The Objective
La otra cara del dinero

Donde los ‘bros’ de Trump veas invertir…

«Los perfiles de los componentes del nuevo Gobierno de EEUU permite trazar un hipotético mapa del futuro económico»

Donde los ‘bros’ de Trump veas invertir…

Donald Trump con parte de su equipo.

«¡El cuñado!» De mis primeros pasos en la prensa económica recuerdo la exclamación de mis compañeros de bolsa al enterarse de la enésima historia protagonizada por «persona normal y corriente» pero especialmente (autodenominado como) «espabilado» que había decidido invertir en determinado valor. Era la señal de que un ciclo alcista tocaba a su fin y se avecinaba el declive. Más complicado, claro, resulta detectar a quienes emiten la señal contraria, la de la prosperidad.

Un medio tan significativo como The Economist cree haber encontrado un buen filón. El semanario británico se define tradicionalmente como liberal, pero en realidad lo es en un sentido muy amplio: ejerce sobre todo la libertad de seguir al poder. Le interesa el dinero, eso nadie lo duda, y si el viento económico sopla por un progresismo más o menos socialdemócrata, tira por ahí,
recordando siempre que, al final, lo que interesa es… el dinero. Por eso, entre otras cosas, no solo informa. También prescribe. Lo que dice The Economist es noticia porque lo dice The Economist.

No sería tan extraño (o nada, para los más cínicos), que su veleta vire hacia un liberalismo más literal si se confirma la deriva antiwoke. Quizá empezarían entonces a hacerle menos casos a la London School of Economics, por ejemplo, no sé. De momento contemplan la irrupción del trumpismo 2.0, el definitivamente desatado, con cierto estupor que el paso de los días va teñido de la inevitable ironía británica. El caso más evidente es el reportaje «Cómo invertir como un pez gordo del MAGA», en referencia al movimiento Make America Great Again. El subtítulo resume una posible hoja de ruta para inversores cínicos: «¿Cannabis, criptomonedas o la mitad de Dakota del Norte?»

Comienza explicando que «los 24 secretarios de gabinete y funcionarios de alto nivel del nuevo gobierno de Donald Trump» forman «una de las administraciones más ricas de la historia». Y analizan las fuentes de las que manan sus fortunas con el criterio implícito de fondo de que no van a tirar piedras sobre su propio tejado. No mencionan, eso sí, al gran elefante en la habitación (esa expresión tan anglosajona): Elon Musk. A lo mejor porque, así de momento, no les cuadraría en el enfoque. O sí, bien mirado.

La semana pasada explicamos por aquí el descalabro que está sufriendo Tesla, el buque insignia del imperio Musk desde que se metió en el berenjenal político en el que sigue chapoteando cada vez con mayor entusiasmo. No parece lógico. Su biografía hace sospechar que la lógica de alguien como Elon Musk es distinta a la del resto de seres humanos. Aparte de las especificidades de su carácter, tampoco es tan difícil imaginar que, para un tipo al que Forbes corona como el hombre más rico del mundo, el dinero significa algo distinto. ¿Qué son 342.000 millones de dólares? Eso no es dinero, es… otra cosa.

¿Cuánto vale pasearte por la Casa Blanca como Pedro por su casa, con tu hijo favorito a hombros? A Elon le interesan otras cosas ya. Por ejemplo, pasar a la Historia. Pero con una «H» muy mayúscula. Como Cristóbal Colón, por ejemplo. Llevar al primer hombre a Marte sí que es una motivación a su altura. Para eso tienes que tirar muchos cohetes al aire, y alguno que otro va a explotar. El problema es que dejan el cielo hecho unos zorros, con el consiguiente lío para el tráfico aéreo civil y el cabreo de gente que no quiere ir a otro planeta, sino a Wisconsin, por ejemplo, a ver a su anciana madre. Hace poco, Bloomberg cantó la gallina: al parecer, a la oficina DOGE que dirige Musk para auditar la burocracia pública se le ha ocurrido que la mejor forma de aumentar la eficiencia de la Federal Aviation Administration consiste en que la lleve SpaceX, la empresa galáctica de Musk. Por ahí van los tiros, diría yo.

El retorcido colmillo de The Economist se centra más bien en peces menos gordos (y más hambrientos). Los dos más forrados de su análisis son Howard Lutnick y Linda McMahon, secretarios (equivalentes a ministros en EEUU) de Comercio y Educación, respectivamente. El primero es presidente de Cantor Fitzgerald, un banco de inversión y corretaje; la segunda, más exótica, cantó bingo con World Wrestling Entertainment, una empresa de eventos deportivos. Más afinaba el semanario con Lori Chavez-DeRemer, nominada para secretaria de Trabajo, cargo que finalmente no consiguió; recordaba que su participación de entre uno y cinco millones de dólares en SJJD Consulting, un productor de cannabis recreativo con licencia en Oregón.

El «tema recurrente» en las inversiones de los ‘bros’ de Trump, es el negocio inmobiliario. Nada demasiado sorprendente, la verdad. El mejor ejemplo es Doug Burgum, secretario del Interior, que en 2001 vendió la empresa tecnológica Great Plains Software al Microsoft del muy poco trumpiano Bill Gates por 1.100 millones de dólares y se ha dedicado a comprar tierra en su Dakota del Norte natal y en Montana, dos estados en los que el trumpizmo arrasó en las elecciones. Dice The Economist que «habría sido mejor que mantuviera las acciones de Microsoft, cuyo valor ha aumentado más de un 1.200% desde que vendió su empresa». Bueno, ya veremos…

Un perfil un poco más sofisticado viste Scott Bessent, secretario del Tesoro. Tiburón de Wall Street, tiene participaciones en fondos cotizados (ETF) y «cientos de millones de dólares en apuestas en los mercados internacionales de divisas»; además, «posee obras de arte y antigüedades por valor de entre uno y cinco millones de dólares». Por más o menos la misma senda transita Jamieson Greer, representante comercial de EEUUU, y John Ratcliffe, director de la CIA. Más simpática es la compra de Pam Bondi, fiscal general, de «entre dos y 10 millones de dólares en acciones y warrants de Trump Media and Technology Group, propietario de Truth Social, la red social del presidente». Bien visto, Pam. Por cierto,  McMahon, la de Educación, es miembro del consejo de administración de la empresa.

Pero el gran postre de los Trump’s bros posiblemente esté hecho de criptomonedas. Seis de los 24 secretarios y funcionarios de nivel ministerial poseen bitcoins u otras monedas, incluido el vicepresidente JD Vance. «Este grupo está en ascenso tanto política como financieramente: el precio del bitcoin ha aumentado más del 135% en el último año, superando con creces los rendimientos de los activos tradicionales», dice The Economist con malicia.

The Spectador, otro medio con vitriolo británico pero de orientación indisimuladamente conservadora, se preguntaba hace poco «¿Cómo será el mundo cripto de Trump?», recordando «las criptomonedas se convirtieron en un elemento clave de las elecciones estadounidenses y del universo Trump. No solo Trump y Melania lanzaron sus propias monedas, sino que el presidente también nombró al capitalista de riesgo David Sacks como el ‘zar’ de la inteligencia artificial y las criptomonedas». Pero esta ya es otra historia…

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D