The Objective
El zapador

Wokismo de derechas y populismo identitario

La democracia liberal, la razón y el espíritu crítico resultan los grandes perdedores en medio de una guerra de relatos

Wokismo de derechas y populismo identitario

Ilustración de Donald Trump.

Una revolución de idiotas (la izquierdita patinete o woke) ha sido contestada con una contrarrevolución de idiotas (la derechita punki). La frase, a excepción de los paréntesis, es de Cristian Campos. El pendulazo nos ha pasado a toda velocidad, limándonos la cara, y ese movimiento identitario de izquierdas (ni mucho menos acabado, como pronostican algunos) nos ha traído un movimiento identitario de derechas.

Este nuevo populismo identitario, caracterizado por liderazgos fuertes y rechazo a las instituciones liberales, explota las lealtades de grupo (nación, etnia, religión) en su cacareada «batalla cultural» contra el establishment. El bien, contra el mal, creen ellos, aunque más bien parece el mal contra el mal. No era esto, no.

¿Podemos hablar de un «wokismo de derechas»? Sé que a mi admirada Rebeca Argudo no le gusta el nombre, pero podemos y debemos, es más, creo que es la mejor manera de poner a algunos frente al espejo. El activismo woke es un producto de la izquierda. Y obviamente, el nuevo identitarismo de derechas se parece al de izquierdas como un huevo se parece a una castaña, es decir, mucho. Porque el huevo y la castaña tienen muchas cosas en común (ambos se comen, tienen forma redondeada y tienen una envoltura o cáscara protectora). Así, al igual que los woke progresistas dicen haber «despertado» frente a injusticias sociales, «la derechita woke» (en otros artículos la denominé «derechita punki», pretende un nuevo «despertar» reaccionario en defensa de los valores tradicionales. En torno a la defensa de dichos valores, se está forjando un eje que va desde Silicon Valley hasta San Petersburgo, pasando por Budapest.

Este nuevo tribalismo atrae incluso resabios de racismo y antisemitismo de la extrema derecha. Por otro lado, esta nueva ola reaccionaria, percibe a figuras autoritarias como Vladímir Putin, Donald Trump o JD Vance como líderes fuertes y deseables, como los salvadores de un Occidente en decadencia​. En Europa del Este, países como Ucrania, Polonia o los países bálticos –que han padecido regímenes autoritarios– comprenden muy bien los peligros de este emergente wokismo derechista y valoran las ventajas de vivir en una democracia liberal​. Al igual que el populismo de izquierda, la nueva derecha identitaria desconfía de la prensa y las instituciones, viendo en ellas meros obstáculos entre el líder y «la voluntad del pueblo»​. A continuación, analizaré críticamente cuatro de los rasgos de este wokismo derechista –su relativismo, su apelación a la irracionalidad y a las emociones, su identitarismo victimizador y su inquietante moralina– ilustrándolos con algunos ejemplos.

1.- Relativismo y posverdad

Uno de los pilares del nuevo populismo (sea de izquierda o derecha) es la erosión de la noción de verdad objetiva, sustituida por narrativas útiles a la identidad del grupo. De hecho, se ha afirmado que vivimos la era de la política de las emociones y la posverdad, necesaria para explicar decisiones electorales aparentemente contrarias al interés racional de los votantes​. En el caso del wokismo de derecha, sus partidarios a menudo difunden realidades paralelas alimentadas por teorías conspirativas​. La ciencia y los hechos comprobados pasan a un segundo plano; prima una especie de relativismo posmoderno donde «cada quien tiene su propia verdad». En España lo hemos visto con el antivacunismo, los chemtrails o las teorías descabelladas sobre el derribo de presas durante la crisis desatada tras la dana de Valencia.

Por ejemplo, frente al dogmatismo y el alarmismo climático de sectores radicales verdes, la ultraderecha ha generado una réplica (en ocasiones) igual de dogmática, no por evidencia científica sino por llevarle la contra a la tribu opuesta​. En esta lógica, la verdad científica deja de importar en una contienda donde cada bando defiende sus teorías. El resultado es un entorno de posverdad en el que prolifera la desinformación, como parte de un complot global urdido por unas élites malvadas, cimentando un marco en que todo es relativo salvo la lealtad a la causa. Este relativismo instrumental entronca con la noción de que «el poder define la verdad», idea asociada al posmodernismo, ahora reciclada cínicamente por la nueva derecha alternativa. El riesgo, como señalan algunos críticos, es que la democracia liberal, la razón y el espíritu crítico resultan los grandes perdedores en medio de estas guerras de relatos​. El debate basado en hechos contrastados pierde atractivo frente a narrativas emocionales más seductoras, aunque sean falaces.

