THE OBJECTIVE
Hastío y estío

El día que Díaz cosificó a Garamendi

«Ha olido machismo donde había amabilidad, llevada a cabo con luz y taquígrafos, no como su excompañero»

El día que Díaz cosificó a Garamendi

La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, y el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi. | Eduardo Parra (Europa Press)

Yolanda Díaz fue el lunes pasado al programa de la noche de la Cadena Ser, Hora 25, presentando por Aimar Bretos. No dijo nada destacable. Como siempre. Para un servidor habló demasiado como para dejar lo sustancioso en sus silencios. Un buen lugar donde dormirse es en esos mensajes tan vacíos de contenido como llenos de melatonina. Puede que Yolanda Díaz, conocedora de ese don, quisiera ayudar a los que sufrimos su Ministerio y que tiene la desfachatez de hablar en nuestro nombre, a echarnos en los brazos de Morfeo tras una larga jornada laboral. Dormir el sueño de los justos, el que no puede degustar ni ella ni el resto de componentes de este Gobierno. 

Como les digo, la entrevista tenía ese tono clorofórmico. Los oídos dulcemente se iban anestesiando al ruido. Tanto al interno, al que cada uno llevamos dentro, como al exterior, el que salía de los altavoces por donde el personal escuchaba el programa de radio. Ir desmayándose ante la retahíla de tonterías dichas por la vicepresidenta. Dar alguna cabezada que no provoque el dolor de una cámara de televisión contra ella. Una demostración más de por qué hay mayor elegancia y finura en la radio que en la caja tonta. Todo era placidez. Encefalograma plano. 

Nuestros cerebros nadaban sobre aguas templadas. Parecían flotar sobre el líquido amniótico y que hubiéramos vuelto a entrar en el acogedor vientre materno. Pero de un momento a otro y sin avisar, el ruido despertó a esa realidad dormida, la única donde sentirse respetados. Abrimos los ojos, y por desgracia no estaba Penélope Cruz para volver a cerrárnoslos con delicadeza. Tampoco Amenábar dirigía la película de ese momento. Nadie estaba al mando cuando a Aimar Bretos se le ocurrió preguntarle si ella como vicepresidenta sufría alguna discriminación por ser mujer.

La respuesta textual fue la siguiente: «Sí. Les he contado antes de entrar aquí un caso que he vivido en el patio del Congreso. Un compañero suyo [un periodista], y lo he sufrido ante la presencia manifiesta de muchos profesionales suyos. Y lo he sufrido yo, que soy vicepresidenta del Gobierno. Un periodista, sin rubor, me dijo directamente un apelativo a mi estado físico. Que le importaba poco lo que yo dijera en la tribuna, y que cada día estaba más guapa. Y mirando al resto de sus compañeros les dije: ‘¿Y yo qué hago ante esto?’. Si lo sufro yo como vicepresidenta del Gobierno, imagínense lo que sufren las mujeres a diario. No se puede jugar con esta materia, porque va de violación de los derechos humanos». 

Y se quedó tan pancha. Como si se creyera la nueva Nelson Mandela, cuando ha quedado como la Jenni Hermoso de Hacendado. La marca blanca de un piquito, este dado con la nariz, como hacen los gnomos. Ha olido machismo donde sólo había amabilidad, además llevada a cabo con luz y taquígrafos, no como los comportamientos de su hasta hace poco compañero y amigo de partido, Iñigo Errejón, que precisamente no los televisaba. También es verdad, que usted tapó esos comportamientos durante demasiado tiempo, si es que estos son ciertos, y que son mucho más graves que piropear elegantemente a una mujer. 

Pero el sainete y el cachondeo de todo esto llega a su máxima expresión, cuando a raíz de este acontecimiento tan terrible sufrido por la ministra de Trabajo, ha aparecido un documento audiovisual donde ella sale haciendo lo mismo que criticaba a ese periodista «machirulo». Y es que en esto sí que demuestran ser iguales los hombres y las mujeres de estos partidos a la izquierda del partido socialista, que son Sumar y Podemos. Predican una cosa y hacen la contraria. En definitiva, alcanzar la igualdad a través de la falsedad. 

Las imágenes son del preámbulo a una reunión entre la ministra de Trabajo y la CEOE, con Antonio Garamendi a la cabeza, como presidente de los empresarios españoles. Están en el momento de los saludos. La única mujer es ella, que está rodeada de hombres tan trajeados como encorbatados. Ese primer encuentro está siendo especialmente amistoso y educado, pero llega a su plenitud cuando nuestra protagonista ve a Garamendi y le dice: «Qué guapo estás».

El presidente de la CEOE agradece el cumplido y no se le ve contrariado ni violentado en su dignidad. Y es que lo que hay que reivindicar es actuar con normalidad, algo que a esta señora no le conviene, pues se le cae el chiringuito de su feminismo distraído e interesado. Yolanda, tuviste la suerte de topar con la caballerosidad de Garamendi. Si usted hace lo mismo con un servidor, la hubiese denunciado de la misma manera que usted ha hecho con el periodista. Y es que ambos nos tomamos el feminismo demasiado en serio.  

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