La moda de liarse a hostias entre famosos
«A diferencia de lo que pensaban los ejecutivos de la tele, resulta que mola eso de ver a unos señores darse de hostias»

El 'youtuber' Ibai durante su 'Velada del Año IV'. | Raquel Alvarado (Europa Press)
La muerte en 1978 del joven púgil Juan Jesús Rubio Melero marcó el inicio del fin del boxeo en España, al menos en cuanto a su vida mediática: algunos medios dejaron de informar sobre los combates en la sección de deportes y los cuadriláteros desaparecieron de las pantallas: «Ofrecer imágenes de unos señores pegándose bofetadas es lamentable. Eso no es deporte y recuerda más a los gladiadores del circo romano por su violencia gratuita y descarnada», fueron las razones aducidas por TVE para el apagón. En los 90, Tele 5 amagó con resucitar el género deportivo, apostando por una figura, Poli Díaz, que acabó en una polémica marginalidad: puñetazos, drogas, pornografía… No se pudo hacer peor.
Por si fuera poco, la prohibición de la emisión de combates en horario protegido, de 06.00 a 22.00 horas, aprobada por la Ley del Menor, impidió que se desarrollara un interés por este deporte desde una edad temprana, que es cuando se despierta la vocación de los campeones. Casi a escondidas, algunos boxeadores españoles han logrado títulos mundiales estos últimos años y los gimnasios han ido recibiendo nuevos interesados que han descubierto su afición donde todo el mundo parece haber encontrado una vida alternativa hoy en día: en internet.
Los tiempos han cambiado y ahora, a diferencia de lo que pensaban los ejecutivos de la tele pública, resulta que mola esa de ver a unos señores darse de hostias. Y a las señoras también, que la igualdad tiene que servir para lo bueno y para lo malo. Eso sí, la gracia consiste en que los señores y las señoras sean populares, que sean reconocibles por todos (al menos por todos los de cierta generación, que son el público potencial), y que tengan alguna deuda pendiente, alguna polémica absurda, algún conflicto por resolver. Porque, claro, ¿para qué van a resolverlo en una conversación privada y civilizada cuando pueden hacerlo a hostia limpia ante 50.000 espectadores que han pagado hasta 170 euros por ver la batalla campal?
No les voy a negar que ir a ver cómo le parten la cara a TheGrefg es tentador. Muy tentador. Muy, muy tentador. De hecho siento como escalofríos de placer imaginándomelo, pero no, me niego a caer en la trampa oportunista de Ibai Llanos en su Velada del Año, ese evento testosterónico que se aprovecha del hueco existente en las cadenas generalistas para llenar las redes con absurdos combates que ni son boxeo ni son nada, solo espectáculo de bajos instintos a los que suma actuaciones musicales y la parafernalia ideal para hombres-masa, que diría Ortega y Gasset.
Ibai es un tipo listo que ha hecho negocio incluso con cada kilo que se ha quitado de encima y ha encontrado un filón sobre este cruadrilátero de chichinabo invadido por youtubers, streamers, influencers y otra fauna que debemos escribir en cursiva. Prueba de ello es que ha llegado a colar como información una descarada acción publicitaria que, personalmente, me resulta insultante: una empresa dedicada a la búsqueda de empleo anuncia puestos de trabajo como invitado VIP a la Velada del Año. 1.000 pavos. Con un par. (1.000 pavos por ver cómo le parten la cara a TheGrefg es, posiblemente, el mejor trabajo del mundo, pero no vamos a citar la empresa. Sorry.)
Bastante es que estamos hablando del evento como para publicitar por el morro la web. Este año se celebra de noche, en verano, en el estadio de la Cartuja, en Sevilla, y cuenta con nombres como Andoni, Tomás Mazza, Gaspi, Viruzz, Alana y Westcol, entre otros. Tranquilos, queridos boomers, yo también he googleado.
Una de las paradojas de Ibai y toda su generación digital es que vienen dándoselas de «creadores de contenido» revolucionario, ajenos supuestamente a lo que se hace en la televisión convencional, y luego promocionan las peleas como si fuera Sálvame. ¡Tanta modernidad para esto! Ahí tienen, sin ir más lejos, las razones que alimentan la guerra a muerte entre RoRo, de profesión «lo que diga Pablo», y Abby, de profesión «me he mudado a Andorra a jugar a videojuegos». Nivelazo. Abby acusa a RoRo de poner voz de mujer dócil y sumisa, RoRo se presenta como feminista, Abby dice que no se puede ser feminista cuando se está al servicio del novio, RoRo insinúa que Abby no sabe lo que es la sororidad. Oh, tremendo quilombo. Yo no duermo hasta que no se resuelva esta crisis. Hermanas, ¿ahora a quién creo?