El oficio del divulgador histórico
La divulgación histórica en España ha avanzado mucho en los últimos años

Ilustración de Javier Rubio Donzé.
A lo tonto, llevo ya una década dedicado a la divulgación histórica y, aunque todo esto empezó como un experimento, al final, se ha convertido en mi oficio y en mi pasión. Academia Play –el canal de divulgación histórica que lancé en 2015 y que hoy supera los 3,5 millones de suscriptores– cumplirá diez años en diciembre de 2025. Una cifra redonda que me invita a hacer balance.
¿Qué he aprendido en el camino? ¿Qué aspectos puedo resaltar de mi oficio? Aquí, algunas ideas a vuelapluma…
- Lo que publico en YouTube no son vídeos académicos, aunque muchos de ellos estén revisados por pares: son relatos visuales pensados para despertar la curiosidad y, por supuesto, para aprender. Eso exige condensar, simplificar y dotar de ritmo cada historia sin traicionar los hechos. El formato –la duración, el lenguaje, el tono– manda, y aprender a respetarlo ha sido quizá la primera gran lección.
- Trabajo sobre datos contrastados y fuentes sólidas, pero la interpretación siempre conlleva riesgo de perder objetividad. Por eso vuelvo una y otra vez a los mismos episodios históricos, investigo, cotejo, leo a autores que me incomodan y escucho a la comunidad académica. Intento que cada vídeo sea un ejercicio de honestidad intelectual: mostrar lo que sabemos, reconocer lo que ignoramos y subrayar la complejidad cuando la simplificación tiende a borrarla.
- Claro que tengo convicciones políticas; todos las tenemos. No obstante, yo prefiero decir que tengo ideas, no ideología, pues las ideologías encorsetan. Mis ideas cambian, evolucionan: no pensaba igual a los 20 que ahora que he pasado de los 40, y confío en no pensar igual dentro de diez años. Esa flexibilidad es la mejor vacuna contra la arrogancia y el sectarismo.
- Publicar en una plataforma global significa aprender a leer datos de retención, impresiones y clics, pero también a filtrar los comentarios y aceptar la crítica constructiva. Cada «me gusta» es tan valioso como cada corrección bien fundamentada: ambos me recuerdan que la divulgación es un diálogo, no un monólogo.
- Responsabilidad pública. Millones de personas obtienen sus primeras pinceladas de historia a través de mis vídeos. Eso me carga de una responsabilidad que va más allá de las visitas: combatir la desinformación, contextualizar los hechos y fomentar el pensamiento crítico. Cuando un espectador me escribe diciendo que se matriculó en Historia gracias a un vídeo nuestro, recuerdo por qué merece la pena cada hora de documentación.
Son muchos los que me han reprochado (siempre por cuestiones ideológicas) que, debido a mi formación (soy arquitecto), no estoy capacitado para divulgar. Bien, es una opinión, pero no estoy de acuerdo. La formación es fundamental, pero uno también se forma rodando. Y eso he hecho a lo largo de mis 41 años de vida. Por otra parte, hay historiadores que solo quieren hacer vida académica y piensan que divulgar a un público generalista es rebajarse; una manía, muy española, por cierto, pues en el mundo anglosajón, los grandes historiadores no se avergüenzan al rebajar su tono academicista, que muchas veces, en España, roza lo pelmazo. Si el saber histórico solo se quedara entre especialistas, la disciplina se marchitaría. Investigar sin comunicar priva a la sociedad de una herramienta cívica esencial. En consecuencia, no puede existir Historia –con mayúscula– sin un esfuerzo deliberado de divulgación dirigida al público general.
Pero divulgar la historia a un gran público generalista implica una gran responsabilidad, como apunté antes. El divulgador histórico debe traducir investigaciones académicas complejas en narrativas accesibles que puedan ser entendidas por cualquier persona, independientemente de sus conocimientos previos. Esto no implica que el divulgador no deba investigar también, y que deba saber manejarse con las fuentes. Tampoco implica rebajar la calidad del conocimiento histórico, sino más bien convertirlo en algo relevante y atractivo.
