THE OBJECTIVE
Opinión

¿Cuándo se jodió el feminismo?

«Lo que fue un ideal de emancipación colectiva se ha convertido en una ideología perversa»

¿Cuándo se jodió el feminismo?

Alejandra Svriz.

No me importa reconocer que entre mis perversiones más conspicuas y pertinaces se encuentra la lectura de las cartas a la directora de El País. Si, tal y como afirmaba Hegel, el repaso a la prensa diaria constituye la oración matinal del hombre moderno, yo he de confesar que, a través de esas misivas, rindo tributo cada mañana a todas y cada una de las principales idolatrías de nuestro tiempo. Por allí desfilan en perfecto orden de revista la solidaridad entendida como mero ejercicio de autoestima narcisista, las proclamaciones públicas de una rebeldía que se reduce a las acciones más ínfimas (aún recuerdo la carta de una chica que presentaba como un acto de resistencia contra el individualismo capitalista el hecho de haberse atrevido a entablar en el tren una conversación con el señor que viajaba en el asiento de al lado), pero también el alarmismo climático más desbocado, las alucinaciones distópicas de un feminismo directamente paranoico o las sempiternas lamentaciones de unas generaciones que, privadas por el sistema del valor del esfuerzo y la disciplina, reclaman con insistencia que sea Estado provisor el que guarnezca sus necesidades. 

No obstante, las cartas que más abundan son naturalmente aquellas que se ocupan de justificar todas y cada una de las aberraciones perpetradas por el autollamado Gobierno de progreso, desde la amnistía a los golpistas catalanes hasta la fabricación de leyes ad hoc para salvar de responsabilidades penales a la familia del presidente y, presumiblemente, a él mismo. Llevadas hasta sus últimos extremos, la lógica moral de estas cartas nos permitiría comprender a la perfección la psicología que se esconde detrás de lo que Hannah Arendt llamó la banalidad del mal. 

Aunque la mayoría de esas misivas suelen ser involuntariamente hilarantes (de ahí su condición adictiva), hay veces que llega alguna que nos hiela la sangre. Hace poco apareció una carta de una chica a la que llamaremos Carla, pues de tal forma se llama. Puede que me conmoviera tanto porque Carla es también el nombre mi hija. La Carla de la misiva confiesa tener 16 años y miedo de salir a la calle. «Cada vez conocemos más casos de violencia machista» – escribe -. «Como adolescente de 16 años, me hace sentir insegura, especialmente cuando salgo sola». Con 16 años la experiencia que pueda tener esta chica del mundo debe de ser, por decirlo de forma suave, bastante limitada.

Por otra parte, lo normal, o lo que ha aparecido como tal en cualquier época, es que los adolescentes de la edad de Carla, más que miedo, sientan excitación e impaciencia por descubrir, en palabras del poeta, «las terribles dichas que descubrir bajo el cielo». Por ello es preciso preguntarse: ¿quién puede haberle inculcado el miedo a una chica con tan pocos años? Y cabe aun otra pregunta: ¿cabe imaginar una forma peor de pervertir a un joven que inducirle a tener miedo a la vida? 

Desgraciadamente, El caso de Carla no es el de una inocente golondrina que no hace verano, sino algo que afecta a un número no desdeñable de mujeres a las que a lo mejor nadie les ha explicado con cifras en la mano que tienen una percepción del mundo mucho más recelosa que sus madres, las cuales se desenvolvieron, sin embargo, en sociedades objetivamente menos seguras. Apenas un par de semanas después de que apareciera la carta de Carla, salió publicada otra en el mismo medio de una remitente a la que llamaremos Laura, porque, en efecto, así se llama. La carta de Laura arrancaba de la siguiente forma: «Tengo miedo porque que sé que, como mujer, nada me protege realmente al salir a la calle». En este caso, el miedo se derivaba de haber presenciado, por un lado, el interrogatorio al que el juez Carretero sometió a la denunciante de Iñigo Errejón y, por otro, a que el presunto acosador pudiera ser un hombre de izquierdas, un hecho, al parecer, que le rompía todos los esquemas. «Tengo miedo» – proclama Laura – «porque el acusado era un diputado de izquierdas al que había oído hablar de feminismo en la televisión». 

