Breve historia del fiasco del euro: sin reglas fiscales serias no puede haber moneda fuerte
«Cuando Lagarde reemplazó a Draghi al frente del BCE, se acentuó su orientación inflacionista»

Cristine Lagarde. | EP
En los 25 años previos al lanzamiento del euro, Alemania tuvo una inflación media anual de 3%, igual que Suiza. Al mismo tiempo, en Francia fue 5,4% anual y en España e Italia superó el 9% por año. El euro se justificó para que, gracias a la generosidad germana, los demás países de la UE disfrutaran de las ventajas de una moneda de calidad como el marco alemán.
Como la fortaleza de una moneda es el resultado de unas finanzas públicas sanas, para participar del euro había que cumplir varios requisitos (déficit fiscal inferior al 3% del PIB, deuda pública de hasta el 60%, etc.). El Banco Central Europeo comenzó a funcionar con una meta de inflación “inferior al 2%”.
Ya en mayo de 2003 se cambió el objetivo de inflación, que pasó a ser “inferior, pero cercana, al 2%”: si al principio valía una inflación de 0,5%, a partir de mayo de 2003 debería ser entre 1,5% y 1,9%, aproximadamente. Un cambio que fue en el sentido de debilitar y no fortalecer al euro.
El 26 de julio de 2012, Draghi pronunció su famoso “whatever it takes”: haría todo lo necesario “para salvar el euro”. Ese día, Draghi anunció que el BCE ya no tendría límites para emitir euros. Ausencia de límites que significó abandonar el objetivo de estabilidad monetaria, que por definición debe asentarse en un control de la emisión, que a su vez solo es posible cuando las cuentas públicas están en orden.
No se estaba “salvando el euro” (imposible con una emisión ilimitada), sino a los gobiernos derrochadores: Grecia, Italia, España y Portugal, principalmente. El BCE empezó a comprar títulos de deuda, manipulando las primas de riesgo y limitando la fuerza disciplinadora del mercado.
Cuando Lagarde reemplazó a Draghi al frente del BCE, se acentuó su orientación inflacionista: en julio de 2021, se volvió a cambiar el objetivo de inflación para hacerlo “2%, simétrico”. Hasta 2003 la meta se cumplía, por caso, con un 0,3% de inflación anual. Desde julio de 2021, también vale un 2,3%.
Esos 2 puntos porcentuales en la inflación anual que el BCE se concedió, rompió la promesa de una moneda fuerte: en 10 años, con 2,3% de inflación anual, el euro pierde el 20% de su poder de compra; con un 0,3% de inflación anual, la pérdida es inferior al 3%.
Desde 2014, la política inflacionista se hace a cara descubierta: entre dicho año y 2022, el tamaño del balance del BCE se multiplicó por 4,4. Eso equivale a una emisión anual media de 20,4% durante ocho años. Eso provocó el estallido inflacionario de 2022-2024. Sin esa misión, los cuellos de botella de la pospandemia, la guerra en Ucrania o los precios de la energía, no hubieran podido generar inflación. La comparación son Suiza es elocuente: entre 2019 y hoy, la inflación media anual en la Eurozona es 3,7%, mientras que en Suiza es solo 1,2%.
Como el euro pasó a ser una moneda inflacionista, ya no hacen falta las reglas fiscales. Primero se las suspendió cuatro años (de 2020 a 2023) y luego se las reformó de tal modo que en la práctica no constituyen ningún límite. Un ejemplo: si un país tiene una deuda pública equivalente al 90% del PIB, debe reducir esa ratio al menos 0,5% anual, hasta llegar al tope del 60%. Así, un país tendría un margen de hasta 30 años para volver al máximo exigido inicialmente del 60%. Como es obvio que a lo largo de 30 años nuevas crisis dilatarán la reducción de la deuda pública, las nuevas reglas fiscales admiten que el tope del 60% se viole ad infinitum. El reciente cambio de la política fiscal alemana, al que me referí en mi artículo anterior, simboliza la ausencia de reglas fiscales.
El BCE ya no responde al objetivo inicial de una moneda fuerte: dilapidó el prestigio del marco alemán y convirtió al euro en la moneda de los políticos. El BCE es funcional a los gobiernos derrochadores que, además del auxilio de unas reglas fiscales demasiado laxas, cuentan con el apoyo del inflacionista BCE, que reprime los tipos de interés. Esa represión de los tipos de interés, además de perjudicar doblemente a los ahorradores (cobran intereses menores de los que deberían, en una moneda que pierde más valor del que se prometió al inicio), fomenta inversiones antieconómicas. Esa es una de las causas profundas de la pérdida de competitividad y de la esclerosis de la economía europea.
Sin reglas fiscales serias, el futuro del euro no es esperanzador. El BCE lo sabe. Por eso reforzará el curso forzoso del euro con el lanzamiento del euro digital. Una herramienta que, además de amenazar la libertad individual, haría posible convertir la Eurozona en un “megacorralito” sin escapatoria posible, para favorecer el derroche público y el intervencionismo.