Para lograr esto, es esencial que el divulgador cuente historias bien narradas. Un amigo me dio hace años una clave fundamental: «No hay historias buenas o malas en sí mismas, sino historias bien o mal contadas». Una historia bien contada logra captar la atención del público, estimula su curiosidad y es capaz de generar reflexión crítica sobre el pasado y su influencia en el presente. Ese amigo es Gonzalo Altozano y tengo sus consejos grabados a fuego. Otra de sus grandes frases es: «Hay dos tipos de personas. Los que van a la Guerra de Vietnam y lo cuentan como si hubieran ido a comprar tabaco, y los que van a comprar tabaco y lo cuentan como si hubieran ido a la Guerra de Vietnam». Y es que el divulgador, al igual que el novelista, debe hacer uso de recursos narrativos que faciliten la comprensión y cierta vinculación emocional con los hechos históricos. El uso de anécdotas, testimonios personales y detalles cotidianos permite al lector visualizar el pasado y conectar emocionalmente con él. Por ejemplo, en lugar de solo presentar estadísticas sobre una batalla o una crisis económica, incluir experiencias personales o historias de vida concreta facilita una comprensión más profunda del impacto humano de estos eventos. Todo relato histórico que se precie se construye sobre unos hechos verificables y un ornato literario.
La divulgación histórica dirigida al público no académico debe cuidar varios aspectos clave para ser efectiva. Primero, debe mantener la precisión y la verdad histórica. Aunque el relato pueda simplificarse, nunca debe perder rigor científico ni caer en la invención gratuita o en la mitificación del pasado. Segundo, debe ser clara y estar bien estructurada; la narrativa histórica debe fluir naturalmente, guiando al espectador/lector desde una introducción que despierte interés hasta unas conclusiones que aporten nuevas perspectivas. Otro aspecto fundamental es la contextualización. Explicar los eventos históricos sin situarlos adecuadamente en su contexto puede llevar a malentendidos o a interpretaciones erróneas. Un divulgador eficaz siempre se asegura de que el público comprenda no solo el qué, sino también el porqué y el cómo, situando los hechos en un marco temporal, cultural y social claro. Es fundamental ponerse las gafas adecuadas y evitar presentismos.
La divulgación histórica atractiva también debe afrontar y desmontar mitos y prejuicios comunes sobre el pasado. Una función importante del historiador es desmontar visiones sesgadas y promover una comprensión más equilibrada y crítica. Los historiadores tienen la ardua tarea de fomentar la reflexión y el pensamiento crítico frente a relatos simplificados o manipulados con intenciones políticas o ideológicas. Y luego el divulgador debe trasladar esa reflexión a un público más amplio. Y, por supuesto, hay que evitar la tentación de caer en el sensacionalismo, aunque ello pueda atraer lectores u oyentes.
La divulgación histórica en España ha avanzado mucho en los últimos años. Son muchas las iniciativas y muchos los formatos y medios de calidad que han surgido (La Contrahistoria, Sierra de Historias, Bellumartis, La Escóbula de la Brújula, Divulgadores de la Historia, Isaac Moreno y su Ingeniería romana, Bizancio Maravillosa, las Jornadas de la Leyenda Negra en San Lorenzo de El Escorial, Cascaborra, El Fisgón Histórico, Círculo Recaredo, Desperta Ferro, Gestas de España, los libros de Sandra Ferrer, Juan Eslava, Manu Villatoro o César Cervera, La Chonera de Circe, grupos de recreación histórica como El Clan del Cuervo o Voluntarios de Madrid 1808-1814 y tantos, tantos otros…). Los libros son solo una vía para divulgar historia; mas también son efectivos los documentales, podcasts, videojuegos, itinerarios, viajes, exposiciones interactivas, jornadas históricas o vídeos de YouTube. Porque la variedad de medios permite llegar a un público más amplio y diverso, que puede interactuar con la historia de maneras diferentes y enriquecedoras. Esta diversidad de formatos no solo amplía el alcance de la historia, sino que desafía al divulgador, empujándolo a dominar nuevas herramientas, empujándolo a adaptar su narrativa a cada medio, empujándolo a mantener el rigor histórico mientras cautiva y educa a audiencias globales… El buen divulgador histórico no solo ha de narrar, sino que tiene que iluminar. Prodesse et delectare, que decía el poeta latino Horacio, es decir, enseñar deleitando. ¡Larga vida a la divulgación histórica!