«Toda ideología que aspira a sojuzgar a los ciudadanos lo primero que hace es sembrar el miedo en sus conciencias»

Aunque Laura, al contrario que Carla, es ya una mujer hecha y derecha, muestra su perplejidad por varios hechos: en primer lugar, que un juez se atreviera a interrumpir a una mujer cuando ésta habla. En segundo, que le hiciera repetir sus versiones «para hacerle describir el relato que a él mejor le parezca». Y por último, y ya en el colmo del escándalo, que no respetara los eufemismos de la denunciante para referirse a según qué partes del cuerpo. «Como mujer» – concluye Laura -, «me siento desamparada, traicionada y abandonada por mi país».  

«El día que yo nací »– dice Hobbes en su Leviatán – «mi madre dio a luz a dos gemelos: yo y mi miedo». A partir de ese miedo cerval el filósofo inglés construyó el edificio de un sistema político en el que el Estado absoluto se alza como único garante de la seguridad de los individuos. Libertad y miedo son, por tanto, realidades antagónicas y excluyentes, de forma que toda ideología que aspira, de una forma u otra, a sojuzgar a los ciudadanos lo primero que hace es sembrar el miedo en sus conciencias. Tal es lo que lleva haciendo con sospechosa insistencia el feminismo.

Lo que otrora fue un ideal de emancipación colectiva, se ha convertido en las últimas décadas, en gran parte a causa de su instrumentalización por la izquierda (no otra cosa es lo que revelan los casos Ábalos, Errejón o Monedero) en una ideología perversa que sólo aspira al sometimiento de los individuos y, particularmente, de las mujeres. Recordemos tan sólo aquel ominoso «Sola y borracha quiero llegar a casa» producido por ese chiquipark (Rebeca Argudo, dixit) en que se convirtió el Ministerio de Igualdad o aquel otro, mucho más expreso, «Que el miedo cambie de bando». El miedo, en efecto, se ha convertido en el gran negocio del feminismo moderno, con miles de terminales, perfectamente engrasadas y conveniente pagadas con nuestros impuestos, que viven precisamente de generarlo y de sostenerlo. 

«El mal, que indudablemente existe y frente al cual hay que protegerse en la medida de lo posible, no tiene un sexo definido»

Carla termina su carta reclamando la urgencia de «educar desde pequeños sobre el respeto y la igualdad para que las futuras generaciones no repitan lo que vemos hoy. Es injusto que chicas como yo debamos pensar tanto en nuestra seguridad. Espero que algún día podamos vivir sin miedo a la violencia». Pensar en nuestra seguridad es, en efecto, algo que todos, hombres y mujeres, debemos hacer, entre otras cosas porque ello constituye un impulso natural que se deriva del instinto básico de supervivencia, pero vivir obsesionados con ella es el expediente más directo para que entreguemos nuestra libertad al primero que nos prometa un mundo despojado de todo riesgo, que es precisamente lo que suelen hacer las ideologías con pulsiones totalitarias. 

Por eso es tan importante revertir estas tendencias. A Carla yo le diría que se lance a la vida sin miedo; con prudencia, por supuesto, esa virtud por excelencia que reinaba sobre todas las demás en el pensamiento griego. Que no considere a los hombres sus enemigos, puesto que ellos van a ser muchas veces sus mejores aliados y compañeros. Que no cometa el error de creer que el mal, que indudablemente existe y frente al cual hay que protegerse en la medida de lo posible, tiene un sexo definido. Que viva la vida con pasión e inteligencia y, a ser posible, con alegría. Como decíamos arriba, citando a Cernuda, —«aún hay terribles dichas que descubrir bajo el cielo» y si hay una pasión que nos nubla la vista y nos oculta la belleza del mundo esa es, sin duda, el miedo. No tengas miedo de vivir, Carla, o si acaso, tenlo solamente de aquellos que aspiran a sojuzgarte por medio de él.  

Bibliografía básica para desmontar un mito: 

  • Camille Paglia, Sexual Personae. Editorial Deusto.
  • Varios, Hombres y sombras, contra el feminismo hegemónico. ED Libros. 
  • Loola Pérez, Maldita feminista. Editorial Seix Barral. 
  • Varias, Indomables, diez mujeres contra el feminismo hegemónico. Editorial Ladera Norte. 
  • Esther Vilar, El varón domado. Editorial Deusto.
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