2.- Irracionalidad y apelación a las emociones

El wokismo derechista se nutre deliberadamente de emociones fuertes –indignación, miedo, nostalgia, resentimiento– para movilizar a sus bases, incluso a costa de la racionalidad. El giro hacia la política identitaria ha supuesto que el discurso racional ceda paso al discurso emotivo, a la épica, al cojonudismo​. Los líderes de esta nueva derecha exhiben un estilo disruptivo e irreverente que conecta con sentimientos de hartazgo. Por ejemplo, figuras como Donald Trump, Matteo Salvini o Geert Wilders han adoptado una narrativa desafiante anti-establishment. Un ejemplo es el «Fuck your feelings» del Movimiento MAGA, un desprecio a la corrección política y a la moderación (aquí en España ha hecho fortuna lo de «moderaditos» o «tibios»), casi como si el centro político fuese el mal.

La nueva derecha se presenta como una rebelión «punk» contra las élites culturales progresistas, pero también contra el orden liberal de posguerra​. A los liberales clásicos («liberalios» los denominan despectivamente), los consideran progres, en esencia, la misma mierda que el progre de izquierdas. «El neoliberalismo es culturalmente de izquierdas», afirma tajante Adriano Erriguel, un pope de la derecha identitaria, que hace las delicias de eso que se ha venido a llamar «rojipardismo», un cajón de sastre ideológico que mezcla elementos autoritarios del comunismo y el fascismo. Aunque esta nueva derecha también desprecia, por cobardes, a los conservadores de antaño, a los halcones «neocones». Pretenden hacer un borrón y cuenta nueva. Puro adanismo, como la progresía woke. El mensaje subyacente es visceral: desprecio a la élite «bien pensante», a las reglas del Estado de derecho, al libre comercio y manumisión de las frustraciones de grupos que se sienten ignorados o ridiculizados por el consenso progre. La irracionalidad se manifiesta también en la credulidad hacia teorías victimistas (el «somos el grupo oprimido») o en la negación de evidencias incómodas.

No se busca tanto convencer con argumentos como agitar emociones: el miedo a enemigos más o menos difusos (inmigración masiva, «ideología de género», un complot globalista…), la ira contra chivos expiatorios internos (élites «traidoras», oligarquía financiera internacional, minorías supuestamente privilegiadas) o la nostalgia de un pasado idealizado. Algunos discursos suenan muy 15M si cambias las palabras pertinentes. Todo ello conforma una política profundamente emotivista, en la que la verdad factual importa menos que la eficacia del relato para canalizar pasiones. Como consecuencia, el debate público se empobrece: prima el eslogan encendido sobre la deliberación informada, la irracionalidad colectiva, es decir, la irracionalidad de la masa, que todo lo legitima y lo aplasta.

3.- Identitarismo y victimización

En el fondo del wokismo de derechas subyace una política identitaria de signo invertido. Si la izquierda woke tradicional enfatiza las injusticias sufridas por minorías históricamente oprimidas, la derecha woke ha construido su propio rol de víctima: ahora son los hombres blancos, heterosexuales o cristianos quienes se perciben como un grupo asediado y discriminado por un sistema supuestamente dominado por el progresismo​. Como señala el teórico James Lindsay, esta reacción calca la estructura de las políticas identitarias de izquierda, adoptando sus mismos marcos de análisis –opresión sistémica, privilegios, discriminación– pero aplicados a grupos mayoritarios que se presentan como agraviados​. En este espejo simétrico, cualquier política de acción afirmativa o avance de derechos de minorías se interpreta como un ataque al grupo dominante. Por ejemplo, la retórica del reemplazo poblacional alimenta en ciertos sectores blancos la idea de ser víctimas de una conspiración para borrar su identidad. Del mismo modo, la secularización y el feminismo son presentados, de manera un tanto exagerada, por ciertos creyentes como una persecución a la cristiandad y a la familia tradicional. Ni tanto ni tan calvo.

Esta narrativa victimista legitima un identitarismo agresivo y muy poco cristiano: se blindan de antemano frente a cualquier crítica alegando ser objeto de censura y pasan al ataque, a la humillación, a la ofensa gratuita, a la amenaza. El fuerte reeducando al débil. Buena parte de la derecha nacional-populista occidental idealiza a líderes como Putin u Orbán, a quienes ven como paladines del hombre blanco cristiano y últimos baluartes de la familia tradicional frente a la decadencia de Occidente​. Asimismo, este polo identitario de derecha coquetea con teorías conspirativas con tintes antisemitas (por ejemplo, la noción de un globalismo orquestado por élites judías), lo que ha llevado a rupturas sonadas como la de la comentarista conservadora Candace Owens con su colega Ben Shapiro (En The Daily Wire, programa creado por Shapiro, Wire habló de «pandillas judías secretas» en Hollywood y dio «me gusta» a un tuit que se hacía eco de una mentira sobre judíos bebiendo sangre cristiana).

