Juan del Val, opinar sin sentido y no sentir al opinar
«Decir que cualquier obra literaria está por encima del dolor de una madre es una animalada»

El tertuliano Juan del Val. | Gtres
No es fácil dar una opinión equilibrada y justa. Da igual el tema del que se trate y lo mucho o poco que sepamos sobre él. Que sea un tema complejo y árido o un tema superficial sobre el que pasar un rato tan agradable como frívolo. No es que todo sea opinable, es que todos opinamos. Hay quien se toma muy en serio cuando lo hace, suelen ser los más inseguros con ellos mismos y los que menos confían en sus conocimientos, pues saben de su endeblez. También están los que lo hacen de manera frívola o impulsiva, que buscan imitar a los tertulianos de la televisión, pero que carecen de la muleta del móvil o la tablet.
Cualquier cosa menos demostrar que se está «cojo» informativamente, aunque como consecuencia de ello te pueda coger el toro de la verdad y el conocimiento. Y luego están los que dudan y los que callan, que está claro que algo nos ocultan por la poca claridad que nos muestran. El que es templado y sabe algo lo suele esconder hasta que no tiene la suficiente información para que la calidad de esta, saque por lo menos un aprobado en el examen de verificación.
Esta es la razón por la que un servidor le da tanta importancia a saber buscar la información, y una vez encontrada, hacer algo aún más importante, saber leerla y entenderla. Es algo que intento aplicarme y que humildemente les recomiendo. Si buscas que tu opinión sea respetable, debes respetar a quien se la estás comunicando. Mostrar un conocimiento mínimo de la materia, pero también una empatía con el receptor de la misma.
La forma y el fondo son fundamentales. Buscar la estética y la belleza en la comunicación tiene que ver con utilizar un lenguaje adecuado al receptor, hacérselo atractivo y no aburrido, desde la naturalidad y no desde el púlpito. Con un tono amable, nunca impositivo ni de amenaza, y teniendo en cuenta además de lo que sabes del tema, la sensibilidad de la otra persona con respecto a la materia tratada. Si se trata de un material sensible que puede hacer sufrir al receptor por haberlo sufrido en sus propias carnes. En la búsqueda de la belleza al opinar es indispensable medir el daño que se causa al expresarlo, pues no todas las víctimas de esos argumentos lo merecen. Hay quienes deben recibirlo por la inmoralidad de sus hechos, y con esos, leña al mono. Pero hay quienes son un sujeto pasivo e inmerecido de una opinión que les hace un daño irreparable.
Aquí aparece nuestro protagonista, Juan del Val. Conocido por participar en el programa de Pablo Motos, El hormiguero. Un formato que lleva casi dos décadas de éxito debido a su buen hacer. Le llaman «el polémico», aunque no dejan de ser gracietas facilonas de barra de bar, llevadas a cabo por el típico parroquiano con palillo entre los dientes manchados por el vino, ese sí, más peleón del establecimiento. Bromitas y provocaciones tan sencillas como previsibles. Una forma ingenua de entender el ingenio.
Su última aparición estelar fue en el programa presentado por su mujer, Nuria Roca, que se emite los domingos en la Sexta. Se hablaba sobre la polémica alrededor del libro escrito por Luisgé Martín, El odio, y en el que José Bretón, asesino de sus hijos, participa de manera activa dando sus opiniones sobre lo que le pregunta el autor. En la tertulia donde participaba Juan del Val, se debatía sobre si el libro se debía publicar o no, ya que de momento se ha suspendido su salida al mercado debido a que Ruth Ortiz, madre de los niños, así lo ha pedido a través de sus abogados.
Cuando le tocó el turno a nuestro protagonista dijo textualmente lo siguiente: «Estamos hablando de la publicación de un libro, y ese es el debate. Sinceramente, creo que la libertad de hacer una obra literaria sobre cualquier persona y sobre cualquier hecho tiene que estar por encima de ese dolor, que evidentemente puede sufrir la madre, con toda la empatía hacia ella. Pero no podemos decir si se publica o no un libro desde el argumento de si fueran mis hijos, están diciendo que no se puede dar voz a los asesinos, cómo que no, evidentemente que se puede dar voz a los asesinos, sabiendo la naturaleza de esos seres, pero por supuesto que hay que dar voz a los asesinos».
Decir que cualquier obra literaria está por encima del dolor de una madre es una animalada propia de quien no siente ninguna empatía por el dolor ajeno. No sé si este tertuliano se expresó bien o quería decir eso, pero por eso decía unos párrafos más arriba que hay que expresarse lo mejor posible cuando se quiere dar una opinión y que se te respete al hacerlo, y más aún cuando el material es de una sensibilidad insuperable. Si la obra creativa o cultural está por encima de la vida real, de lo que tocamos y sentimos, es un debate siempre interesante, pero si hay algo por encima de todo es el respeto ante el dolor más agudo, como es la muerte de tus hijos cuando tenían seis y dos años, y para más inri lo haya cometido tu expareja y padre de los niños.
Que se le dé voz en ese libro a quien lo hizo por la única razón de hacer un daño irremediable a su pareja, por no querer seguir compartiendo su vida con un monstruo que no sabía que lo era tanto. Querer seguir matándola, pues a quien realmente mató fue a ella, aceptando salir en ese libro para que la llama de ese dolor no se alivie ni lo más mínimo, sino todo lo contrario, luzca en todo su esplendor. Si no se entiende esto, no se entiende nada. Todos somos animales, pero nuestra irracionalidad debe tener unos límites. Cuando estaba leyendo este texto por si se me había quedado alguna idea en el tintero, ha saltado la noticia de que el juez paraliza la suspensión y permite la salida comercial del libro. Qué lástima que el escritor Durrell muriera hace 30 años, autor de Mi familia y otros animales, libro que fue un éxito tanto para la crítica como para el público. Ahora podría haber escrito La sociedad y otros animales.