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Opinión

Euro digital: la mayor amenaza a la libertad

«Oponerse con uñas y dientes al euro digital es una obligación para cualquiera que aprecie su libertad y la de los suyos»

Euro digital: la mayor amenaza a la libertad

Euro digital.

¿Qué dificultad tenemos para hacer una transferencia bancaria a cualquier lugar del mundo? ¿Qué problema supone pagar una compra online con tarjeta de crédito? ¿Qué nos impide domiciliar recibos en nuestra cuenta bancaria, programar transferencias periódicas, o hacer pequeños pagos con Bizum? Podría hacer más preguntas similares, pero el mensaje es claro: los europeos no tenemos ninguna dificultad para utilizar nuestros euros de forma simple, rápida y barata, a través de las múltiples facilidades que nos ofrece el sistema financiero.

Sin embargo, el Banco Central Europeo sigue adelante con su proyecto de un «euro digital». Si no tenemos problema alguno en utilizar nuestros euros, ¿qué sentido tiene su versión digital? Para los ciudadanos, no tiene ningún sentido. Pero para la eurocasta burocrática de Bruselas y Frankfurt, sí lo tiene, y no es por nuestro bien.

El euro digital, bajo el pretexto de promover una mayor «practicidad», apunta a suprimir el dinero en efectivo. A su vez, la supresión del efectivo busca maximizar el control estatal sobre los individuos de una forma mucho más completa de la que hubieran soñado Hitler o Stalin. El euro digital es la mayor amenaza a la libertad individual que pueda concebirse.

El euro digital anula la privacidad. Todos los pagos quedarán registrados y serán pasibles de ser supervisados. Puede alegarse que eso ya ocurre con las transferencias bancarias o los pagos con tarjetas. Pero, como aún tenemos la posibilidad de pagar en efectivo, en alguna medida, el uso de transferencias o tarjetas es voluntario.

Torpemente, se alega que «si no tienes nada que ocultar, no tienes nada que temer». Pero la intimidad es un derecho: aunque uno no tenga nada que ocultar, tampoco estaría cómodo si le pusieran cámaras en su casa transmitiendo continuamente lo que hace o deja de hacer. Con el euro digital, el Gobierno sabría, con precisión de céntimos, cuánto ganamos, cuánto ahorramos y en qué gastamos.

El euro digital maximiza las posibilidades de intervencionismo estatal. Por ejemplo, a nuestros euros digitales podrían añadirles una fecha de caducidad: los gastas o los pierdes. El sueño keynesiano de estimular la demanda al alcance de un puñado de programadores informáticos.

El estado (siempre con minúscula, mientras no escribamos individuo con mayúscula) podría limitar o prohibir nuestro gasto en determinados bienes. Por caso, podría impedirnos consumir más de tantos litros de gasolina o kilos de carne o viajes en avión al mes o cualquier otra ocurrencia de los ultraecologistas que mandan en Bruselas. También podrían impedirnos comprar criptomonedas con nuestros euros digitales.

El euro digital, al eliminar las vías de escape, hace posible subir la presión tributaria sin límite, acercándonos a la esclavitud. No exagero: la esclavitud es una situación similar a la de un IRPF del 100% de nuestros ingresos. Cuanto mayor la presión tributaria, menor es la libertad y más cerca de la esclavitud estamos.

El euro digital multiplica las oportunidades de persecución a disidentes u opositores al poder. Todos los activos digitales de cualquiera que resulte «molesto» podrían congelarse con la misma facilidad con la que se oprime un botón. Recuérdese que, hoy mismo, en Europa, se detiene a gente por publicar tuits políticamente incorrectos.

El euro digital amenaza el sistema bancario tal como lo conocemos. Si nuestros euros digitales fueran asientos contables en los libros del BCE, ¿dónde pediríamos un préstamo? ¿Tendríamos que añadir a las pruebas de solvencia alguna forma de justificar que somos «buenos ciudadanos»?

¿Por qué amenazar de esta forma la libertad individual, si no tenemos ningún problema en usar nuestro dinero? Porque la eurocasta ve amenazado su poder por la progresiva expansión de las criptomonedas, que permiten pagar y ahorrar sin que el estado pueda tener la más mínima injerencia. 

El euro digital se opone por completo al proyecto original europeo de países soberanos que comercian libremente y cooperan en diversas materias. Es una herramienta al servicio de la opresión. Pero en una medida potencialmente más sofisticada y completa que lo que ningún tirano de la historia imaginó.

Oponerse con uñas y dientes al euro digital es una obligación para cualquiera que aprecie su libertad y la de los suyos; es una obligación para toda la gente de bien.

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