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Hastío y estío

Medio siglo tan mortal como rosa

«También hace cincuenta años que nadie le hace sombra a Umbral en este noble género periodístico»

Medio siglo tan mortal como rosa

El escritor y periodista Francisco Umbral junto a su hijo Pincho, fallecido en 1974 con tan sólo 6 años debido a una leucemia.

Hay quienes quieren recordar el 50 aniversario de algo que por suerte está superado desde hace tiempo, como la muerte de un dictador, para utilizarlo como maniobra de distracción ante el presente infame de su Gobierno. Uno prefiere recordar otros acontecimientos que ocurrieron hace el mismo tiempo y que son parte de la cima de la literatura española. Y es que este año también celebramos el medio siglo de la publicación de Mortal y rosa, el libro más representativo de Francisco Umbral, y una de nuestras joyas literarias.

Medio siglo que se confiesa a medias, como diría González Ruano en su autobiografía, y el principal maestro de Paco en la cosa del articulismo. Y es que también hace cincuenta años que nadie le hace sombra a Umbral en este noble género periodístico. Media centena siendo el mejor cuando estaba vivo y ahora que es eterno. Habrá quien no esté de acuerdo con esto, pero lo que tiene que hacer es rascarse su rabia hasta hacer girones de su piel poco sensible al tatuaje que sí ha sido su escritura en quienes lo hemos leído como si de una religión se tratase. Enemigos cobardes de miradas grises. La mayoría, vivitos y coleando. Reptiles poco originales, y que por tanto se arrastran por la parte más terrestre de la vida. No respetar al último padre de nuestra literatura patria les saldrá caro. Hijos desagradecidos y con muy poca gracia para la escritura. Hijos que aburren y cuyo peor defecto es su falta de imaginación y de gusto por lo estético. 

Francisco Umbral sí que respetó a sus muchos padres literarios. A Larra, Oscar Wilde, Valle-Inclán, García Lorca, Gómez de la Serna, Ruano, Delibes o Cela. A todos les escribió libros o artículos dándoles las gracias porque le dieran la vida literaria y de la escritura. A todos menos a su verdadero padre, que nos lo dio a conocer Jabois. Que madre no hay más que una y que es la estrella que más brilla en el firmamento de nuestros corazones y en el cine de nuestros ojos, lo demostró con ese libro donde se denominaba el hijo de Greta Garbo. 

Pero no hay libro que tenga la emoción y la verdad que el que se dedica a un hijo. Un niño que decide serlo para siempre. Que solo crecerá en el recuerdo de un padre gigante de por sí. Un libro Mortal y rosa que pincha como las espinas de la rosa más embriagadora y punzante. Un lirismo sangrante enrojece nuestros dedos con el pasar de las páginas. Una belleza sobrecogedora a la que nos agarramos para acompañar a un autor que en ese momento escribe como compañero de habitación de Chateaubriand. Unas memorias de ultratumba desde el más acá. Un ataúd que abre para darle a la escritura y a la incomprensión. Su hijo Pincho se ha marchado a un lugar donde no le puede acompañar. Un hijo que sí que tenía imaginación y viajaba en nubes de tomate con su padre, como demuestra la película documental Anatomía de un dandy. La única enfermedad aceptable es la de ser escritor, y eso Umbral lo acepta desde el limbo donde empieza a medio vivir desde ese fatal acontecimiento. 

Umbral se pone en guardia desde ese momento. Cuando se almacena todo el dolor en tu interior, no dejas que nadie más vuelva a hacerte daño. Vivir con la coraza puesta, pero seguir escribiendo de manera desnuda y sensorial. Sentir la frase, recorrer su dermis de piel suave y femenina. Tratarla con la elegancia que merece. La herida al igual que el tachón lo provocan las malas personas, pero sobre todo los malos escritores. 

Umbral hoy estaría cancelado. Su articulismo libre, juguetón, audaz, implacable, tan poético como metálico cuando era necesario, sería tratado en nuestros días como una práctica llevada a cabo por un hereje. Esperó al momento preciso donde hacer compañía a su hijo. La vida y España, el país, que no su mujer, empezaban a apagarse ante su mirada. Una oscuridad que presagiaba una gran crisis económica, pero una aún peor donde la solidez de nuestros pasos era una cosa a degustar, como los buenos recuerdos. Umbral se perdió cómo España se convertía en un país de astronautas. Seres flotantes, más en las nubes que en una tierra firme donde plantarse. La inquisición iba a volver, pero llevada a cabo por la parte del pueblo menos imaginativo y lector. Umbral se murió porque vio venir que en España lo que menos iba a haber eran Quijotes. Tanto él como su hijo nos miran desde arriba, y su único miedo es el de precipitarse a este vacío. 

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