El traje de los políticos
«Desde el uniforme del traje azulito a los vestidos multicolores de las señoras, la indumentaria progre está en desuso»

La presidenta del PSOE, Cristina Narbona; el presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez y la vicesecretaria general del PSOE, María Jesús Montero. | Europa Press
Cómo viste un político –fuera de la esfera meramente privada– ¿quiere decir algo? El traje, en alta medida, siempre ha retratado a la persona que lo lleva. En un dandi o un esteta –no suele ser el caso político– la levita, el fular o el sombrero podían buscar ser rúbrica estética, incluso algo así como un poema de telas y diseño. La famosa frase de ínclito Beau Brummell «lo nuevo endominga», es una afirmación fundamental de la busca de significación en la ropa. Pero comencemos por alguien que nos encuentra lejos y a la par muy cerca: Donald Trump. El presidente de EEUU, además de su peinado hecho al viento, donde el tinte se diría chillón y el conjunto un presunto peluquín, lleva muy a menudo un traje azul –este traje azul, con pequeñas variantes hacia el azulón o el añil, se ha vuelto invasivo– y una corbata roja lisa. Da la sensación de que ese traje cotidiano y correcto (sin más comentarios, nuestro Sánchez lo usa con variante) debe significar tanto un uniforme de trabajo, como una elegancia sobria: soy como todos, pero respondo al canon de «hombre de negocios». La corbata –como toda corbata– es un adorno, pero se busca mínimo, sin diseños y monocolor. El magnate nos engaña, dice ser como todos, pero el mensaje plano lo delata. Como el feo uso de la corbata bermellón. La corbata muy corta no es correcta, pero muy larga (rozando los cataplines) es de obvio mal gusto. El prepotente (ver el continuo gesto de enfado en su rostro) se hace vulgar, pero no es como todos.
He dicho que Pedro Sánchez –con la que le está cayendo– también optó por su variante más ceñida del traje azul discreto (la corbata también es discreta y casi irrelevante) vuelve a darnos dos mensajes: Soy un presidente que trabajo –por eso lleva un uniforme laboral– y soy como todos, pertenezco a la mayoría. Rodeado de presuntos ladrones y casos muy largos de corrupción que claman al cielo, es obvio que a Sánchez le gustaría en lo físico pasar desapercibido, pero su problema es que su ropa de «telón», hoy no le tapa, sino que le distingue. En este momento marca un desastre. Desaconsejado, pues el traje azulito. Como hasta hace muy poco –el rostro da señales de agotamiento– Sánchez ha ido de guaperas, podía llevar pantalones pitillo en el traje azulito. Podía marcar pierna. Mala noticia para él: los pantalones pitillo pasan de moda entre los jóvenes, ahora usan pantalones muy anchos y abullonados en el tobillo. Algo juvenil y poco político. Use quien use un traje que propende a lo uniformado dejan (Trump incluido) un aire dictatorial que trae a la mente el uniforme de Stalin o de Mao o de Castro. En China aún se usa en ciertas celebraciones del Partido Único, pero poco. Huele raro.
¿Y las mujeres? No digo damas, porque no parece propio. Por supuesto, no hablo de la esposa-florero (estilo Melania Trump) porque fuera de la decoración, su papel se diría nulo. Vengamos por ejemplo a nuestra vicepresidenta Yolanda Díaz. En sus inicios –no hace tanto– llevaba el cabello castaño y prendas comunes con aire vagamente progre, de alguna manera la izquierda comunista que quería representar; ahora (teñida de rubio algo mejora) Yolanda usa marcas, a veces caras, y trata de ser una señora con estilo de figurín moderno. No es guapa –a mi entender– pero trata de decir que la izquierda también usa estilismos. El problema es que como hay tanta gente de izquierdas que hace ostentación de dinero (casoplones, marcas de lujo) su mensaje ya está dado. Es curioso, las mujeres buscan ropa y no han asumido el uniforme laboral de los hombres, que incluso usa Javier Milei, con el toque de rugiente león de su melena. ¿Por su vestido diferenciaríamos a Yolanda de la italiana Meloni? Pues –por los trajes– ambas serían de derechas. Algo decía (y no dice ya) la escarapela progre. ¿Y la presidenta madrileña Díaz Ayuso? Utiliza mucho (más cada vez) la moda y aún el conjunto atrevido. No es fea, puede lucir feminidades, y se viste con una elegancia que, algunos, dirán agresiva. Y eso tiene un sentido. Ayuso tiene garra política –por eso los enemigos la odian más, no es neutra– y con sus buenos trajes que exhiben formas, está llanamente diciendo soy o puedo ser una tigresa. La Pasionaria (un decir de mujer fuerte) vestía siempre de abuela proletaria, así tocaba. Hoy las mujeres fuertes –Ayuso, Meloni– no visten como viejas damas inglesas a lo Margaret Thatcher, eso pasó. Ahora deben enseñar garras las damas de hierro, pero pintadas, pulidas, cuidadas. Yolanda también lo hace, pero no parece nada férrea.
Se diría que, desde el uniforme del traje azulito a los vestidos multicolores de las señoras, la indumentaria progre está en desuso. Salvo entre los dictadores o que tal anhelan de Iberoamérica. Caso desastre: la ropa y la puesta en escena del bochornoso presidente colombiano Gustavo Petro. Desde horribles gorras de beisbol (él que detesta a los gringos) a las camisas y pantalones de cualquier manera. Con trago o sin él, Maduro debiera ayudarlo con el reviejo uniforme. El traje habla. Nada nuevo.