Karla Sofía Gascón, la estrella trans que salió rana
«No es que haya sido cancelada, es que ha sido literalmente borrada, siguiendo el patrón del estalinismo puro y duro»

La actriz Karla Sofía Gascón. | Yamak Perea (Zuma Press)
En 2020, la nueva dirección de la Academia del Cine de Hollywood decidió incluir una cláusula que exigía cuotas de diversidad racial, de género y en favor de las minorías para optar a la categoría más deseada de cada edición de los Oscar, la de Mejor Película. Para ello, daba a la industria cuatro años para adaptarse a la nueva regla, que ya se aplica en todas las candidatas. La inclusión pasaba a convertirse en obligatoria. Así, en esta edición, las 13 candidaturas de Emilia Pérez pueden entenderse porque, más allá de la calidad de la producción francesa, la cinta cuenta con todos los alicientes de la nueva sensibilidad reinante: hay latinos, se habla de la violencia contra las mujeres a través del tema de las desaparecidas en México e, incluso, hay un personaje trans con una carga simbólica, pues su transición a mujer representa también su redención.
Una de sus protagonistas, la española Karla Sofía Gascón, hace historia al convertirse en la primera mujer trans en ser nominada como Mejor Actriz. Ahí comienza la pesadilla para la promoción mundial de la cinta, ganadora del Premio Especial del Jurado del pasado Festival de Cannes.
La nominación de Sofía era acogida con entusiasmo por el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, que la recibió en su despacho oficial con halagos: «Es un ejemplo de talento y dedicación de las actrices españolas. En marzo, nuestro país estará en los Oscar gracias a ella». Pero Karla ya había empezado a mostrar la patita en las distintas entrevistas que iba concediendo: «Soy la mejor actriz del mundo mundial» o «No hay nada entre los hermanos Lumière y Emilia Pérez, es la mejor película de la historia» mostraban un egotrip de los gordos o un sentido del humor que se nos escapaba.
Activista del movimiento trans, se presentaba al tiempo víctima de una campaña de acoso que se veía en redes bajo el hashtag #EsUnPutoHombre, que cuestiona su nominación. En España, hasta José Luis Garci, el primer director español en ganar un Oscar a Mejor Película Extranjera, se ha manifestado contra esa decisión de la Academia: «Debería competir en Mejor Actor».
Así, la película y su protagonista se convertían en el pimpampum de la batalla cultural que vivimos en este mundo polarizado: lo woke y la fachosfera (por usar el lenguaje popular, bastante reduccionista). Para unos, Karla era la representación de una de las minorías más reprimidas por su condición sexual, los transexuales; los otros la acusaban de ser el ejemplo de la perversión de las políticas de género.
Y entonces salen a la luz los tuits de la española en los que denuncia los peligros del islamismo, habla de la visión de Hitler sobre los judíos, reclama la expulsión de los «moros», critica a Pedro Sánchez por el encierro de los ciudadanos durante la pandemia, pone a caldo a Puigdemont y las concesiones del Gobierno a los independentistas… Saltan las alarmas. Es mujer trans, pero su cuenta parece la de un afiliado a Vox. ¡Sorpresa!
De pronto, la buena de Karla se ha convertido en apestada a la que exigen disculpas por mostrar una opinión personal que no coincide con la del bando político que la defiende. Su falta de sensibilidad social es una traición: Urtasun dice ahora que la actriz «no representa a la sociedad española». Por su parte, los de enfrente se ven obligados a cambiar de discurso, obviando la cuestión del cambio de sexo para centrarse ahora en apoyar su libertad de opinión.
Es curioso ver cómo aparecen todos desnortados, cambiando los papeles: los que pensaban que una mujer trans era un ser luz del progresismo y la inclusión frente a los que creían una mujer trans, por el mero hecho de serlo, rechazaría sus postulados sobre el control de la emigración, el revisionismo histórico o el sanchismo. Las personas, más allá de su género, son seres complejos. Y los populismos, empeñados en simplificarlo todo hasta convertir los problemas en eslóganes vacíos, no saben gestionar la realidad.
Uno creía que se premiaba la labor ante las cámaras a la hora de encarnar a un personaje, pero resulta que es un concurso de gente que nos cae bien o mal en función de sus ideas. Ya no se disocia la persona de la obra, para nada, es más, se reconoce más a la primera que a la segunda.
La Academia, que no ha retirado la candidatura porque sentaría un peligroso antecedente (las nueve veces que se ha hecho algo así ha sido por razones técnicas, nunca por cuestiones éticas) ha tomado medidas para evitar situaciones molestas en la gala: este año no se realizara lo que se conoce como ‘Fab 5’, que son las presentaciones de los cinco nominados a cargo de cinco estrellas diferentes. Nadie quiere hablar de Karla Sofía Gascón.
No es que haya sido cancelada, es que ha sido literalmente borrada, siguiendo el patrón del estalinismo puro y duro. Mientras tanto, el director Jacques Audiard sigue mostrando su insultante superioridad moral y cultural frente a los mexicanos o despreciando el español como «idioma de países pobres y de migrantes». Porque, eso sí, el rastro del machismo es más difícil de borrar: basta recordar que Mel Gibson ganó el Oscar a Mejor Director tras haberle pegado una paliza a su ex o que Roman Polanski hizo otro tanto a pesar de las acusaciones de abuso a una menor por las que se vio obligado a huir de los Estados Unidos.
Para que vean, siempre hay clases.