Sumisos y bailongos
«Sigamos bailando, que este Gobierno dueño de la discoteca, no tiene intención de poner las luces»

Terraza en la calle Lavapiés en Madrid durante el apagón. | Fernando Sánchez (Europa Press)
El escritor francés Houellebecq, casi siempre certero en sus análisis pesimistas de las actuales sociedades occidentales, volvía a hacerlo en uno de sus últimos libros, titulado Sumisión. En esta novela escrita la década pasada jugaba con la idea de que en la de los 20, un partido político denominado Hermanos Musulmanes se hacía con el poder en Francia. Un partido islamista radical votado en su mayor parte por una población progresista nativa de ese país, que en su ida de olla compra un buenismo que sólo está en sus cabezas, donde el multiculturalismo siempre es bueno y lo malo siempre son los valores tradicionales occidentales, una negación de la ilustración francesa y de las democracias y los Estados de Derecho de los países europeos.
La otra razón es la cada vez mayor entrada de personas que provienen de esos países donde precisamente esos valores autóctonos son los que les han empobrecido y hayan tenido que buscar en países de culturas tan antagónicas a la suya, un lugar donde poder vivir y ser tratados como seres humanos. Una sumisión por parte de los franceses en esta novela, ante la decadencia de los valores morales que hicieron de Europa un continente envidiable desde la segunda mitad del siglo veinte. Un acomplejamiento avalado por una vida demasiado acomodada, en cuya necesidad de sentir sensaciones nuevas, se aburre de la inanidad y comodidad de su existencia.
En España, llevamos un “sanchismo” sufriendo nuestra propia “sumisión”. El pueblo se ha dejado llevar por la deriva de la decadencia moral dominante. Ni sentimos ni padecemos. Es más, nos hace gracia que nos pisen la cabeza mientras nos escupen. Nos sabemos humillados, pero no hacemos nada para cambiarlo. Como la mayor parte de la población sigue siendo cristiana, cosa que molesta y mucho a este régimen, lo que hace es poner la otra mejilla, para facilitar a los tiranos el sufrimiento que quiere imponernos. Un gobierno que crea que problemas y no los soluciona porque es ahí donde encuentra su caladero de votos. Los culpables siempre son los demás: el capitalismo, las empresas privadas, la oposición, el cambio climático, el fascismo, los enanitos verdes, las hadas vestidas de azul, Donald Trump, Mourinho, Miguel Bosé, o el Papa de Roma, aunque ahora no haya.
Nuestra sumisión es de órdago. Una partida de mus donde el pueblo siempre lleva un cuatro de oros, un cinco de bastos, un seis de espadas y un siete de copas. Un acto suicida y para muchos gustoso. Aplaudían a las ocho de la tarde a los dioses sanitarios de manera abducida y poco científica. Ahora bailan y cantan en mitad de un apagón donde la fiesta empieza y acaba cuando se apagan y se encienden las luces. El pueblo le baila a la oscuridad, y una vez es iluminado le canta agradecido su misericordia con ellos. Un conformismo que nos denigra y nos hace merecedores de lo que nos pasa. Este Gobierno nos quiere empobrecidos para prometernos que serán ellos los que nos saquen de esa condición. Un cinismo en el que se basa su ideología. Prometer hasta metérnosla doblada. Cuanto más pobres haya, más gente creen que les votará. Viven de la ilusión del pobre por dejar de serlo, y que esta se eternice. Romantizar una vida de transistor y linterna. De velas y desvelados por el futuro más próximo. No tendrás nada y serás feliz, como en Venezuela y Cuba, campeones mundiales en apagones, sonrisas y bailes.
En nuestra sumisión se basa que nos machaquen a impuestos y cuotas de autónomos que se parecen demasiado al impuesto revolucionario con el que extorsionaba una banda terrorista vasca. Una sociedad empobrecida, mientras ellos se enriquecen para hacernos creer que dependemos de ellos. Mientras tanto los servicios públicos nos hacen creer que vivimos en esos países maravillosos que son Cuba y Venezuela, si hablamos de sus gentes. Una ministra de Sanidad que no hace nada para bajar las listas de espera. Un exalcalde de Valladolid, que no le hace “el puente” a los coches, pero tampoco a los trenes para que estos puedan funcionar con normalidad. Un país donde no se trata a todas las personas por igual ni tampoco a sus regiones. Donde la Justicia con la fiscalía general del Estado a la cabeza depende de quien depende. Donde a Cataluña se le premia odiar a España, y a Valencia se le castiga querer serlo y que gente de toda la península haya querido ir a ayudarles tras la Dana. Dar agua al dueño del manantial y dejar morir al que necesita ayuda.
Una sumisión, la española, especialmente vergonzante ahora que acabamos de celebrar el 2 de mayo en Madrid, pero que sirve para todo el pueblo español, cuando este se levantó en contra de quien mandaba, y del ejército napoleónico. Un pueblo que como ahora se encontraba solo y sin ningún asidero al que agarrarse. Sigamos bailando, que este Gobierno dueño de la discoteca, no tiene intención de poner las luces.