Las Campos y su duelo de 'posados de verano' a golpe de Photoshop
«No se trata aquí de hacer leña de las pieles caídas, se trata de pedir un poco de por favor, que los lectores tenemos ojos»

Ilustración de Alejandra Svriz.
El corazoneo parece vivir una nueva crisis, pero es más una mutación -una más- que un verdadero declive. Asistimos a los estertores del modelo tradicional, pero el sector se renueva rebautizándose con nuevas etiquetas (ahora se llama salseo a lo que conocíamos como cotilleo) y buscando protagonistas allí donde se desconoce la meritocracia, en las redes sociales, hábitat de los influencers, savia nueva del género que, a pesar de sus aires de renovación, viven los eternos conflictos sentimentales: ahora me enamoro, ahora me separo, ahora me engañan, ahora me embarazo… Lo de siempre, vamos, un Giuseppe Tomasi di Lampedusa de manual: que todo cambie para que todo siga igual. Pero en medio de la tormenta surge una luz.
O dos, por el mismo precio, porque al fin y al cabo el verano es temporada de rebajas: allí donde los veteranos del lugar recuerdan los míticos posados de Ana Obregón como señal del inicio de las vacaciones estivales, aparecen ahora las portadas de las Campos como herederas de tan simbólica carga. Si antes no había verano sin Anita en bikini, ahora no lo hay sin los cuerpos de Terelu Campos y Carmen Borrego expuestos a una sobredosis de Photoshop.
De hecho, uno se pregunta si la revista Lecturas tiene contratado a un experto a tiempo completo dedicado a retocar las fotos exclusivas de sus portadas o, directamente, han inventado un filtro que elimina papada y cintura por arte de magia y te convierte en la Campos que siempre has querido ser. Al fin y al cabo, hay filtros que te envejecen, que te rejuvenecen, que te convierten en hombre o mujer, que te distorsionan la boca o los ojos, que te convierten en personaje vintage. Hay filtros de estrellas que crean un efecto en las luces brillantes, los hay de colores para corregir la temperatura de la imagen, otros crean el efecto viñeta al oscurecer las esquinas de la instantánea. Filtros a tutiplén.
Pero uno que te convierta en una Campos, con todo lo que eso conlleva, eso es el no va más. Lo hemos comprobado al ver a Carmen Borrego y a Terelu Campos, por ese orden, llegando a los quioscos (tanto en las calles como en los digitales) convertidas en estrellas de mar, falsamente espléndidas en bikini, luciendo un palmito que no les pertenece porque es hijo de una IA o de algún encantamiento, ya sea de brujería o digital.
No se trata aquí de hacer leña de las pieles caídas y los cuerpos ajenos, se trata de pedir un poco de por favor, que los lectores tenemos ojos, y esos ojos han visto cómo son de verdad los cuerpos que nos restriegan por la cara desde la portada. Si ellas se tragan el cuento y acaban creyéndose que lucen así, allá ellas y el terapeuta que las trata, porque recordemos que los psicólogos ya hablan de la «dismorfia de selfie» o «dismorfia de Snapchat» para describir el síndrome que sufre quien se cree que su imagen retocada con los filtros es la que se corresponde con su verdadero rostro. Pero a nosotros no nos lo han diagnosticado para reconocer el suyo. No cuela.
Primero llegó Carmen, posando en bañador negro con un fular blanco estratégicamente colocado para disimular cualquier saliente. Como complemento, su perro. El titular dedicado a Alejandra, que así genera bronca y le permite hacerse algún que otro plató a cuenta de su sobrina, la pobre, que ya no sabe cómo quitarse de encima el marrón. Y hablando de quitarse cosas de encima, ojo a las declaraciones de la Campos mayor: «La cara me la veo estupenda, en los brazos aún tengo cicatrices. ¡Qué ganas tengo de operarme la barriga y la grasa de la tripa ponérmela en el culo! Tener culo de vieja es lo peor que me puede pasar». Ni la soledad ni la enfermedad, el culo es lo que a ella le preocupa. Es una mujer hecha a sí misma, literalmente.
Luego llegó Terelu dando un triple salto mortal, atreviéndose con un bikini. Ahí es nada. «Completamente renovada por dentro», dice la revista, obviando lo completamente renovada que la han dejado por fuera. Uno se fija en el ombligo de la Campos pequeña y uno piensa que solo Dios sabe dónde queda realmente, porque ahí, donde la foto, solo sería posible en una distopía. Y como ahora tiene trabajo como presentadora, ya no necesita hablar de su madre en el titular y puede hablar de sus propios dramas: «Echo de menos los besos de un hombre». Terelu va a cumplir 60 años y ya sabemos qué deseo va a pedir cuando sople las velas que adornarán su tarta de aniversario. ¿Algún valiente en la sala?