Aparecen también figuras misóginas como Andrew Tate o comunidades masculinistas que se presentan como defensores de los «hombres oprimidos» frente al feminismo​. En suma, el wokismo derechista reemplaza el universalismo por el tribalismo: define buenos y malos en función de identidades fijas (nacionales, étnicas, religiosas) y no de valores o hechos. Esta lógica identitaria extrema, compartida en distinta medida con la izquierda radical, deja prisionero al universalismo en las garras de la identidad​ e impide soluciones comunes a problemas sociales, pues cualquier cuestión se enmarca en términos de «nosotros» contra «ellos».

4.- Censura moral desde el Estado

Paradójicamente, muchos agitadores de la derecha anti-woke que denuncian la «censura progresista» incurren a su vez en censura institucional. Donald Trump dice que va a acabar con lo woke, pero ya veremos cómo lo hace sin incurrir en la censura. Por lo pronto, el 4 de marzo hizo el ridículo al decir que la administración anterior gastó «8 millones de dólares en hacer ratones transgénero (transgender mice)». En realidad, confundió «transgénero» con «transgénico». Pero la censura por parte de la derecha no es nueva. En noviembre de 2024, las autoridades educativas de Florida, tras una iniciativa de Ron de Santis, elaboraron una lista negra de 700 libros prohibidos en escuelas por abordar sin tapujos cuestiones de género​. Es posible que algunos libros fueran inadecuados para niños o adolescentes, pero la lista también incluyó obras que no se centran exclusivamente en el género, clásicos literarios como Beloved de Toni Morrison, Matadero Cinco de Kurt Vonnegut o novelas contemporáneas como El cuento de la criada de Margaret Atwood.

Poco antes (abril de 2024), en Rusia, un «consejo de expertos» creado por la Unión Literaria Rusa, dictaminó que libros como La habitación de Giovanni de James Baldwin, Un hogar en el fin del mundo de Michael Cunningham y La herencia de Vladimir Sorokin violaban el artículo 6.21 del Código de Infracciones Administrativas, que prohíbe la «propaganda de relaciones sexuales no tradicionales». Esto llevó a su retiro de librerías importantes. Esta coincidencia no es fortuita, en ambos casos se evidencia la misma hipocresía: mientras critican la cancel culture de la élite progresista, los «woke de derecha» se apoyan en todo el poder del aparato estatal para imponer una censura muy real, ya no meros escraches en tuiteros, sino vetos legales y persecución penal de contenidos ideológicamente indeseados​. En otras palabras, cancelan aquello que no coincide con su propia ortodoxia bajo la bandera de proteger sus valores comunitarios.

El llamado «wokismo de derechas» es, en esencia, la otra cara del extremismo identitario: un populismo reaccionario que imita los peores vicios del sectarismo que dice combatir. Hemos visto cómo sus propagandistas elevan la emoción sobre la razón, abrazando la posverdad y el relativismo para afianzar sus relatos. Del mismo modo, explotan un victimismo identitario –presentando a las mayorías tradicionales como oprimidas– para justificar la intolerancia hacia otros grupos. En efecto, bajo la retórica anti corrección política late un estilo de política que desprecia el pluralismo, la duda y la autocrítica, valores fundamentales de la democracia liberal​. Varios autores han llegado a equiparar esta ola reaccionaria con formas clásicas de autoritarismo: no en vano, reúne características del fascismo eterno descrito por Umberto Eco –el rechazo de la modernidad, el miedo al diferente, la apelación a un enemigo interno, populismo selectivo, neolengua, entre otras– bajo nuevos ropajes tecnológicos y mediáticos. En definitiva, el wokismo de derecha pone en jaque la deliberación racional y el universalismo democrático, reemplazándolos por la irracionalidad tribal y la política del agravio. Reconocer estas dinámicas y sus paralelismos con el extremismo identitario opuesto es el primer paso para contrarrestar sus efectos. Solo reviviendo principios liberales –el respeto a la verdad factual, el debate abierto, el rechazo al autoritarismo– podrá la sociedad desactivar tanto al falso mesías woke de izquierda como a su gemelo oscuro de la derecha, evitando que la política derive en una confrontación de féretros ideológicos donde la razón ya no tenga cabida.

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