THE OBJECTIVE
Hastío y estío

De terrazas y Ayuso: mal gusto y despotismo poco ilustrado

«Ayuso no aprovechó el primer día del fin de semana sin lluvia de esta primavera para ir a una terraza cerca de su casa»

De terrazas y Ayuso: mal gusto y despotismo poco ilustrado

La presidente de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso. | Comunidad de Madrid

Ha empezado lo que llaman buen tiempo. Dejó de llover tras tres semanas donde olía a marmota mojada. Sale el sol y parece que el personal sale a las calles como si llevara confinado desde el 2020. Lo que está claro es que la pandemia en Madrid es el gusto por las terrazas. Ayuso, que conoce muy bien a sus votantes, asoció la libertad a poder ir a una terraza a tomarte una cervecita, dos, o las que se tercien

El sábado pasado salí a dar una vuelta. Quería aprovechar ese aire en la cara y esa luz en mi pelo para respirar alguna idea soleada para escribir mi artículo para hoy lunes. Serían más o menos las cinco de la tarde y todos los bares y cafeterías habían sacado mesas y sillas al exterior de sus locales. Todas ocupadas por humanos que parecían felices por hacer lo mismo que un sintecho, pero por un precio bastante más alto. Solo a los niños y los vagabundos les queda bien comer y beber en la calle. No hay elegancia en ver comer a un señor o a una señora una croqueta de jamón ahumada por el tubo de escape del coche que acelera en cuanto el semáforo se pone en ámbar. El estado sólido y gaseoso de las cosas se ingieren a la vez que el líquido. Las jarras de cerveza atestan la mesa del grupo de amigos. Los camareros no dan abasto y no tienen tiempo para recoger esa vajilla a la velocidad devoradora de esos seres que adquieren la condición de mitológicos. El humano en una terraza parece que tuviera miedo de su irrealidad, si no se comunica a gritos y traga el gin tonic como si llevara un par de meses en el desierto. Madrid es una ciudad de interior que sólo quiere y puede ser entendida al exterior

En esa hora taurina, también ayudaba que no jugase el Real Madrid, el equipo que sin duda más gente arrastra a quedarse en casa o dentro del bar. Estos últimos son los que demuestran un mejor gusto como clientes de establecimientos de hostelería como Dios manda. La calle es para pasear o para sentarse en un banco. No tenemos por qué pasar un mal y antiestético rato de ver a alguien cómo se come un espárrago o unos espaguetis. Y es que, si la cosa se quedase en beberse un vino acompañado de las típicas patatas fritas o frutos secos, la situación tendría un pase. Pero la cosa es llevar el mal gusto hasta las últimas consecuencias. Querer igualarse con los chiringuitos de la playa, y comerse una paella más llena de guisantes que de arroz, donde lo más amarillo es el plato. Por lo menos en Madrid, los hombres que van a estos lugares incompatibles con las buenas costumbres, van vestidos de cintura para arriba. Los turistas no necesitan ver a tanto oso comiendo al lado de un madroño para saber que están en la capital de España. 

Me fui para casa siendo consciente de que esto no había hecho otra cosa que comenzar. Que por lo menos hasta octubre mis ojos no iban a ver otra cosa en las calles. Medio año de una fealdad irremediable. De decir que no a muchos planes. De no querer pagar el doble por una consumición donde el ruido de los coches se escucha mejor que el de los acompañantes. No debemos hacernos tan evidentes. La discreción siempre es nuestra mejor carta. Vayan a los bares, pero entren en ellos. Hable con el parroquiano de al lado o con el camarero. Le contarán cosas extraordinarias por su costumbrismo. Además, todos tienen aire acondicionado para los próximos meses calurosos. Son todo ventajas. La otra opción nos expone demasiado, y eso nunca es bueno para nuestra especie. 

Encendí el ordenador y busqué noticias para escribir algo para este artículo. Ayuso no había aprovechado el primer día del fin de semana sin lluvia de esta primavera para ir a una terraza cerca de su casa en el barrio de Chamberí. Estaba en un acto de jura de bandera en Alcobendas donde no quería este gobierno fascista que estuviera. Ella sacrificó el acto más libertario para hacer uso de su libertad individual donde no querían que la ejerciera. Un Ejecutivo al que le gusta ejecutar, valga la redundancia. Y más armado que el ejército, al que volvió a denigrar con sus decisiones. Los pertenecientes a este Gobierno no van a ninguna terraza de nuestras ciudades. Tienen miedo a ser vistos y a ser increpados. La conciencia intranquila es lo que tiene. Los que van a las terrazas no tendrán un gusto muy refinado, pero por lo menos no tienen que esconderse de nadie. Se vanaglorian de su mal gusto, pero mucho peor es comportarse de la manera despótica como lo hace este Gobierno. 

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