Sánchez, siempre son las cinco de la tarde
«Algunos a las cinco de la tarde se ‘cachondean’ del presidente, y ya han hecho la digestión completa de su comida»

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
Se ha hablado mucho del final de la comparecencia en Ferraz del presidente del Gobierno cuando dijo aquello de “son las cinco y no he comido”. Y es que esa hora siempre ha tenido algo de especial o de espectral, según la circunstancia. Para el presidente, en ese momento tenía que ver con la supervivencia física, y no con la política, como no pudo evitar que todos pensáramos.
Le rugían las tripas, sus fantasmas navegaban por ellas, y no había suficientes sábanas blancas para ocultarlos. Un “hambre” que lo está dejando en los huesos, y con una cara “chupada” por el maquillaje. Un “calavera” para gobernarnos a todos, y que cuando va en barco le gusta poner su rostro en una bandera negra.
España se agarra a la raqueta de Alcaraz, mientras desea desprenderse de nuestro raquítico presidente. No deja de ser irónico que los que han hecho que a Sánchez se le cierre el estómago, no puedan disimular lo abultado de los suyos. Y es que Koldo, Ábalos y Santos Cerdán le eran más rentables dejándoles robar y corromperse, que invitándoles a comer. Lo que se viene a llamar unos “estómagos agradecidos” de manual.
Pero es que las cinco de la tarde siempre ha sido una hora bruja, cuya escoba no sirve sólo para volar, sino para barrer la realidad. A esa hora, los náufragos disfrazados de trabajadores, dan las últimas brazadas intentando dejar atrás la isla desierta de la oficina o de la fábrica. La orilla parece cercana hasta que la corriente de siempre les vuelve a echar para atrás cuando suena el despertador a las seis y media de la mañana.
Otros a las cinco de la tarde se “cachondean” del presidente, y saben que ya han hecho la digestión completa de su comida. Es entonces cuando van al gimnasio, a correr o a la piscina, para mantenerse en forma, y hacerlo de una manera saludable. Y es que una tabla de ejercicios basada en la mala conciencia y en los disgustos, como la que lleva el presidente, consigue resultados rápidos al principio, pero con el tiempo dejan un cuerpo y una mente “escuchimizados”, y poco definidas y fuertes.
Las cinco de la tarde es la hora taurina por antonomasia. La corrida empezó hace una década, y Sánchez tiene demasiados frentes embarazosos abiertos. El presidente se queja de que sus principales hombres de confianza desde que lidera el partido le han “puesto los cuernos” con otro “becerro de oro”. Sabe que “salir por la puerta grande”, será hacerlo sin salir esposado cuando abandone el Palacio de la Moncloa.
Las cinco de la tarde es también el momento cumbre de la siesta española, sobre todo ahora que comienza el verano. Una desconexión momentánea con la realidad, y que nos pone en la piel de Sánchez desde que es presidente. Un sueño reparador para nosotros, que se ha convertido en una pesadilla para el marido de Begoña Gómez y el hermano de ese gran compositor musical que es David Sánchez gracias a sus famosas chirimoyas.
Al presidente se le ve ojeroso, como si estuviera en un estado de duermevela permanente. Desearía quedarse dormido cuando está despierto como forma de escapismo, y estar despierto cuando duerme, por si acaso están sucediendo cosas que se salen de su control, y sabe que pueden perjudicarle. Además, echarse la siesta con el estómago vacío sería lo más parecido a un oxímoron. Si alguien se queda dormido a esa hora es porque se siente lleno y en paz, y Sánchez no cumple ninguno de esos dos requisitos. Lo que parece claro es que Pedro no va a gozar del “sueño de los justos”.
Pero en verano las cinco de la tarde se asocian con el sofá y la televisión encendida con el Tour de Francia de fondo. Perico Delgado nos narra gestas heroicas mientras media España babea y vaguea de manera especialmente antiestética. Tiene más peligro de lesionarse ese españolito medio, que esos deportistas de élite. La fractura de cuello es “impepinable”, y el riesgo de caída al suelo del saloncito es mucho más probable que el de los ciclistas en esos descensos vertiginosos que parecen no tener fin.
Aquí no nos parecemos en nada a los franceses, y que no lo quiera Dios. Sánchez y su Gobierno pueden estar tranquilos. Aquí no somos de guillotina, sino de olla de agua hirviendo sobre los gabachos. Así que esa frase popular que dice “no se va ni con agua caliente”. En España es lo único que no vale. Y aquí lo tengo que dejar, son las cinco de la tarde, y es la hora que sabe el periódico en la que envío siempre los artículos que ustedes tan amablemente leen.