The Objective
Hastío y estío

Cambiar el Peugeot por el furgón

«El Peugeot, en su humildad, fue el caparazón de una conspiración que cambió el rumbo del socialismo español»

Cambiar el Peugeot por el furgón

Ilustración de Alejandra Svriz.

En la política, como en la vida, el medio de transporte dice mucho de quienes lo ocupan. Hubo un tiempo en que Pedro Sánchez, Santos Cerdán, José Luis Ábalos y Koldo García surcaban las carreteras de España en un Peugeot, un vehículo modesto, que les servía para tejer la red de apoyos que llevó al primero a la Secretaría General del PSOE y, más tarde, a la Moncloa. Aquel coche, bautizado con un aura de épica militante, era el símbolo de una camaradería forjada en asambleas de provincias, cenas de menú y pactos sellados entre el humo de los cafés. Pero los tiempos cambian, y lo que antaño fue un utilitario de campaña se ha transformado, con una precisión casi poética, en un furgón penitenciario. Porque, como bien sabe el lector, el destino de las ambiciones desmedidas suele ser una celda, y el trayecto, en este caso, lo marca la Guardia Civil.

El Peugeot, con su tapicería gastada y su olor a ambición, fue el escenario de una gesta que Sánchez y sus fieles escuderos narraban como una odisea socialista. Corrían los años de la travesía por el desierto, cuando el hoy presidente del Gobierno, desterrado por su propio partido, se lanzó a reconquistarlo con la lealtad de un trío de fieles: Ábalos, el estratega; Cerdán, el organizador; y Koldo, el hombre para todo, desde chófer hasta presunto repartidor de maletines. Juntos, en aquel automóvil de gama media, recorrieron España para convencer a las bases de que Sánchez era el mesías que el PSOE necesitaba. Y lo lograron. El Peugeot, en su humildad, fue el caparazón de una conspiración que cambió el rumbo del socialismo español. Pero lo que entonces parecía una epopeya romántica ha mutado en una trama de sobornos, contratos amañados y mordidas que huele más a cloaca que a revolución.

La realidad, siempre tan generosa con los soberbios, ha querido que el primer pasajero en bajarse del Peugeot y subirse al furgón sea Santos Cerdán, el ex número tres del PSOE, hoy interno en Soto del Real. El juez Leopoldo Puente ha considerado que Cerdán no solo participó, sino que lideró una presunta organización criminal dedicada al cobro de comisiones a cambio de adjudicaciones públicas. Las grabaciones intervenidas a Koldo García, dibujan un cuadro donde las mordidas fluían con la misma naturalidad con que el Peugeot devoraba kilómetros. Acciona, entre otras empresas, aparece como la generosa benefactora de un esquema que, según la Guardia Civil, movió al menos 620.000 euros en sobornos, con Cerdán como presunto «gestor» de las contraprestaciones.

José Luis Ábalos, por su parte, no ha pisado aún la cárcel, pero su pasaporte confiscado y sus comparecencias quincenales ante el juez sugieren que el furgón no anda lejos. El exministro de Transportes, cerebro de la operación que llevó a Sánchez al poder, se encuentra atrapado en un laberinto de audios y acusaciones que lo señalan como beneficiario de jugosas comisiones. Koldo García, su fiel escudero, no se queda atrás: las anotaciones con su letra sobre contratos públicos y los mensajes intervenidos, lo sitúan en el corazón de la trama. Y luego está Pedro Sánchez, el conductor del Peugeot, cuya sombra planea sobre cada nuevo giro del caso.

El PSOE, en un ejercicio de funambulismo ético, ha optado por borrar a Cerdán de su web y desvincularse de él con la misma celeridad con que antes lo encumbró. «No es militante», repiten desde Ferraz, como si la amnesia digital pudiera borrar años de complicidad. Pero la realidad es tozuda: el Peugeot que llevó a Sánchez al poder era un vehículo abarrotado de ambiciones, y sus ocupantes, hoy señalados por la justicia, no eran meros pasajeros. Eran, según los indicios, una «banda» que cambió las asambleas por los sobres y las promesas de regeneración por contratos amañados.

La imagen de Cerdán entrando en Soto del Real, la misma prisión que albergó a figuras como Bárcenas o Rato, es un golpe devastador para el PSOE. «Es muy duro», admiten en el partido, mientras Sánchez intenta encapsular la crisis en un «triángulo tóxico» que no lo salpique. Pero el juez Puente no parece dispuesto a facilitar la maniobra: su auto habla de «más personas físicas o jurídicas» implicadas, un aviso que resuena como el claxon de un furgón acercándose.

El Peugeot, aquel símbolo de la lucha por el poder, ha quedado atrás. Ahora, el vehículo que espera a los protagonistas de esta historia es otro: blindado, con rejas y un destino mucho menos heroico. Cerdán ya ha subido; Ábalos y Koldo, con medidas cautelares, podrían ser los próximos. Y Sánchez, aunque aún al volante, conduce por una carretera cada vez más estrecha. Y la justicia, como un agente de tráfico implacable, no parece dispuesta a mirar para otro lado.

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