Cuando el papel de villano te sienta como un guante (de marca)
«Pelayo ha construido un personaje que hereda el pijerío exagerado de Paris Hilton, solo que llega con retraso»

El diseñador y creador de contenido Pelayo Díaz. | Manuel Pinilla Cruces (Europa Press)
Las dinámicas de un reality exigen que haya un villano en todo casting que se precie para seducir a la audiencia y desarrollar al menos una trama central trufada de conflictos. Los héroes pueden ir cambiando en cada entrega, semana a semana, dependerá de las circunstancias, pero el malo malísimo de la muerte –o la mala, según toque– no solo es inmutable, sino que su condena consiste en desarrollar su odioso papel y reforzar su presencia con actos o palabras cada vez más despreciables. De su desquiciante labor depende el éxito o el fracaso del formato. Como todos los años, Supervivientes va dosificando el anuncio de los elegidos para viajar a Cayos Cochinos, en Honduras, y dada la crisis de Telecinco, es probable que la cadena tire la casa por la ventana para cerrar fichajes como mucho tirón. El primer concursante presentado oficialmente es Pelayo Díaz, diseñador de no sabemos qué prendas y creador de un contenido que no somos capaces de distinguir de un catálogo publicitario. Y con el anuncio de este concursante, ya sabemos quién tiene todas las papeletas de coronarse en ese importante papel.
Pelayo ha construido un personaje que hereda el pijerío exagerado de Paris Hilton, solo que el suyo llega con años de retraso y no viene avalado por una fortuna familiar y una educación exclusiva en una burbuja elitista sin contacto con la realidad. Esa niña bien, malcriada y caprichosa, protagonizó junto a Nicole Richie un reality que provocaba carcajadas al mostrar cómo la heredera del imperio hostelero descubría la ‘vida sencilla’ en una granja junto a la hija de Lionel Richie. Corría el año 2003. Las cosas han cambiado mucho desde entonces: ahora las celebrities temen la cancelación e intentan mostrar un perfil con mayor conciencia social y ecológica, huyendo de ostentaciones innecesarias que puedan tomarse como una provocación. La propia Paris se ha esmerado en mostrar al mundo que no es una ni-ni de lujo: es dj, modelo, empresaria. Ha dejado atrás esa imagen de inútil caprichosa.
Pelayo Díaz no se ha enterado de esta evolución: el chico no va a la moda y sigue empeñado en mostrar su faceta más superficial, vacía e insensible. Sigue aferrado a un modelo desfasado que ya no hace reír, solo abochorna. Si tuviera un asesor de imagen o un amigo que le quisiera, le dirían que su entrevista a la revista Lecturas es un despropósito. Pero no tiene ni lo uno ni lo otro. Se nota. Solo basta leer la ristra de titulares que ha dejado para la posteridad de la estupidez humana: «Quiero aportar mi esencia, quiero un poco de lujo, quiero elevar el nivel de los Cayos Cochinos. No tengo ropa de Primark, tengo ropa de Dolce&Gabbana, de Dior. El morbo de ver cómo esa seda se va desgastando». «No soporto los olores, ni que coman con la boca llena, ni la gente malhablada. No podría aguantar un perfil como el de Bertín Osborne. Te pongo un ejemplo de prototipo que me resultaría difícil para la convivencia: el machirulo ibérico, heterosexual. Un Torrente de la vida. No puedo con la gente así». (Irónicamente, en este juego de estereotipos que se le puede volver como un bumerán, no parece consciente de que existe el de la «mariquita mala», muy usado entre el colectivo gay) «Pelayo (sí, habla de sí mismo en tercera persona) se convertirá en un superviviente. Con taparrabos, barba, palo y a por todas». «Lo primero que pregunté es si se volaba en business o si yo podía ir con mis maletas de Louis Vuitton». (¿Desde cuándo se pide permiso para usar equipaje de una marca en concreto?) «Yo sé que algunos de mis compañeros se habrán hecho caquita. Y me parece muy bien, porque voy a ganar». (Nada como ponerse escatológico para presumir de elegancia).
A Pelayo, ese hombre al que le mandan los perros en paquetes de MRW y ha ejercido de viudo oficial de David Delfín al mejor estilo Pantoja, lo hemos visto de implacable juez de la moda en Cámbiame, donde demostró que cualquier estilismo puede ser empeorado, y de envidiosillo criticón en MasterChef Celebrity, obsesionado con Marina Rivers. En las salas VIP de Iberia saben bien cómo se las gasta cuando no han repuesto su plato favorito. Uno no sabe si pedir que le echen a la primera y que reciba así una buena bofetada de realismo o condenarle a pasar hambre, frío e insomnio el máximo tiempo posible, sufriendo como un condenado para que se le bajen los humos. Ay, no sé qué infierno le deseo, la verdad.