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Opinión

Ana Julia Quezada lo tiene todo para ser una estrella del 'true crime'

«Si es de los que dice que se relaja viendo documentales de asesinatos, ojito, puede estar desarrollando algún síndrome»

Ana Julia Quezada lo tiene todo para ser una estrella del ‘true crime’

Ana Julia Quezada, asesina confesa del pequeño Gabriel Cruz. | Rafael González (Europa Press)

No sé si hay cada vez más psicópatas, lo que tengo claro es que cada vez hay más true crime, una moda con toques macabros que, curiosamente, se impone entre el público femenino. Los especialistas en psicología aseguran que hay una explicación para ese fenómeno: la identificación de las mujeres con las víctimas al sentirse ellas mismas vulnerables y susceptibles de sufrir una agresión, lo que hace que estén en alerta ante ese tipo de contenido. Hay, incluso, informes que han estudiado el fenómeno y van más lejos en sus conclusiones, pues aseguran que las espectadoras descubren técnicas de supervivencia para evitar ser una víctima más o para saber defenderse en una situación similar, por lo tanto, usan los documentales, series o pódcast como método de aprendizaje. También por empatía. Así, las adictas al true crime conocen realidades posibles, lo que genera en ellas un falso efecto de seguridad.

Pero el consumo excesivo de este tipo de contenidos puede ser perjudicial para la salud mental. Si usted es de los que dice que se relaja viendo documentales de asesinatos, ojito, puede estar desarrollando algún síndrome que acabará por afectarle de alguna manera, ya sean cambios en la emocionalidad o en las decisiones y en sus acciones, llegando incluso a sufrir cuadros de ansiedad, con sensación de alerta constante o de amenazas sin motivo. Los casos graves acaban por visualizar recurrentemente escenas de crímenes que se han visto y quienes lo sufren deciden salir menos de casa por un miedo injustificado.

Hay que reconocer que parte del mérito del éxito de estos formatos la tiene la propia realidad, que supera con creces la ficción. Los casos son brutales y los personajes, complejos hasta lo inimaginable. No hay autor o guionista capaz de hacer verosímil lo que ocurre en esas historias «basadas en hechos reales». Basta con leer las últimas noticias relacionadas con Ana Julia Quezada, la asesina de Gabriel Cruz (ese niño de ocho años que soñaba con ser biólogo marino y acabó en nuestro recuerdo colectivo como un pececillo perdido en aguas turbulentas), para comprobarlo.

El caso ya era de por sí tremendo: Ana Julia era una mujer devorada por los celos que sentía por el hijo de su pareja. Lo secuestró, lo asfixió y lo enterró bajo un manto de piedras decorativas. La misma asesina fingió haber encontrado la camiseta del niño mientras se realizaba, días después, su búsqueda con el dispositivo de la Guardia Civil. No solo lo hizo para dar esperanzas a su novio, también preparó la escena para que sospecharan de un ex suyo que vivía al lado de donde apareció la prueba. Pero todo su juego de manipulaciones se fue al traste. Finalmente, fue condenada a pena de prisión permanente revisable.

Si creían que todo había terminado ahí, lo siento, me temo que están muy equivocados. En su celda, Ana Julia seguía maquinando distintos planes para lograr distintos objetivos: firmar un documental con una productora y casarse con una catalana para salir de prisión eran los principales. Y, para ello, desarrolló toda una serie de estrategias que se irían al garete de la manera más surrealista: con la confesión que hizo su novia durante varias llamadas telefónicas a una tarotista a la que contó todo el plan. Esto lo pone alguien en un guion y no se lo traga nadie. Pues ya ven, la vidente lo vio claro, tal vez este fuera el único momento de su carrera en que tuvo una visión. Y acertó de pleno. Acudió a la Guardia Civil y relató cómo una de sus clientas la llamaba para aclarar el futuro de su amada y, poco a poco, en distintas consultas, iba destapando lo que escondía ese amor carcelario salpicado de corrupción y chantajes sexuales en la prisión de Brieva.

Ana Julia había conseguido un teléfono móvil a cambio de favores sexuales con unos funcionarios a los que, posteriormente, chantajeaba con las grabaciones que había realizado con el dispositivo que le había suministrado. Ay, el karma. Ana Julia llamaba a su novia para convencerla de que debían casarse para así solicitar un traslado de prisión y, posteriormente, conseguir un permiso para irse con ella a la República Dominicana. Lo harían con los 300.000 euros que supuestamente iba a cobrar de la productora para una plataforma de «streaming».

Patricia Ramírez, la madre del pequeño Gabriel, se opuso al proyecto y no solo logró pararlo, también provocó el despido del responsable del desarrollo de la serie, Ana Julia montó en cólera e hizo que le llegara un mensaje aterrador, una amenaza de muerte que, viniendo de la asesina de un niño, es como para tomárselo en serio.

Es cierto que el desenlace es digno de una comedia, con la novia desconcertada llamando a una vidente, con la vidente echando las cartas y atando cabos hasta descubrir el pastel, pero la realidad que muestra es una escalofriante verdad sobre la corrupción en una institución pública en la que fallaron todos los mecanismos de control. Claro que esto no es nuevo, ya en la Roma del siglo I escribía Juvenal aquello de Quis custodiet ipsos custodes? Pues sí, a ver quién vigila a los vigilantes.

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