Simeone y Laporta, entre sonrisas y lágrimas
«Mejor aliado que el CSD no vas a encontrar; contundente en sus sentencias, recuerda al binomio Pumpido-García Ortiz»

El presidente del FC Barcelona, Joan Laporta. | Alberto Gardin (Zuma Press)
En su paranoia arancelaria, piensa Donald Trump que todo el mundo se aprovecha de Estados Unidos, que todos los países le roban como si en lugar de ser una gran potencia, la gran potencia, fuera un paria o una de esas islas ignotas del Ártico que van a necesitar una Chiqui Montero para recaudar impuestos entre los pingüinos. Se trata de satisfacer el ego del líder, de disimular esa manía persecutoria latente en personajes como Joan Laporta o Diego Pablo Simeone, infalibles como los documentales sobre árbitros de Real Madrid Televisión frente a los pobres ignorantes que se atreven a criticarles o a exigirles cuentas. Laporta retuerce el reglamento hasta hacerlo entrar por el ojo de una aguja, en plan TC o FG con sus camellos; Simeone pretende ganar los partidos sin chutar a puerta y se consuela con la utopía de aquel penalti de Julián que el colegiado anuló y evitó, ¿en serio?, la clasificación del Atlético… RMTV es una paradoja del Aprendiz (The Apprentice) cuando intenta hacernos creer que todos los trencillas están comprados por el enemigo y sólo transigen, no siempre, con quienes señalan penaltis a su favor y pitan fueras de juego por una uña, si la uña no es la suya.
Rueda la pelota entre sonrisas y lágrimas y más que el balón gira el fútbol, fuente inagotable de noticias. Las distribuye sin pausa en el carrusel infinito de ese amplio espectro que discurre entre la desesperación y la derrota, la victoria y el éxtasis. Un día amanece con que Cristiano Ronaldo será dueño del Valencia si el equipo se mantiene en Primera y que, por fin, Peter Lim dejará de ser la pesadilla de la afición che, y al otro se sobresalta porque el fair play financiero de LALIGA es el reglamento que han de cumplir todos sus miembros excepto el Barcelona, que ha encontrado en el Consejo Superior de Deportes un defensor de la talla de Perry Mason.
La cuestión azulgrana es que para mantener su competitividad y no alejarse un milímetro de la estela del Madrid, Joan Laporta, más listo que los ratones «coloraos», recurre a las famosas palancas y mantiene al club en la cresta de la ola consciente de que con el más leve titubeo puede romperse la crisma. Operaciones fallidas como la de Barça Studios no lo amilanaron, ni el impago de los cien millones de la empresa alemana Libero. Fichó a Dani Olmo, ratificó a Pau Víctor y se puso el mundo por montera. En esta ocasión no necesitó gritar «¡al loro!», sino vender el chocolate del ídem. Salvó sobre la campana la norma 1:1 con el comodín del CSD, que protegió el derecho a trabajar de ambos futbolistas por encima de todas las cosas, en contra de los acuerdos de la Comisión de Seguimiento del Convenio de Coordinación RFEF-LALIGA, de nuevo desacreditada por el Consejo, después de que el organismo rector del Fútbol Profesional recordara que las inscripciones de Olmo y Víctor deberían ser anuladas, pues de los 100 millones de los palcos vips del todavía en obras Camp Nou sólo hay noticias de 58. Y, ojo, que si el 30 de junio los citados palcos no están terminados y pagados a Jan apenas le quedarán conejos en la chistera.
El CSD ha vuelto a dar la razón al Barça en contra de LALIGA, que ha decidido recurrir. Con lo cual Laporta vive sin vivir en él. Ahora que el equipo, con Flick, juega de maravilla y es líder del campeonato liguero, finalista de la Copa y cuartofinalista de la Champions, las normas y la aritmética vuelven a ensombrecer el panorama. De ahí su enésima explosión, cual Lancelot en defensa de Ginebra: «Luchamos contra todo y contra todos», exclama. Hombre, Joan, contra todo y contra todos… Mejor aliado que el Consejo Superior de Deportes no vas a encontrar; contundente en sus sentencias, recuerda junto a ti al binomio Pumpido y García Ortiz, inasequibles al desaliento. Sólo que en el caso que nos ocupa los sentimientos afloran como esa emoción que ha cubierto de lágrimas la mirada del presidente blaugrana. Con ellas, viene a dar la razón a Lope de Vega: «No sé yo que haya en el mundo palabras tan eficaces ni oradores tan elocuentes como las lágrimas».
Hay lágrimas y lágrimas, unas son de cocodrilo, muchas de pena y otras de esperanza. En los ojos del Cholo no asoma ninguna de ellas. Es más pragmático que Laporta porque es entrenador, un entrenador que vive los partidos con una intensidad asombrosa, histriónica. Decía Orson Welles que «cuando se viaja en avión solamente existen dos emociones: el aburrimiento y el terror». Las de Simeone, como las de Welles, se contagian cuando el equipo no sale de su área y produce hastío o aterroriza cuando es incapaz de acertar con el último pase. Las emociones del Cholo son producto de una carrera de 14 años en el Atlético de Madrid, recuperado para la causa de los grandes del fútbol después de haberlo instalado entre los cuatro primeros de la Liga y entre los más destacados de la Champions, aunque en dos ocasiones muriera en la orilla por causas que jamás reconocerá RMTV. Ocho títulos con Simeone, el último, la Liga en 2021; en 2025, salvo milagro en el torneo doméstico, las ilusiones rojiblancas se evaporaron en dos semanas de marzo.
Y así, entre contadas sonrisas y mares de lágrimas avanzamos, perplejos y atemorizados por las fechorías de Trump y los diversos Trump que nos rodean; sorprendidos por la naturalidad con que Laporta se reinventa después de cada traspié, y atentos a la pantalla de Simeone por si se le ocurre tomarse uno o dos años sabáticos y de paso se reinventa.