Temperaturra
«El calor es una metáfora perfecta de nuestra actualidad política, esa otra ‘temperaturra’ que nos abrasa»

Una persona se resguarda del sol con una bolsa para soportar las altas temperaturas. | Europa Press
El verano, ese tirano de sudor y asfalto derretido, ha decidido apretarnos en esta primera semana de agosto, cuando España se convierte en un horno donde se cuecen los cuerpos y se derriten las ideas. Pero no es sólo la temperatura, esa medida física que los termómetros escupen con saña, la que nos asfixia. No, queridos lectores, lo que realmente nos sofoca es esa turra insoportable, ese machaqueo mediático que, como un ventilador averiado, no refresca, sino que recalienta el ambiente con su zumbido incesante. «Temperaturra», un juego de palabras que destila la esencia de estos días: el calor físico se funde con la pesadez de quienes, en ausencia de noticias jugosas, convierten el termómetro en protagonista de una tragicomedia nacional.
Agosto es el mes de la sequía informativa, un desierto donde las redacciones, medio vacías, se aferran al parte meteorológico como si fuera el último clavo ardiendo. Las olas de calor, con sus nombres exóticos que evocan tragedias bíblicas, se convierten en el monotema de telediarios, tertulias y titulares. “¡Alerta roja!”, gritan, mientras nos muestran mapas con rojos infernales y expertos que, con gesto grave, nos advierten de lo que ya sabemos: hace un calor del demonio. Y así, entre recomendaciones de hidratación y planos de abuelos abanicándose en un banco, los medios nos dan la turra, esa insistencia tortuosa que transforma un fenómeno natural en una epopeya apocalíptica. Como si no supiéramos que en verano, en España, el sol quema. Como si necesitáramos que nos lo repitan hasta que el cerebro se nos funda como un helado olvidado en la acera.
El calor, claro, no es solo un asunto de grados. Es también una metáfora perfecta de nuestra actualidad política, esa otra “temperaturra” que nos abrasa. Porque, ¿acaso no es este agosto un reflejo del país? Un lugar donde el debate se recalienta, pero no ilumina; donde las palabras se apilan como brasas, pero no generan más que humo. Los políticos, con sus rifirrafes veraniegos, se parecen a esos presentadores que, con aire acondicionado de fondo, nos sermonean sobre el cambio climático mientras el resto sudamos la gota gorda. Sánchez, Feijóo, Díaz, Abascal: todos metidos en su particular sauna de declaraciones, pactos rotos y promesas que se evaporan antes de tocar el suelo. Y mientras tanto, el ciudadano de a pie busca el fresco en las sombras escasas de un país donde la polarización quema tanto como el sol de mediodía.
Pero el aire fresco no está en los grandes titulares ni en las grandes soluciones. El fresco está en la imaginación, en las cosas pequeñas, en la belleza que se cuela como una brisa furtiva. Está en el primer sorbo de agua fría tras una caminata bajo el sol, en el rumor de las olas en una playa al atardecer. Está en la prosa luminosa de un libro abierto bajo la sombra de un olivo, en la caricia de una mano que no pide nada a cambio, en la música que suena bajito en una terraza mientras el mundo, por un instante, parece detenerse. Porque si algo nos enseña el verano es que el alivio no viene de fuera, sino de dentro; no de los grandes discursos, sino de las pequeñas epifanías.
Y sí, el verano pasará. Como pasan los gobiernos, las crisis, las modas y las tormentas. Este calor abrasador, esta “temperaturra” que nos oprime, se desvanecerá en septiembre, cuando las hojas empiecen a caer y los telediarios encuentren otro juguete con el que martirizarnos. Pero mientras tanto, aquí estamos, soportando el bochorno y la turra, buscando refugio en la ironía, en la belleza, en la certeza de que todo, incluso lo más insoportable, es pasajero. Porque si algo nos enseña España, con su sol inclemente y su política febril, es a resistir. A sudar, a maldecir, a reírnos de nosotros mismos y a seguir adelante.
Así que, queridos lectores, cuando el termómetro marque 40 grados y el presentador de turno insista en recordárnoslo, cuando los políticos sigan echando leña al fuego de sus eternas disputas, recordad: la brisa refrescante está en vosotros. En la imaginación, en la resistencia, en la capacidad de encontrar belleza en medio del infierno. Y si todo falla, siempre nos quedará el ventilador, un salmorejo bien frío y la esperanza de que, algún día, la “temperaturra” nos dé un respiro.