor y lágrimas remontar en el Madrid con Lorenzo, su padre, en la presidencia. Los hijos de Zidane tuvieron que buscarse la vida lejos del progenitor, aunque por genética merecían cierto grado de confianza. A Pelé el vástago le salió portero, precisamente portero, a él, a «O Rei», y nunca pasó de ser un guardameta regular. Míchel entrenador, que hoy triunfa en el fútbol de Arabia Saudí, dio una oportunidad a Adrián –»despedido del Getafe por ser mi hijo»–, tan bueno como la mayoría de sus compañeros, pero tuvo que labrarse un porvenir lejos de casa.
Hay más casos, seguro, de padres entrenadores e hijos futbolistas que, al coincidir, tuvieron que acostumbrarse a las críticas feroces, a las puñeteras envidias; pero si hay uno paradigmático y de rabiosa actualidad es el de los Simeone: Diego Pablo y Giuliano. Cuando al progenitor le llueven los palos por la racanería de su fútbol y cuesta comprender cómo un equipo como el Atlético, con el tercer presupuesto de la Liga, juega partidos infames; cuando, además, demuestra que si se propone dar espectáculo –brillar– lo consigue; cuando el personaje engulle a la persona y alcanza la categoría de leyenda, asumir todos sus mandamientos sin rechistar en el fútbol es imposible. Y cuando al personaje se le ocurre alinear a su hijo por delante de jugadores con más méritos, en teoría, con más calidad, supuestamente, entonces cuesta trabajo abstraerse de la corriente crítica… En estas surge la figura de Giuliano, 22 años, 1,73 de estatura, delantero estajanovista en un equipo donde fracasó João Félix. Y resulta que Giuliano es mucho más que la aguerrida y alargada sombra de su padre, mucho más que la cara bonita de João, mucho más que la indiscutible clase de este portugués que se echa a perder por tener la cabeza a pájaros.
Giuliano es la releche, la repera y la repanocha. A su lado no sobreviven los indolentes, los acomodados, los artistas que no rinden al 110%. Su entrada al campo multiplica el valor de todo lo que le rodea con la primera carrera, tan común en él: correr detrás del balón hasta donde parece imposible alcanzarlo y centrarlo para propiciar una ocasión de gol. Si cree que puede pisar la línea de fondo antes de que la traspase la pelota y antes de que el defensa le eche el guante, llega. Y además centra. Y si el balón no acaba en la red, reacciona en milésimas de segundo para recuperar la posición y defender para volver a atacar y atacar y seguir atacando. Giuliano Simeone ya no es solo el hijo del Cholo, es un ejemplo. Contagia con su energía. Si él juega, «nadie duerme» (Barbijaputa). Me rindo a Giuliano y pido disculpas, también a su papá, si un día pensé que, en lugar de estar bendecido por la garra, la técnica y el esfuerzo, jugaba en el Atlético por ser el hijo del entrenador.
En la acera del Madrid, rival eterno, hay otro ejemplo de futbolista a quien le cuesta encontrar espacio en la fotografía de los dioses, como si fuera convidado de piedra en la mesa de Vinicius, Bellingham y Mbappé: Rodrygo. Qué ocurre, que él no saca los pies de las alforjas, que «vuela como una mariposa y pica como una abeja», como Muhammad Ali. Desatasca partidos, marca goles memorables, es contribuyente destacado en la consecución de títulos –suma 13, con 24 años– y no monta pollos porque a él no se le va la pinza. Pero sobresale, ¡vaya si asoma!, despunta tanto que el Al-Hilal de Arabia Saudí quiere llevárselo por 300 millones de euros –primera oferta– y 140 millones anuales de ficha (Edu Aguirre, El Chiringuito) … Ha regresado Neymar al Santos y ahora buscan jóvenes con futuro para poblar aquel lecho de petróleo y lujos; quieren más que estrellas en el ocaso.
El jugador, que tiene contrato hasta 2028, dice que no se mueve y el club, como en el caso de Vini, remite a los mil millones de la cláusula de rescisión. Se verá, mientras tanto el Madrid prepara el cuarto asalto consecutivo contra el Manchester City, su adversario en la repesca para entrar en los octavos de final de la Liga de Campeones. Por ahora gana 3-1 en el global de «semis». También sonó este menudo brasileño el pasado verano para mejorar las prestaciones del City, quizá pasado de vueltas, acaso hastiado de tanto ganar y huérfano del Rodrigo español, Rodri «Balón de Oro». Pero, claro, ni el MC es el Madrid ni Guardiola es Ancelotti ni Simeone cualquiera de los dos ni Giuliano un enchufado. El nepotismo termina cuando «el incansable» empieza a correr.