La opinión de Paula Quinteros
THE OBJECTIVE
Hastío y estío

Rajoy Superstar

«Rajoy demostró ser el último gran orador de nuestra clase política. Un parlamentario eficaz y ameno»

Rajoy Superstar

El expresidente del Gobierno, Mariano Rajoy.

Vaya por delante que nunca voté a Mariano Rajoy, pero lo cortés nunca quita lo valiente. También es cierto que en aquel momento un servidor ya llevaba un tiempo siendo un abstencionista activo. No votar es el único reducto de libertad que nos queda en un sistema donde el control es cada vez más férreo, y por donde cada vez entra menos aire. Nos ahogan a base de impuestos y algunas leyes injustificables. Si pudieran, nos obligarían a votar para apoltronarse en el poder, y justificarlo y avalarlo con que la decisión ha sido nuestra gracias a ejercer esa acción. Eso sí, durante cuatro años estese calladito y sin molestar.

Nuestro poder consiste en meter una papeleta en una urna, que será utilizada como papel higiénico una vez comience la legislatura. No le tendrán en cuenta para nada. Ellos dicen que son nuestros representantes públicos, pero no conozco a ningún ciudadano al que hayan preguntado qué es lo que tienen que hacer, o al menos si lo que han decidido por sus santos bemoles nos parece adecuado o no. Usted a tragar y a «disfrutar» de lo votado. Que una dictadura siempre sería algo peor lo tenemos claro, pero que lo que vivimos ahora es un buen entrenamiento, por si Dios no lo quiera, llegara otra vez a España un régimen tiránico y autócrata, es algo que todos deberíamos tener bastante claro. 

Pero hoy aquí hemos venido a hablar de Rajoy y de su actuación estelar del miércoles pasado en la Comisión de investigación de la llamada Operación Cataluña. Él es el verdadero «hombre tranquilo» de John Ford. Y es que los clásicos jamás perderán su modernidad. Su frescura se enfrenta a lo anquilosado, ya sea en el cine o en la política. La nostalgia nunca es buena, el optimismo moderado ante el presente y el futuro debe ser uno de nuestros combustibles más fiables a la hora de ponernos en funcionamiento, aunque sepamos que muchas veces nos va a dejar tirados.

Pero en nuestra todavía joven «democracia» que no ha cumplido ni los cincuenta, hay que decir por desgracia que cualquier tiempo pasado fue mejor, sobre todo en su clase política. Querer comparar a Rajoy con su «pachorra», quietud desesperante, su dejarse llevar por los acontecimientos, en definitiva, su parálisis general, con personajes tan simplones como los que tenía el otro día enfrente, es tan absurdo como lo es ahora, por desgracia, nuestra clase política. Tan absurda como hueca y tóxica.

Rajoy demostró ser el último gran orador de nuestra clase política. Un parlamentario eficaz y ameno. Al que se le entiende y no quiere ser pesado. Que utiliza el lenguaje como una manifestación artística. Buscar la belleza y la gracia a la hora de expresarse. Y cuando hablo de gracia no me refiero a buscar el chiste fácil y sórdido, sino a hacer de las palabras algo virtuoso. Otra cosa es el humor, que lo busca desde la ironía y la retranca gallega. Y es que él sabe que no hay nada mejor para suavizar y desdramatizar cualquier tema. Aliviar desde la sorna vestida con pajarita y zapatos relucientes, y un costumbrismo culto entendible para todas las inteligencias.  

Ione Belarra se sorprendió de su gracejo, pues para ella era algo no propio de los gallegos. Se nota que no ha leído, por poner sólo unos ejemplos a Emilia Pardo Bazán o Camilo José Cela, en cuyas escrituras maravillosas había lugar para todo, incluido el humor en sus más variadas formas. Un servidor niega la mayor, y considera a los gallegos especialmente graciosos y divertidos. Mi mayor referente en esto del articulismo junto a Umbral es José Luis Alvite. Rey republicano de Santiago de Compostela, en cuyas frases la ironía humorística llevaba a un esteticismo superior a este género periodístico. Otro ejemplo es Francisco Franco, que ha quedado para la historia de España como el más payaso del siglo pasado. 

A la amiga de Irene Montero, pues esos son sus méritos para ser la Secretaria General de Podemos, también acusó a nuestro protagonista de mentir, y Rajoy con más tablas que el mejor ebanista, le respondió que no entendía entonces por qué ella le había instado a acudir a esa Comisión sí sabía que no iba a decir la verdad. Belarra calló como cuando cualquier persona sin necesidad de ser un ladrón le preguntaba donde tenía guardado el «monedero». Le preguntó también si se pensaba que eran tontos en Podemos, y Rajoy contestó que no iba a responder a esa pregunta para no modificar el tono que estaba teniendo la comparecencia. No se puede ser más elegante a la hora de decirle alguien que tiene la inteligencia justa para mascar chicle y caminar a la vez, y que el atragantamiento sea la única opción posible. 

Para el postre siempre hay que dejar lo mejor. Algo que deje un buen sabor de boca, y si este es dulce, la experiencia se hace inolvidable. Y eso fue el enfrentamiento entre Rufián y Rajoy. La doble R debería tener un formato audiovisual. Un programa de televisión o un podcast donde se pusieran a discutir de lo que quisieran. De Cataluña, España o el sexo de los ángeles. Son entretenidos, una virtud que no hay que desdeñar en los políticos, ni tampoco confundirla con la frivolidad. Para comunicar bien es fundamental serlo y eso no significa hacer una defensa de la sociedad del espectáculo. Además, creo sinceramente que ambos tienen un buen fondo, algo que sí que suele escasear en la clase política. Rajoy y Rufián serían las dos Españas perfectas. Antitéticas, pero complementarias. De sobremesa larga tras una buena comilona regada con vino del Priorat, y al final como digestivo una botellita de orujo de hierbas. La calma tras la tempestad shakespeariana. La pelea a garrotazos goyesca pintada por rasguños inexistentes.        

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