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La época del pánico

«Vivimos en la era del pánico, pero más de uno se aprovecha y lucra de este miedo»

La época del pánico

Donald Trump y Pedro Sánchez en una imagen de 2018. | EFE

Sin duda el miedo es un arma. Un atronador sonar de tambores hacía creer a los asediados que el ejército atacante debía ser mucho mayor de lo que en verdad era. Sí, nada nuevo. Pero, obvio, todo mucho más sofisticado desde el siglo XX y, día a día, cada vez más vulgar. El miedo político, técnico, climático, galáctico. Todo vale. Empezamos por lo que parece más intrascendente: El hombre (o los hombres y mujeres, cada vez hay más) que nos cuentan o anticipan lo que va a ser el clima. Como el cambio climático existe, todos lo hemos experimentado menos el señor Trump, el interés por el tiempo en los días o semanas inmediatos ha aumentado. Pero las noticias de los meteorólogos muy raramente son normales o tranquilas o llanamente explicadas. Lean los titulares (en sitios de internet, por ejemplo) si se avecinan lluvias, dirán: Fulanito -o el muchacho de las cabañuelas- predice fuertes lluvias con gran aparato eléctrico y avisa del peligro de inundaciones en minutos. Alguna vez ha sido verdad, pero normalmente el lobo no es tan fiero. Se trata de alertar y meter miedo. Ocurre igual si resulta al contrario, tras las muchas lluvias de la primavera, ya estamos avisados (al menos por algunos de estos zahoríes) de terribles y prolongadas sequías… Todo es espantoso, todo debe ponerte en guardia y en tensión, todo darte miedo. Nunca se apela a la calma, por supuesto escasean las explicaciones comedidas.

Pero, vengamos al tema del espacio exterior. Desde Pascal (que lo expresó) el miedo al silencio o a la piedra que cae de las galaxias debe, por norma, aterrarnos. Claro que podría caer un meteorito gigante que nos dejara fuera de juego, pero no es eso. Hace muy poco, un artefacto investigador mandado a Venus por la Unión Soviética en 1973 y que -misión fallida- llevaba cincuenta años orbitando nuestra Tierra, iba a entrar ya a la atmósfera. Pesaba 50 kilos. Aunque lo sensato (poco) era decir que el artefacto caería a la Tierra muy probablemente en un lugar acuático del océano Índico -como así fue- pasamos días en que los expertos alimentaban el terror de que los kilos muertos podrían desplomarse sobre una ciudad. ¿Podrían reventar sobre Viena? Alentar el miedo, el pánico, parece dar buenos réditos.  El terror económico -en el tiempo de la ciberdelincuencia- es perfecto. Las criptomonedas, ahora mismo en auge, ¿son una fácil forma de hacer dinero, más dinero, o tienen mucho de aventura y de posible timo? Yo, hace más de un año, me interesé telefónicamente por el criptodinero, en este caso chino. Lo que una señorita, en buen español, me explicaba, me pareció riesgoso y no me decidí, es decir, ahí acabó todo. Me equivoqué, pues casi hasta hoy mismo he recibido llamadas al móvil, desde números diferentes, que me recuerdan mi interés en las criptomonedas e insisten e insisten hasta la náusea en que invierta y les dé mi dinero. ¿Quieren salvarme de la estupidez inversora que me aqueja, o tratan de captarme -que ninguno escape- porque no es oro todo lo que reluce? Siendo el dinero, tristemente, el primer y casi único valor de la sociedad mundial, todo gira en torno a su poder (¿por qué no robar si la plata es lo único que cuenta?) y así, entre bancos que cobran por tener una cuenta corriente -a los bancos muy a menudo se les escapa la usura- y el mundo raro del dinero invisible, el público medio solo termina percibiendo miedo, a veces agudo, a verse un día sin blanca y sin saber por qué, aunque alguien se lo habrá quedado. Cada vez ganamos menos y entonces ¿invertimos en algo que no entendemos o seguimos soportando nulos o cortos incentivos bancarios?

Miedo a desoladoras sequías, miedo a que el deshielo polar suba el nivel del mar en nuestras costas, miedo a que un loco con apariencia vulgar, pero mucho poder, entre aranceles que rompan más la economía mundial, y metido a universal policía, monte en su tablero guerras y paces (con Rusia y China, desde luego) de las que nada bueno se pueda esperar, hoy por hoy, sólo sentimos caos y ruido, miedo a que ese tupé rubio desabrido y pintado nos arruine y ofenda más la vida, que está en el temblor de un hilo, ¿por dónde tiramos? Trump da miedo, Putin da miedo, Maduro da miedo, el orate de Petro da miedo y, ya puestos, ¿por qué no agregar que la egomanía terrible de nuestro Pedro Sánchez apoyado en la tropa que le sujeta, también da miedo, porque el marido de Begoña ha demostrado ser capaz de cualquier cosa? Y desde otra banda ¿Meloni, Milei, Abascal no montarán unas hogueras de San Juan a destiempo, prohibidores? Tenebroso lugar el mundo, caballeros, dijo un poeta hace años. Vivimos en la era o edad del pánico, pero debemos estar seguros (he abreviado mucho) que alguien o más de uno se aprovecha y lucra de este miedo que por todos lados y motivos asoma. Miedo y lucro. Así no se mueven -las gentes- y así no podrán salir nunca de la chusma y el baratillo. Miedo “low cost”. Penoso.   

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