Semana de Pasión, la esclavitud del ocio
«Nos bajaremos de nuestras cruces y estiraremos las piernas todo lo lejos que nos permita nuestro coche»

Unas torrijas como las que van a disfrutar buena parte de los españoles en estas fechas. | Eduardo Parra (Europa Press)
La fugacidad de la vida es semejante a lo que duran los grandes temas de la actualidad. Antes de ayer, debíamos armarnos hasta los dientes o adquirir un kit de supervivencia. Gastarnos 800.000 millones de euros en la defensa de Europa o en una bolsa con una linterna y un par de latas de fabada. Ayer nos íbamos a arruinar económicamente aún más de lo que lo estamos. Las bolsas iban a caer hasta el subsuelo y ni Dostoievski podría haberlas levantado. Tener memoria siempre es bueno, pero en este mundo de hoy se olvida todo por pura supervivencia mental. Kapuscinski hubiera preferido ser Stefan Zweig y suicidarse que ser el reportero del momento presente. El ayer es una parte más del pasado más lejano. Nada hay más antiguo que lo que ocurrió antes de despertarnos esta mañana. El mundo comienza cada día para estar en perfecto estado de revista para su destrucción.
Trump decidió salvarnos de esa ruina económica un par de días después de querer provocarla. Tener que darle gracias al matón por soltarnos sólo un par de sopapos y cuando nos tiene en el suelo decidir no rematarnos a patadas. Sentir alivio de algo que no se ha producido. Dar gracias porque el susto no pasase a taquicardia. En esta semana han empezado y acabado dos guerras mundiales, la militar y la económica. Pero no debemos relajarnos, es muy probable que tengamos muchas más las próximas semanas. La cosa va de que el personal esté intranquilo. Dar la sensación de que cada día ocurre un suceso histórico como no lo ha habido antes. Todo es importante, mientras nuestras vidas siguen siendo la mayor parte del tiempo de una grisura metalizada.
Por suerte llega la Semana Santa y la actualidad nos dará un respiro. Nos bajaremos de nuestras cruces y estiraremos las piernas todo lo lejos que nos permitan el acelerador y los frenos de nuestro coche. Viajaremos a ninguna parte donde la paz sea posible. Una escapada temporal que nos llevará a un futuro demasiado conocido. Las procesiones serán las encargadas de llenar las calles vacías. En Madrid habrá una que terminará en el Bernabéu. Cuando termine el partido llegará el Jueves Santo y puede que el general romano sea el crucificado. Ancelotti se agarra a la cofradía del clavo ardiendo, mientras observa como nacen agujeros en sus manos y sus pies.
Descansaremos poco. Somos incapaces de llevarle la contraria a Pascal y demostrarle que podemos estar quince minutos sentados en nuestra habitación sin hacer nada. Solo mirar por la ventana, si es que la habitación la tiene, y quedarnos con la mente más en blanco que el color de la pintura de esas cuatro paredes. Si hemos viajado habrá que aprovechar para llevar el cansancio físico al extremo e ir hasta la playa, la montaña o el edificio o monumento elegido desde primera hora de la mañana. Aprovechar el tiempo, esa expresión maldita que es la que nos llevará irremediablemente a la muerte. Si se quedan en su ciudad, aprovecharán para hacer limpieza general, o ver todas esas series que nos dicen que tenemos que ver. La esclavitud del ocio es mucho peor que la que nos puede imponer cualquier tirano. Deja en evidencia lo estúpidos y manipulables que somos. Practiquemos la quietud en nuestro tiempo libre. Lo lento. Decidamos de manera armoniosa y natural lo que queremos hacer y lo que no. Busquemos lo que somos en esencia y lo que nos representa. El lunes después de estos días festivos llegará de manera inmisericorde y si no has descansado ni has hecho lo que querías realmente le importará menos que a Pedro Sánchez los españoles.
Un servidor comerá torrijas. Si puedo una cada día de esa semana. Me dejaré llevar por ese vicio que sólo engorda mi mirada hambrienta. Sólo se estrecha el plato donde esa rebanada de pan frito y lechosa late nerviosa ante su viaje a mi estómago. El contenido en lo gastronómico es mucho más importante que el continente. La experiencia es el producto, no un plato de colores o una vajilla de museo. Donde esté una buena casa de comidas o tasca en condiciones que se quite El Bulli o Diverxo. Llene cada sentido de lo que necesita hasta la siguiente guerra inevitable. Feliz Semana Santa.