Lola Lolita vende su alma por un bolso de 4.000 euros
«Da vergüenza ajena, pero ahí está ella, convertida en un referente para cientos de miles de jóvenes que la siguen»

Ilustración de Alejandra Svriz.
A veces nos burlamos de los problemas del primer mundo y nos olvidamos de otros mucho más superficiales y absurdos: los problemas de los influencers, esa especie de reciente creación que confirma la teoría de Paul Éluard de que hay otros mundos, pero están en este. Lola Lolita, por ejemplo, está viviendo un auténtico drama personal porque sus cuentas se desangran, está perdiendo seguidores a gran velocidad, y todo porque a la muchacha se le metió entre ceja y ceja que le regalaran un bolso. No un bolso cualquiera, no: un bolso de Dior. Un bolso valorado en 4.000 euros.
Un día de estos habrá que pedir muy seriamente a los especialistas en salud mental que le pongan nombre a esa obsesión que hace alguien sea capaz de pagar ese dineral por un bolso (por no hablar de todo el proceso de compra de un Birkin de Hermés, lo más parecido al negocio de las criptomonedas, pero llevado al terreno de los complementos de moda: el precio del modelo Faubourg supera los 370.000 euros y no se puede comprar, se lo tienen que ofrecer a la clienta), pero mientras llega, aquí tenemos la prueba de algo falla en la cabeza que quien pierde el contacto con la realidad y vive en un mundo en el que es normal que un bolso cueste 4.000 y encima cree que lo merece sin más, por su cara bonita, porque yo lo valgo.
A sus 23 años, la alicantina Lola Lolita es una estrella de las redes sociales. Tiene un libro, Mi pasión, que vende en internet como “guía de inspiración by Lola Lolita”. Es que si no pone by no es cool. Me creo perfectamente que lo haya escrito ella porque, francamente, lo podría haber escrito mi sobrino Nikola, cuyo bautizo celebramos hace unos días. Chica, ya que ganas dinero, no digo que pagues bajo manga a un negro para que te lo haga todo, pero al menos contrata a alguien que te edite el texto. Da vergüenza ajena. Pero ahí está ella, convertida en un referente para cientos de miles de jóvenes que la siguen y descubren el milagro de que se puede vivir bien, muy bien, sin dar un palo al agua.
Pero su currículo ya tiene muescas de sonoras meteduras de pata, como una ridícula campaña sobre el cáncer de mama en la que usaban un filtro para que las muchachas se imaginaran como maduras supervivientes de la enfermedad: “Como veis, llevo un filtro de vieja. A muchas nos da miedo hacernos viejas y que nos salgan arrugas…” Anda que, menuda cabeza la de del creativo y la de Lola Lolita por aceptar tamaña frivolización del edadismo y de la enfermedad.
Y ahora, por si fuera poco, la traca final. A Lola Lolita la llaman para protagonizar uno de los episodios de 21 días entre millonarios, un invento de Nil Ojeda que confirma la obsesión de los creadores de contenido por el dinero, el lujo y la buena vida. Es curioso ver que todos aspiran a eso, pero ninguno ofrece el trabajo como método para alcanzar ese sueño. Lola Lolita comparte episodio con Leto, de profesión, sus vídeos. Y por su culpa, lo que iba a ser el regalo por participar, un bolso de 4.000 pavos, se queda en una tragedia social-comunista: debe compartir el premio.
“¿Me voy a quedar sin un Dior por darle un bolso a Leto? Soy materialista. Ahora quiero un Louis Vuitton y un pañuelo”, exclamaba a la nueva María Antonieta de las redes. Pero ya no es la petición ni la pataleta, es cómo se comporta la niñata con sus compañeros o con los dependientes de la tienda, en ese mundo real con el que ha perdido todo contacto porque el suyo es el del objetivo de la cámara de su móvil. Todo su clasismo, su egoísmo, su narcisismo aflora para confirmar que, como sospechábamos, esta generación digital vive en una peligrosa burbuja cuyo vacío existencial da pánico porque es el espejo en el que se miran millones de jóvenes.
Como si se hubiera roto el hechizo, los seguidores han descubierto la verdadera cara de su referente y han huido espantados. Al menos esa reacción nos da esperanzas. Y ella, no sabemos si asustada por cómo se ha visto por dentro viéndose desde fuera, o porque realmente ha sido consciente de lo que predica con su ejemplo, se ha disculpado: “Me da hasta rechazo y asco a mí misma verlo”. Pues imagínate a nosotros, bonita.