The Objective
Hastío y estío

David Lafoz, enterrado vivo y muerto

«Su tractor, que un día rugió frente al Parlamento aragonés, ahora descansa en silencio, pero su legado no»

David Lafoz, enterrado vivo y muerto

Ilustración de Alejandra Svriz.

El suicidio de David Lafoz, un agricultor aragonés de apenas 27 años, ha pasado desapercibido para la mayoría de los medios de comunicación. Mi paisano, nacido en la dura tierra de Belchite, Zaragoza, se quitó la vida el pasado 9 de julio, dejando tras de sí un mensaje en Instagram: «Lo siento por despedirme de esta manera tan cobarde, pero no aguanto más presión, no aguanto estar discutiendo todos los días con gente, no aguanto más inspecciones de Hacienda ni de trabajo, no aguanto trabajar 18 horas para no vivir». Palabras que cortan como el cierzo, ese viento que azota nuestra tierra y que, como David, no se doblega fácilmente.

David no era un hombre cualquiera. Era un símbolo, un tractor rugiendo frente a La Aljafería en las protestas de 2024, un grito de «¡Salvemos al campo!» que resonó en las calles de Zaragoza mientras el sector primario se ahogaba bajo la burocracia, los impuestos y las políticas de un Gobierno que parece mirar al campo con desdén. Desde los 15 años, cuando muchos huyen a las ciudades buscando un futuro más cómodo, él decidió quedarse en su pueblo, arar la tierra y pelear por un sector que, como él, se siente olvidado. Fundó la Asociación Aragón es Ganadería y Agricultura (AEGA), y con su tractor no solo labró campos, sino también esperanza para quienes creían que el mundo rural aún podía tener voz.

Pero el sistema, ese engranaje frío de despachos y normativas, lo trituró. Inspecciones de Hacienda, multas, la pérdida de ayudas de la PAC, un acoso institucional que, según quienes lo conocieron, lo llevó al límite. «Luchar tiene un precio», denunció AEGA, y David lo pagó con creces. Le señalaron, le castigaron, le dieron la espalda. Dos años de sequía sin ingresos, y, aun así, Hacienda le exigía más. ¿Cómo se sostiene un hombre cuando la tierra que ama no le da para vivir, cuando el Gobierno que debería protegerlo lo asfixia?

Lo más desgarrador es el silencio. La noticia de su muerte apenas ha arañado la superficie de los grandes medios, como si la vida de un agricultor, de un joven que dio todo por su tierra, no mereciera más que un titular fugaz. En un país donde se llenan portadas con banalidades, el sacrificio de David Lafoz, su lucha y su dolor, parece no importar. Pero en Aragón, en los campos de Belchite, en los corazones de quienes lo conocieron, su ausencia es un grito que no se apaga.

David no solo era un luchador; era un hombre de una humanidad desbordante. Cuando la DANA arrasó Valencia, allí estaba él, al mando de su tractor, liderando un convoy de aragoneses para limpiar escombros y devolver la dignidad a los damnificados. Lo mismo hizo en su comarca, en Azuara, tras las riadas. «Era de los que aparecían cuando nadie más lo hacía», dicen desde AEGA. Sin cámaras, sin esperar aplausos, sólo con el corazón en la mano y las botas llenas de barro.

Ser consecuente con uno mismo no es fácil, que se lo digan a Ana Iris y Gascón, de los que escribí ayer. David Lafoz lo fue hasta el final. No se rindió ante la adversidad, no bajó la cabeza ante las injusticias, no abandonó su tierra, aunque todo estuviera en su contra. Su mensaje final no es una rendición, sino un testimonio de la presión insoportable que soportan los que, como él, sostienen el alma de este país. Trabajaba 18 horas al día, no para enriquecerse, sino para sobrevivir, para mantener viva una forma de vida que los despachos de Madrid y Bruselas parecen empeñados en extinguir.

Como zaragozano afincado en Madrid, siento un orgullo amargo por mi paisano. Orgullo por su valentía, por su compromiso, por su amor inquebrantable por el campo. Amargura porque este país no supo cuidarlo. David Lafoz no era solo un agricultor; era la viva imagen de la resistencia, de la dignidad, de la lucha por un futuro que no debería ser un lujo. Su tractor, que un día rugió frente al Parlamento aragonés, ahora descansa en silencio, pero su legado no. Que su muerte no sea en vano. Que su grito despierte a un país que ha olvidado a los suyos. Que la tierra que tanto amó le sea leve.

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